viernes, 13 de diciembre de 2013

Por qué no soy americano


A veces, tratando de explicar las cosas más sencillas resulta muy difícil hacerse entender. Por ejemplo, uno no puede decir…

-Considero que, en relación al resto de países del mundo, los productos culturales norteamericanos tienen una presencia en mi entorno demasiado excesiva y por ello me gustaría reducir su consumo.

…sin que en la práctica de la vida cotidiana no se generen problemas y fricciones con nuestros amigos y conocidos.

Es excelente en la confección de potajes 

Aún tengo fresca en la memoria la celebración del último Halloween, esa fiesta con la calabaza y los muertos vivientes (de origen supuestamente irlandés pero más yanqui que Donald Duck) que cada año recibe más predicamento en Europa. Yo soy abierta, combativa, agresivamente anti Halloween. Si algún día me ven celebrar eso estando en plenas facultades mentales les exijo, en nombre de la amistad, que me retiren para siempre el saludo. Si ya, en otra ocasión, me escuchan desearles un feliz día de Acción de Gracias, les ruego por favor que me apliquen sin titubeos la pena capital.

La crítica positiva o negativa hacia estas celebraciones suele realizarse en dos niveles argumentales distintos. Existe un nivel básico de crítica, que me parece respetable incluso desde el bando enemigo: nosotros, los anti, decimos: "Yo paso de celebrar esa puta mierda americana" y los pro opinan: "Halloween, la Romería de Tegueste o una sesión de DJ Guay… cualquier excusa me sirve para salir de fiesta", y bueno, ¡bienvenida sea al menos la honradez de estos juicios irreflexivos! Casi el cien por cien de las fiestas que celebramos son eventos consuetudinarios en donde el contenido del “mito” tiene menor importancia que la práctica del “rito”, y la supuesta originalidad o invención de las mismas es irrelevante a la hora de zampar, rezar, tirar de una carreta o cogerse un moco en comunidad, que es lo importante. Pero lo que sí resultan verdaderamente repugnantes son las piruetas argumentales "elevadas" con las que los proyanquis de estas tierras creen puentear su idiocia "dándole a la neurona", y que salen a relucir en comentarios del tipo: "tú, que tan antiamericano te declaras, podrás decir lo que te salga de los cojones que a la primera de cambio te jartas a comer BicMac, estás pegao a tu PC o Mac viendo el Facebook, y te has mamado con mucho gusto todas las temporadas de “Lost”", criterio que, siendo cierto, solo es cómplice de la cada vez mayor colonización del espacio cultural que nos rodea, una colonización unidireccional (si los “agentes colonizadores” llegasen desde lugares más diversos y en igualdad de condiciones nos les machacaría con esta perorata) porque la clave del asunto es que identificar el problema y sus contradicciones no determina su solución. Ser más "consciente" de tus taras no te hace librarte de ellas o, dicho zafiamente, bastante tenemos ya con la inmensidad de americanadas que nos inundan la vida y la bola de carne de rata del McDonald´s que baja por el esófago como para encima tener ahora que hacer el pollaboba en Halloween o Acción de Gracias: amigo yanqui, mi acto de agradecimiento se lo dedico a tu puta madre.


