martes, 1 de diciembre de 2009

Pensamiento




Yo empecé a pensar a los quince años.
Antes de extenderme, anuncio de antemano el tono nostálgico de este artículo. Hace poco me terminé el Proust, después de año y medio, y estoy algo impregnado de esa estética. Me advirtieron que lo dejara para más tarde, que era mejor leerlo de viejo, pero bueno, en fin, aquí va, un artículo viejón. 
Yo empecé a pensar a los quince años.
No recuerdo bien en qué términos se planteó el asunto, pero en un momento dado me pareció que había gente que pensaba, muy poca, y otra que no, casi todo el mundo. Coincidió este hecho, como es natural, con la adolescencia, periodo sudoroso y patético (de pathos,  que provoca el sentimiento) y es difícil incluso hoy en día separar una cosa de la otra, aun después de quince años de pensamiento diletante, ahora un poco menos chorreoso.
Pensar era en esos entonces una fuerte pulsión de definición vaga que  generaba una única y potente sensación: A mí no me la pegan. A mí no me la pegan con esto, quiero decir, con todo esto de aquí, esa gente de allí, y tú, tú, y también tú, y con cómo está organizada la cosa, en general, una estafa, una estafa planetaria tremenda que todo el mundo se come con papas, una estafa que hace que la gente, la vida y el mundo sean una mierda pinchada en un palo… ¿de qué van?, ¿cuál es el rollo aquí?, aquí encerrado en el instituto, seis horas diarias, como en prisión, oyendo sandeces, aprendiendo de memoria sandeces, logaritmos neperianos y mierdas inservibles, mientras ahí fuera pasan cosas, vaya usted a saber si mejores a lo que hay en el Instituto porque en realidad no sé nada de nada, pero distintas, seguro, mientras yo sigo aquí con los logaritmos absurdos, obligado, neperiano, y ¿para qué?; para aprobar matemáticas con un cinco, y ¿para qué?; para pasar de curso, ¿y pa qué?; para entrar en la carrera. Entrar en la carrera, acabar la carrera, currar, quemarme como la moto de un hippie, tener mujer, chiquillos, quedarme calvo y morirme. Al foso, al hoyo de cabeza y chin pum. Se acabó. Qué guay, ¿no?
En este contexto se inicia y desarrolla el pensar. Existencialismo barato adolescente, dirán algunos. O Entzauberung, prefiero yo decir.
Lógicamente y por suerte, no era yo el único que pensaba. Dos o tres personas, en voz baja, confesaron que también pensaban. En voz baja, no fuera que alguien los oyese y les tocase recibir un cate, por primos.
-“Ay…¡ jodío primo! ¿qué estás diciendo ahí, subnormal? A ver si te vas a llevar un cate…”
Desde ese entonces el Instituto se dividió entre gente que pensaba (primos, en su mayoría) y gente que no (los que daban cates), porque el estado del pensamiento es claro y unívoco, como un dolor de muelas, o como verse sobrio en medio de borrachos, o viceversa. “Ese no piensa” o “Fulanit@ es de puta madre, piensa”. Pasaba también, que tras un periodo de letargo, alguien había por allí que de un día para otro se iluminaba, como le ocurrió a un grupo entero de amigos, de golpe, los, así llamados, heavys pequeñitos.
Conversaciones recurrentes eran, por ejemplo, si el mundo era una mierda.  Así mismo, a lo bestia. O si la gente era, toda, en general, una mierda. Temas sobre los cuales me pasé noches enteras hablando, sin saber quién era nadie, ni Sartre, ni Freud, ni su puta madre. Sin referentes, sin autores, a pelo, con un bollycao y agüita. 
Después llegaron los libros, los nombres propios, los legados, las escuelas filosóficas, las obras de los artistas, la literatura, etc. prótesis que progresivamente se iban adhiriendo a aquel reflexionar basto y poderoso para darle estructura y cohesión, calmar las angustias de la isolación con contextos y escenarios (a veces de cartón piedra), ofertar afinidades, conectar muertos con vivos, historia y momento presente, pensamiento y escritura. Esas prótesis, pura terapéutica, consiguen ayudar parcialmente a canalizar y normalizar aquel desencuentro primigenio con todo, pero éste sigue presente, quizás de manera no tan lacerante como en aquel entonces pero sí como un continuo murmullo que no cesa…chacho, ¿qué estás diciendo ahí, loco? A ver si te meto, por primo. 

7 comentarios:

adrián alemán dijo...

Por momentos, mientras leía, sentía que eras afortunado. Comenzar a pensar a los quince años me parece una suerte. Creo que yo empecé a pensar a los veintiséis, siempre me pareció tarde. Una vez acabada la carrera, cuando incluso cierto tedio me abrazaba ya el alma sentí la necesidad de hacer algo por mi mismo. Mientras sigo leyendo me dio cuenta que eso que tu llamas pensar era otra cosa que me pasó muy pronto. Cuando aun era un niño de pantalones cortos de manita de mi hermana en una procesión del corpus. Aquellos señores revestidos todavía de autoridad franquista me parecieron fantoches. Me acuerdo del cabreo que me cogí con mi padre, no entendía como él no me previno de la mentira social, como participaba de ella, cabreo que todavía me dura. Pero ¿es eso pensar? Eso es caer en la cuenta, los hay que se pasan la vida pataleando.