Fui niño canario en la década de los ochenta y principios de los noventa. El Archipiélago ya no era aquel lugar de playas vírgenes y semi subdesarrollo de los últimos coletazos del franquismo, pero tampoco el imperio absoluto del hormigón, los centros comerciales y las telecomunicaciones en las que vivimos ahora. Por así decirlo, nací en el proceso de modernización global de las Islas, en pleno auge de la ideología consumista de la era Reagan y Bush padre, en medio de la cual, sin embargo, aún podían verse los vestigios de otras maneras de ser y hacer que se perdieron para siempre, están en peligro de extinción o se les insufla aire artificialmente. Pero no me engaño. Como niño de clase media de ciudad de provincias, lo mío era lo americano; flipaba con Jackson bailando “Moonwalk” y más tarde con Nirvana, las Nike cuando mi santa madre podía comprarlas (o, si no, las Randy, para solaz del resto de infantes del colegio con mayor capacidad adquisitiva, que entre risas coreaban "¡Ay, podrío, con las Randy ahiiií") los “Goonies”, “E.T.” y “Cazafantasmas”, las hamburguesas y "papas locas" (sincretismo local de las papas ultracongeladas del fast food), los G.I.Joe "A Real American Hero" y Masters del Universo (con su protagonista: He- Man, traducido al castellano "El- Hombre"), los cómic Marvel o los juegos arcade como el famoso “Street Fighter” de la CAPCOM, empresa nipona de entretenimiento y buen ejemplo, entre tantos otros, de cómo la cultura yanqui llega a deslocalizarse y poner de moda mundialmente, bajo el paraguas de su multiculturalismo-cada-cual-en-su-sitio (demostrando una vez más la eficiencia del capitalismo a la hora de agenciarse con casi todo) asuntos como las artes marciales, la pizza, el mismísimo Halloween, Santa Claus o la música salsa.

Niño inocente subnormalizado por la ideología, ("Sie wissen das nicht, aber sie tun es" “Ellos no lo saben, pero lo hacen”, según la famosa definición de Marx) me daba asco beber de la pila de agua de lluvia filtrada de mis tías bisabuelas o pasar muchos días en Tejeda- en donde solo había una cabina de teléfono para todo el pueblo- según mi hermano porque le tenía miedo a las moscas (¡!). Y tengo recuerdos vivísimos de estar enfrikado la noche entera descubriendo misterios alucinantes con “The Secret of Monkey Island” (Lucasfilm) ante el ordenador monocromo IBM, gozando hasta el límite, o lleno de deseo mirando Masters en el catálogo de juguetes de El Corte Inglés en los días de Navidad, el libro o publicación con la que más he disfrutado en toda mi vida, en ese hiato de histerismo que supone el no tener todavía y tener muy pronto. Ya podía haber sido “El Principito” pero no: el libro clave en mi infancia fue el catálogo de los juguetes de El Corte Inglés. Porca miseria. En efecto, el capitalismo globalizador tiene algo esencial en común con los caprichos del niño. Hay suficiente literatura que explica esa confluencia perfecta entre el deseo infantil, explosivo (lo quiero ¡ya, ya, ya!) y veleta (quiero otra cosa, ¡y otra, y otra, y otra!), y el sistema de mercado que rige no solo nuestra economía sino también toda la existencia. 

La obra fundamental en mi temprana educación intelectual

Lo que me parece importante es que, aunque ya todo esté perdido, aunque sea cierto que este texto se aloje en Google, un buscador norteamericano que nos dispone el conocimiento según sus intereses de mercado, y al cual has accedido muy probablemente a través de Facebook, red -en el sentido arácnido del término- social, no hay por qué aceptar todas y cada una de las cosas que nos caen arriba. Para un urbanita criado a partir de los ochenta, es imposible detectar y acceder a las configuraciones internas de su carácter para recuperar algo así como una “memoria no capitalista”, porque por muy antiimperialistas y antihegemónicos que nos declaremos seguiremos “no sabiendo y haciéndolo”. Benjamin, en su cada vez más clarividente visión del progreso, veía la Revolución en la imagen de un freno de emergencia. En honor a esa imagen no pienso celebrar Halloween. Veré la calabaza, me acordaré del freno de Benjamin y esa será mi fiesta. Si ya somos lo suficiente miserables y débiles para no poder concebir la vida en común sin el Facebook y el WhatsApp, si nuestra experiencia se empobrece cada día más y a mayor velocidad con una cacharrería a la “no podemos renunciar” porque nos hace “la vida más fácil”, al menos recordemos que el freno de emergencia está ahí, pese a que solo funcione si todos tiramos de él. En estos días, únicamente podemos mentar la famosa sentencia de Aristóteles diciendo que un hombre sin Facebook solo puede ser un monstruo o un Dios. ¿A Fulanito Pérez le gusta mi enlace? ¡Me gusta!