Saludos, adr.

José Otero dijo...

Es probable que aun no haya pensado nada en absoluto, de la misma manera que es probable que la civilización occidental no haya todavía dado el salto del mito al logos, pero esa brecha de conciencia, ese desencantamiento, esa "realisación" (realize), ese caer en la cuenta es, desde mi recuerdo, el inicio del murmullo del pensar y no ha habido algo tan claro y señalado desde entonces. En fin, la experiencia y el recuerdo no son ciencias exactas, por eso dan tanto juego para formar el relato de la biografía. Hacer memoria es crear memoria.

Pronto vendrán más post, cuando me pose en G.C., mañana, huyendo del lindo -5 del que gozamos aquí

teresa dijo...

Coño, pero si es el mito de la píldora roja esa de Morfeo, la que Neo se tomó para descubrir que el mundo era una caca…

El caso de la peli me inquietó durante mucho tiempo que fuera una opción tan dicotómica, en plan referéndum, sí o no, roja o azul, los que optan por pensar y los que no lo hacen, dormir o despertar. A mi hija esta lógica de videojuego le fascinaba, esa decisión tan, no sé cómo decirlo…jungiana, o mitológica o arquetípica…, sólo que ella insistía en optar por la azul… no era para llevar la contraria a sus padres, realmente pensaba que la opción azul del sueño molaba más...

Si lo pensamos la píldora azul también tiene su encanto; ahora con el tiempo pienso que hubiera pedido a Morfeo una receta de los dos paquetes, días alternos, poder hibernar, poder olvidar, poder volverme tonto, abrazar matrix. Si no se te olvida cómo hacer del despertar un continuo…

Bueno, ay, disculpame Jose, pero no puedo evitar ponerte este cachito de una transcripcion del abecedario de Gilles Deleuze (una entrevista que grabó la periodista Calire Parnet en su casa cuando era bastante viejo). El trozo se corresponde con la letra E, de “Enfance”, y habla de las circunstancias de su despertar. A ver si les gusta. Besos! (va en otro comentario debajo porque no me deja por ser muy largo el post)

teresa dijo...

Gilles Deleuze:

Sobre todo porque –se trata de un detalle–, pero lo que sucedía en las fábricas, en fin, no, los patronos nunca lo han olvidado, creo incluso que para ellos es un miedo hereditario. Con ello no quiero decir que 1968 no fuera nada –1968 fue otra cosa, pero también conservan, no han perdido el recuerdo del 1968, ¿eh? Pero bueno, yo estaba en Deauville, sin los padres, con mi hermano, etc. Cuando los alemanes se abrieron paso verdaderamente, entonces sí, ¡ahí deje de ser idiota! Porque, me explico, yo era un muchachito sumamente mediocre desde el punto de vista escolar, de ningún interés desde cualquier punto de vista. Tenía, o hacía colecciones de sellos; esa era mi mayor actividad, y luego en clase era nulo. Y tuve (es algo que creo que le ocurre a mucha gente, uno siempre), no sé. A la gente que se despierta en un momento dado, siempre les despierta alguien, ¿eh? Y yo, en ese hotel convertido en instituto, había un tipo, joven, que me pareció bastante extraordinario, porque hablaba muy bien, y aquello fue el despertar absoluto para mí. Tuve la suerte de dar con un tipo... ahora, aquel tipo, (que luego llegó a ser relativamente conocido, porque, en primer lugar, tenía un padre algo famoso, y luego emprendió muchas actividades en el izquierdismo, pero mucho más tarde), se llamaba Halbwachs. Era Pierre Halbwachs, el hijo del sociólogo. En aquel momento era muy joven, y tenía un cabeza muy curiosa; era muy delgado, más bien alto, si no recuerdo mal, y sólo tenía un ojo, es decir, tenía un ojo abierto y el otro cerrado. No de nacimiento, sino que lo ponía así, parecía casi un cíclope, tenía un pelo corto ensortijado, como una cabra, como un, no, sí, no como un borrego. Cuando hacía frío, se ponía verde o violeta, en fin, tenía una salud sumamente frágil, por lo que había sido declarado inútil para el ejército y licenciado. Le habían enviado allí como profesor durante la guerra, para cubrir las... y para mí fue una revelación. Él estaba lleno de entusiasmo, ya no sé ni siquiera en qué clase estaba, supongo que en tercero o en segundo de bachillerato, y bueno, él nos comunicaba, o me comunicaba a mí algo que para mí fue conmovedor. Yo descubría algo. Nos hablaba de Baudelaire, nos leía, leía muy bien.
(...continua abajo)

teresa dijo...