Dado que ser consciente de un problema no resuelve dicho problema, mi odio a lo americano es un odio fabricado, pura mala conciencia, una impostura o artefacto construido contra mi (falsa) naturaleza, que es la de “todo el mundo”, la normal, la americana- capitalista, la gran impostura, la verdadera religión de nuestro tiempo: lo que hay. Pobre de mí, mártir de andar por casa, porque si me "relajara" y fuera capaz de tragarme y disfrutar de todas las series y estrenos que se emiten por la caja, ya no tonta sino retrasada mental profunda, es probable que estuviese más tranquilo y fuera más normal. Todo lo americano te ayuda a ser más normal, no hay que olvidarlo. Otra cosa es que esa normalidad sea el conjunto de reglas y prácticas demenciales que nos acabe llevando al Apocalipsis, tal y como sucede, tal y como sabemos, porque ya sea al derecho (“no lo saben, pero lo hacen”) o al revés (“lo saben, pero no hacen nada”) seguimos prisioneros de la ideología por “conscientes” que seamos. 

Así, en mi meditación antiyanqui, en mi manual de autoayuda antiimperialista, en mis juegos contrahegemónicos de conciencia, en mi terrorismo interior, a veces barajo la posibilidad de implantar un totalitarismo personal de la experiencia. En otras palabras, me planteo imponer la negación total de determinados hechos históricos de mi vida, como por ejemplo que de niño mi sensibilidad musical vibrase con la cadencia del bajo de Billie Jean, tún tun-tun-tun tún-tun-tun, unas notas que, en sí mismas, no contenían nada perverso, solo que su apabullante presencia negó la existencia de Otras cosas. Si uno tuviese el suficiente talento meditativo, ¿podría suprimir esa experiencia, borrarla, traicionar la verdad y traicionarse a sí mismo para poder alcanzar los objetivos que nos planteamos al hacernos mayores, considerando que tenemos derecho a “hacer nuestras vidas” de la manera que nos parezca más justa? El ejercicio implicaría algo así como ver en Kim Jong-il, el Querido Líder, no a un papanatas ridículo, asesino megalómano y maníaco, como ostensiblemente lo fue a los ojos de cualquiera que tenga dos dedos de frente, sino, sencillamente, al Querido Líder, Llama y Esperanza que guía al mundo y Azote del Tío Sam. Y si se me ocurre criticarlo, me deporto a Siberia. Pienso qué ocurriría si tuviese el poder de renegar prácticamente de aquella felicidad intensa que me otorgaba el catálogo de los juguetes de El Corte Inglés, borrando episodios seleccionados de mi memoria en el más puro estilo estalinista para que no quede ni un solo rastro de gozo perverso, y meter a la fuerza “El Principito”, que lo leí de niño y me la comió que no veas. Pobre Principito, esposado por aquel sonriente Eddie Murphy de “Superdetective en Hollywood”. Qué ocurriría si en vez de ser fiel a la verdad rememorando lo bien que lo pasé comiendo nuggets y leyendo al Capitán América a partir de ahora le diese más importancia a cosas puntuales como haber visto parir a una gata en Tejeda o jugado partidillos de fútbol con los otros niños, porque quizás la memoria no deba ser la Historia, esa puta, esa cosa horrible fabricada a base de hostias, sino un relato emancipador. ¿Acaso no es ya esa misma Historia, escrita por quienes sabemos, los winners, el mayor de los totalitarismos?

Dejémoslo aquí. Tampoco pretendo darles la chapa en exceso con mis pataletas domésticas, y con esto podría seguir lloriqueando hasta ponerles de los nervios. ¡América es lo que hay! Si me gusta bien y si no me la como con papas igual. Convirtamos la cosa en una simple “cuestión de gustos”. Si fuese posible, y dado que esto es básicamente un blog personal, de onda corta y familiar, agradecería que en esos pequeños momentos de resistencia que aún otorgan el ocio y la conversación amistosa, no me coman la cabeza con las americanadas de turno que les fascinan. Para compensar, me comprometo, bajo pedido, a no hablarles de asuntos que no les parezcan interesantes, aunque a mí me fascinen. Tenemos todo el ancho mundo para “elegir tema”. De Camboya a Colombia, de Cuenca a Cotonú, de Las Lagunetas a Linz y, vale, de acuerdo, alguna vez también de L.A. a N.Y. Querido Lou: donde quiera que estés, te mando un abrazo muy fuerte desde Mácher, Municipio de Tías, Lanzarote, Islas Canarias.

          

sábado, 28 de septiembre de 2013

LO QUE NO PUEDE SER, ES. Rayco Ancor



"Lo que no puede ser, es", la última novela de Rayco Ancor. 

La quieres GRATIS, la quieres YA.

Bájate el PDF, pinchando AQUÍ


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El libro editado en papel, (401 páginas en edición de bolsillo a 8,50€ + gastos de envío), pinchando AQUÍ  

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Sinopsis:

"Cuando "Lo que no puede ser, es", toda voz habla desde el sufrimiento. Si exceptuamos lo humoroso de su carácter hiperbólico -la reprobable gracia del cínico- el protagonista de esta novela vive sumido en pensamientos oscuros que dificultan cualquier interacción positiva con el mundo. Así, las relaciones con su padre, hermanos y algunas otras pocas personas que aún lo tratan, nacen envenenadas por un carácter incapaz de cultivar, y cuidar, la amistad o el amor.

Este antihéroe por antonomasia va cerrando tras de sí todas las puertas que le ofrecen una salida a sus miedos y odios, hasta que en un momento dado, cuando ya ha sido capaz de truncar cualquier esperanza quedándose solo, su actitud se le revela como una farsa, una opereta autocomplaciente a la que querrá- después de algunos episodios traumáticos y con la ayuda del paisaje de la tierra en la que vive- ponerle fin."




Si no sabes quién es Rayco Ancor, pincha AQUÍ.

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Si aún quieres saber más cosas, no pinches en ningún lado y sigue leyendo...

Esta segunda novela tiene un tono distinto respecto a todo lo que he escrito hasta ahora. Desaparece- casi- el elemento popular canario, característico de los otros libros.

Es una novela dura, llena de odio y de cinismo. 

Es el relato en primera persona de un hombre amargado (1. adj. Dicho de una persona: Que guarda algún resentimiento por frustraciones, disgustos, etc.), que termina convirtiendo su amargura en una suerte de autoparodia.  

Siempre sobra decirlo cuando se escribe ficción, pero yo no tengo nada que ver el personaje. Yo soy bueno y estoy feliz. No obstante, es cierto que acabar el tocho me ha amargado un poquito. Pero ya se me pasa. A partir de ahora tocaré la trompeta de salsa y escribiré poesías. ¡Sabor!

sábado, 7 de septiembre de 2013

Insultos


-¡¡Me cago en la puta madre que te parió jodía maricona de mierda!! ¡Me cago en San Dios y la Virgen Puta! 

-¡Pero qué ordinario, barriobajero y malhablado! 

Como sabrá el lector fiel, en esta humilde bitácora no se tienen mayores remilgos en el empleo de las así llamadas palabrotas. El hecho de que aparezcan con asiduidad en estos articulillos diletantes que escribo (entreveradas, eso sí, en medio de la más fina prosa) responde a que yo soy, en directo y al natural, bastante malhablado, pese a que sea un alma de Dios, bueno como esos perrillos ladradores poco mordedores. Este es un espacio "personal", pura opinología. Así, es probable que algún alma cándida se haya espantado ante la ocasional profusión de mis ordinarieces, expresiones de mal tono y giros barriobajeros, ¡y eso está muy bien! Ese individuo tiene todo el derecho a no soportar las pataletas de un servidor, causadas por las subnormalidades que me enervan, y sí a querer ilustrarse en lugares en donde se debatan con rigor los temas que más le apasionen. Para eso ya hay cientos de blogs, webs y foros en donde pueden argumentarse criterios, encontrarse cobijo bajo el paraguas de la teoría, insertarse referencias, demostrarse cómo Habermas se vendió al Capital desde que se separó de Adorno, etc. A mí me la sopla el debate. Lo que me interesa es reflexionar, yo, a mi modo. Y si ese reflexionar, si esa voz resulta simpática y hace que tú reflexiones tus movidas por tu lado, me llenaré de alegría. Los debates no sirven para nada. Lo que sirve es que digamos qué pensamos- si pensamos algo- y que cada uno haga después lo que crea conveniente con sus erradas o acertadas (pre)concepciones.