Y nos hicimos amigos íntimos, no podía ser de otro modo, porque él se percató de que me impresionaba enormemente, y me acuerdo de que en invierno, entonces, en la playa de Deauville, me llevaba, yo le seguía, iba literalmente pegado a él, era su discípulo, había encontrado un maestro. Nos sentábamos en las dunas, y allí, con el viento, el mar, era estupendo: me leía, me acuerdo de que me leía Les Nourritures Terrestres [Los alimentos terrestres]. Recitaba con voz muy alta, no había nadie en la playa en invierno, recitaba Les Nourritures Terrestres. Yo estaba sentado a su lado, un poco apurado por si venía alguien, claro, y pensaba: «Ah, qué raro es todo esto», y él me leía, pero eran lecturas muy variadas; me hacía descubrir a Anatole France, a Baudelaire, a Gide, creo que, bueno, eran los principales, eran sus grandes amores, y yo estaba transformado, vaya, absolutamente transformado. Y así aquello no tardó en dar que hablar, ¿no?, aquel tipo con la pinta que tenía, aquel gran ojo, etc... aquel chiquillo que le seguía a todas partes, iban a la playa juntos, etc., de manera que mi hospedera no tardó en inquietarse, me llamó y me dijo que era responsable de mí en ausencia de mis padres, que me ponía en guardia contra determinadas relaciones. No entendí nada, porque, de haber relaciones puras, incontestables y confesables, son y fueron aquellas. Y sólo después comprendí que se suponía que Pierre Halbwachs era un peligroso pederasta. Entonces le dije: «Estoy molesto, mi hospedera dice que...». Yo le trataba de usted, por supuesto, él me tuteaba. Le dije: «Mi hospedera me dice... que no tengo que verle, que todo esto no es normal, no es conveniente». Y él me dijo: «Escucha, no te apures, ninguna dama, ninguna vieja dama se me resiste», dijo, «voy a explicarle, voy a verla y verás como se tranquiliza». Y yo, a pesar de todo, era lo bastante listo, el me había vuelto lo bastante listo como para albergar dudas. Aquello no me tranquilizó en absoluto, porque tenía un presentimiento. No estaba del todo seguro de que la hospedera fuera... Y, en efecto, aquello fue una catástofre: fue a ver a la vieja hospedera, quien inmediatamente escribió a mis padres que era urgente que volviera, que había un individuo sumamente sospechoso. Había fracasado completamente en su objetivo. Pero entonces llegan los alemanes, etc., era la drôle de guerre. Llegan los alemanes, ya no había nada que hacer, y mi hermano y yo salimos en bicicleta para encontrar a mis padres que había sido conducidos a Rochefort, la fábrica se desplazaba a Rochefort, es decir, para escapar de los alemanes. Así que nos fuimos en bicicleta, recuerdo que pude oír aún el discurso de Pétain, en famoso discurso infame, en un albergue de aldea, etc. Luego seguimos en bicicleta, mi hermano y yo, y en un cruce, ¿con quién nos topamos? Un coche, entonces digna de un dibujo animado, en el que iban el viejo Halbwachs, Halbwachs hijo, un esteta que entonces se llamaba Bayer, y no iban muy lejos de la Rochelle, ¡era un destino! Bueno, eso es. Pero bueno, lo cuento sólo para decir que luego encontré a Halbwachs, pude conocerle bien, ya no sentía admiración por él, lo cierto es que, bueno... Pero aquello me enseño al menos algo, y es que fue a los catorce años, trece, catorce años, en el momento en el que le admiraba, fue entonces cuando tenía razón, ¿no?

José Otero dijo...

Vaya, gracias por esta transcripción, empatizo mucho más con ella que con las pildoras de matrix. El contexto de mi articulito tiene menos que ver con aquella sala blanca, aquellas sospechosas pirulas, aquella gente tan anglofashion y esas distinciones claras entre good & evil (el que mola es el que se come la pasti de la "verdad" ¿No era así?) que con el contexto de una adolescencia sudorosa, un instituto mediocre y unas horas de tedio cósmico, exámenes de matemáticas, matahambres, bocadillos de tortilla, musica heavy, hacinamiento en la guagua y sobretodo no saber: pensar y no saber.

Me toca escribir una entrada sobre Proust, que era la idea inicial tras haber terminado la "Búsqueda". Me da algo de pereza.

teresa dijo...

Si, si mucho mejor Deleuze claro. Matrix es la traducción mass culture del mito del despertar en formato potaje con todo. Por eso me hace gracia. La literalidad chorra de su representación, la representación polar entre los que deciden pensar y lo que viven sumidos en matrix-la pasti no es la “verdad”, es el despertar al desierto de lo real-, entre los buenos y los malos, la love story, Jesucristo-superman,el ambientillo sci-fi...etc

La verdad es que a mi y a cualquiera, supongo, le gusta más el realismo sofocón de tu peli pubescente y proustiana, y que convoca en cada uno esas capas viejunas…
Animo con Proust!
(Yo me lo compre hace diez años y lo tengo en la estantería sin leer supongo que esperando tener 46...)