Hecho este excurso, volvamos a los insultos. ¿Existen realmente las "malas palabras"? ¿Cómo es posible que en una sociedad desquiciada como la nuestra, en donde los que gobiernan dicen mentiras en público que le cuestan la vida a miles de personas, un insulto- tu puta madre- o palabrota- pollaboba- pueda ofender a la ya tan lacerada conciencia de los ciudadanos? ¿Tiene alguna utilidad mantener la barrera entre las buenas y las malas palabras, o acaso podemos decir que solo son entradas en el diccionario como cualquier otra, herramientas del lenguaje de las que podemos echar mano sin hacer distinciones? 

En varias ocasiones he visto cómo en blogs "serios", de esos de mucho debate, réplica y contrarréplica, un comentario aderezado con un rácano "cabrón", con un desabrido "joder", ha sido objeto del más severo correctivo por parte del resto de voces, indignadas porque un troll quiera acabar con el buenrollismo imperante, mientras que un párrafo escrito con corrección pero absolutamente lleno de odio e inquina, de mala hostia verdadera y alusiones personales sumamente hirientes, se cuela tan pancho por las redes de la censura, cuando quizás lo que hubiese que censurar (si es que hay que censurar algo, y Dios no lo quiera) sería precisamente la mala follada de algunos. A la hora de ser un bicho no hacen falta palabrotas. 

Por otro lado, si pecásemos de "relajación en las costumbres" y equiparásemos un insulto a una palabra común, no tardaríamos en provocar los bostezos del lector, que, más que ofendido, se aburriría mortalmente, pues si nos dedicásemos a soltarlos con la insistencia del niño que fascinado con la palabra "puta" la repite sin cesar hasta acabar con el carácter inhibidor de la prohibición, le quitaríamos la pimienta a nuestro flow retórico. A mi entender, el insulto debe tener cierta significación o significación aproximada, ser buen epíteto, porque no es lo mismo ser acusado de "pingafloja" que de "pollaboba". Alguna tensión freudiana o lacaniana debe haber de fondo en todo esto, y por algún motivo freudiano o lacaniano que desconozco tengo la sensación de que es importante mantener dicho veto precisamente para violarlo, pues como bien dice el refrán, las reglas están para saltárselas. Para saltárselas, ojo, no para acabar con ellas.

Como posible conclusión diría que no habría que tener miedo ni mucho menos reparo mojigato a la hora de demostrar las finuras de nuestro estilismo lenguaraz, siempre que sea menester, pero al mismo tiempo no está mal recordar una vez más (otra vez más) que no todo vale. Si acabásemos con el régimen especial del que disfrutan los insultos y groserías en el lenguaje, éste se aplanaría. Y eso sí que sería una putada del carajo.  


Post scriptum: Muy pronto Rayco Ancor, el de afilado pico, tendrá noticias para ustedes...

viernes, 19 de julio de 2013

Cosas bonitas, cosas fascistas

Estamos a caldo. Quien lea el periódico ya sabe de lo que hablo. Y el que lea medio libro más también sabe que esto no es pasajero. Podrá "superarse" esta crisis pero vendrán más, con mayor rapidez cada vez, hasta que todo colapse. Nos encontramos cerca de un giro civilizatorio.  El cambio llegará, por las buenas o por las malas o por los dos sitios, y es probable que lo veamos en el transcurso de nuestras vidas. 

"S/t" 16 X 20 cm. Óleo/lienzo. 2013

Mientras pinto escucho mucha música. Eso no significa sea un entendido o conozca a miles de autores e intérpretes. Al contrario, me cuesta introducir novedades en el repertorio y disfruto vicioso de la escucha repetida. En los últimos años y con lentitud he ido metiendo en el saco algo de gozo, de sabrosura: latineo y africaneo, y me encuentro últimamente subyugado por la cumbia. 

A pesar de estas nuevas afinidades musicales de tierras calientes, vengo oyendo una y otra vez las piezas para piano de Robert Schumann. De entre todas ellas (estudios sinfónicos, papillones, kreislerianas, fantasías, etc.) me gustan las "Kinderszenen (escenas de la infancia)". Una me gusta especialmente. Mucho. La "Kinderszene nº15- Der Dichter Spricht. (el poeta habla)" que se encuentra en el segundo disco de la caja de cuatro CD, interpretados en su totalidad por Wilhelm Kempff. Tras trece estudios sinfónicos, comienzan estas escenas de la niñez, marcadas con evocadores títulos. ("Una historia curiosa", "En la chimenea", "Soñando", "De países y gentes misteriosas" etc.). La penultima pieza, anterior a la que tanto me gusta, se llama "Kind am Schlummerchen" (niño quedándose dormido, niño en duermevela). Cuando el niño se duerme, empieza la nº15: el poeta habla.

Hace poco me dio por coger "La Prisionera"- uno de los tomos de "A la Busca del Tiempo Perdido" de Marcel Proust que tuve el inmenso placer de leer hace unos años- abrirlo y releerlo al azar. Con gran sorpresa encontré un pasaje en el que el personaje principal de la novela - más o menos, el mismo Proust- hace una mención de esa pieza de Schumann en particular.

"(...) el silencio que pacifica ciertas rêveries de Schumann, en las cuales, hasta cuando «el poeta habla», se adivina que «el niño duerme»"

Cuando leí la frase quedé estupefacto porque hasta aquel instante no había ni siquiera mirado el libreto de la caja con cuatro discos de las piezas para piano de Schumann. Sin embargo sabía que era esa pieza corta, y no otra, ¡lo sabía, maldita sea!. Desde que pude comprobé que, efectivamente, la que tanto me había llamado la atención era la misma que le había llamado la atención al bueno de Marcel. Impactado con la coincidencia, me lancé a las interneses a buscar más información sobre las relaciones entre la música de Schumann y Proust. Hay bastante material. De hecho Schumann forma parte de Vinteuil, la ficción de compositor que crea el famoso pasaje de la sonata que se entrevera por toda la novela. 

Imbuido por el espíritu de las coincidencias, intuyendo- por un rato- un orden subterraneo del universo, seguí "investigando" y encontré un capítulo ("El ritornello") sobre las relaciones entre todas estas cosas tan bonitas en las "Mil Mesetas" de Deleuze y Guattari, que aún no he leído por completo. También, en youtube me llamó mucho la atención una master class de 1953 impartida por un afable viejito francés, Alfred Cortot, que desgranaba con gran sensibilidad la poesía y la belleza del este hermoso trozo de música. Buceando en el río de la alta cultura europea, me dio por saber quién era este intérprete y descubrí que el amable abuelete, además de gran pianista, fue un colaborador activo de los nazis durante el régimen de Vichy en Francia, declarado allí persona non grata tras la Liberación. También vi que Kempff, el que tan lindo toca a través de mis altavoces, fue incluido por Goebbels en la Gottbegnadeten Liste o lista de los artistas elegidos del régimen. Y sería una estupidez, una pedante subnormalidad decir que Proust fue nazi, ya que las circunstancias históricas eran otras, aunque cierto es que en su época fue acusado de germanófilo tanto por sus gustos musicales como por su posicionamiento en el asunto Dreyfus. Todo esto me transportó por caminos tangenciales a aquel viejo debate sobre la belleza, a escuchar por un lado a los que aseguran que ser una persona refinada y sensible, un desgustador sibarita de la belleza, no es incompatible con ser el más grande hijodeputa genocida, y por otro lado a los que dicen que alguien que realmente, de verdad de verdad, ha cultivado su sensibilidad y comprendido qué es lo bello es incapaz de cometer ninguna atrocidad.  

"S/t" 14 X 15 cm. Óleo/lienzo. 2013

Se me acaba la tarjeta sanitaria europea en dos meses, que no me van a volver a expedir y estoy enfermo de una hernia. Al ir al hospital a tramitar mierdas con mi seguro de mierda de pobre de solemnidad a punto de caducar, tuve otro momento de revelación cultural cuando una burócrata me asombró con una frase de una justeza poética similar al comentario de Proust: "Herr Otero, Sie sind komisch versichert". (Señor Otero, usted está extraña/rara/graciosamente asegurado). Entonces me acordé de Schumann, de Proust, de Cortot y Kempff, del niño durmiente y el poeta cantante, de vivir el arte intensamente, de darlo todo por la pintura y que me importe un carajo el resto, y también de Bárcenas y de Rajoy y del fascismo rampante y de que no pasa nada, y pensé para mis adentros cosas espantosas. Luego me dije que en fin, todo se acabará por arreglar, ya vendrán tiempos mejores, resistir es crear, etc.

Me cago en sus putas madres, fascistas de mierda.

martes, 30 de abril de 2013

PORQUE SÍ

                       


Circula por las Interneses este llamativo cartel. La cosa se explica bien por sí sola. Pero en el caso de que alguien siga despistado, nunca está de más insistir en que los artistas estamos hartos de pertenecer a un sector de los trabajadores al que aún no se toma en serio. Necesitamos una urgente regularización de nuestra actividad profesional y un esfuerzo de comprensión por parte de la sociedad. Porque si bien, por un lado, resulta muy carismático ser artista (o al menos un poco más carismático que ser contable) por otro, el estigma del hobby y la supuesta subjetividad del quehacer artístico, entre otros asuntos turbios, nos impiden gozar de una respetabilidad profesional independiente de la figura tópica del bohemio inspirado, como sí la tiene un ingeniero, médico, piloto o profesor. Así, y como pone de manifiesto el cartel, no son infrecuentes las situaciones en las que un desconocido nos pide trabajar gratis: "Oye, ¡me encanta tu obra! ¿por qué no te enrrollas y me haces un cuadrito?" una falta de respeto profesional tan grave como esta otra: "Oye, he escuchado que eres un fisioterapeuta excelente, ¿por qué no me arreglas la espalda, totalmente gratis?" Yo, artista, no te voy a pintar un cuadro igual que tú no me vas a regalar el sueldo que has cobrado en dos días de trabajo en la oficina.

Esta doble actitud hacia los artistas (la admiración por la obra y figura del genio, y el menosprecio de su persona en tanto que profesional liberal con facturas que pagar) nace de una más soterrada desconfianza hacia las cosas que, aparentemente, "no sirven para nada", prescindibles, como un poema, sinfonía o dibujo. El arte es algo muy bonito pero cuando las cosas se ponen feas (crisis, vacas flacas, austeridad) la sociedad sabe establecer rápidamente las prioridades, y entre estas prioridades nunca jamás figura el arte. La industria del automóvil sí es prioritaria, la industria militar sí es prioritaria, los programas de cotilleo y el fútbol son prioridades pero el arte no. Esta afrenta histórica afecta no solo a los artistas sino también a todos los trabajadores de la industria cultural, que son precisamente los encargados de quitarle el aura mistizoide a lo artístico recordándonos que la cultura no solo es vital en razón de unas supuestas ideas elevadas como la libertad, la creatividad o la educación de la conciencia crítica sino que también representa un sector sumamente competente a la hora de generar negocio y empleo.

Todo esto está muy bien y es necesario que se defienda. Pero démosle la vuelta a la tortilla. Convoquemos al Espíritu de la Contradicción, siempre tan querido en este humilde espacio, a ver qué se cuenta.


Juan Hidalgo "Jugando con bolas"

Cuando mi padre escuchaba aquel conocidísimo mantra de aeropuerto español que desde los altavoces reza "mantenga sus pertenencias controladas por usted en todo momento" seguidamente decía: "de lo que me entran ganas es de abrir las maletas aquí mismo y tirarlo todo por el suelo para que la gente se lleve mis cosas" A mí, de lo que me entran ganas cuando leo el cartelito del pundonoroso artista que no trabaja gratis es de abrir mi estudio y comenzar a regalarlo todo en función de mi pura gana o de cómo haya tenido el día: me apetece regalarte un cuadro, pues te lo regalo. Eres un gilipollas y te odio a muerte, pues no vas a tener un cuadro mío ni aunque me pagues doscientos millones, en fin, volver a ingresar a las artes en su oscuridad, su silencio y su secreto, en donde se escondían de las subnormalidades propias de la sociedad. Solo hace falta dar un paseo por la calle con los ojos bien abiertos para darse cuenta de que en la sociedad solo imperan la barbarie y la demencia. 

El arte no es la cultura sino algo que está en su contra. Cuando el conjunto de la sociedad dice "sí", el arte dice "no", y viceversa. Pretender hacer del arte una profesión común es la máxima expresión del pensamiento mediocre. El arte sucede te paguen o no, te estafen o estafes, seas rico o miserable, un criminal o un santo porque el artista es, antes que nada, un vicioso, un enfermo, un tarado que no sabe hacer otra cosa y que actúa por pura necesidad. El arte es autotélico, tiene en sí mismo su propia justificación, se produce independientemente de que la sociedad vaya bien o mal, y el artista verdadero no es aquel triunfador capaz de adaptarse a los cambios del entorno o del mercado sino lo contrario, una persona incapaz de adaptarse a nada, un maníaco al que trabajar como trabajan el resto de buenas almas, librando los findes, cotizando y pagándole a Hacienda le genera la más perfecta de las infelicidades. Un artista no trabaja. No importa que se pase diez horas diarias haciendo cosas en un taller, o que sufra de las extrañas agonías propias de la creación; ser artista es liberarse de la maldición bíblica, no dejarse la piel y la vida currando como lo hacen el albañil o el abogado competente sino entregarse al vicio, al juego, al exceso, al ocio. Y para poder seguir practicando todo esto el artista estará siempre dispuesto a parasitar, estafar, malvivir, pedir limosna, comer poco y autodestruirse como la figura del antiguo griot africano, encargado de transmitir con la música y el canto la memoria de su pueblo al tiempo que vagabundea metiéndose con la gente, bufón entrometido e indeseable. El artista le dice al profesional respetable: "tú puedes seguir deslomándote para salvar al país, luchando por la Patria y por la Raza, que yo voy a continuar jugando con bolas, hasta que me muera o me aburra, y si por algún milagro me ves con buenos ojos porque te parece que el resultado de mis actividades es muy importante para el desarrollo de una sociedad sana, tanto mejor, podré comer más, tomar algún que otro gin tonic y pasar menos penuria material, lo cual no quita que dicho desarrollo me importe poco en el momento sagradísimo en el que debo juguetear con mis testículos por absoluta necesidad"

Podemos poner muchos más ejemplos sacando a la palestra el muy complejo debate- en el que aquí no vamos a entrar a fondo- acerca del valor y el precio de las obras de arte. Yo pinto un cuadro, lo veo después de cierto tiempo, no me gusta y lo tiro a la basura. ¿Pienso acaso que acabo de depositar mil euros en el contenedor? ¿Lo piensan ustedes, sinceramente? Si compran arte, deberían. Imaginemos que un listillo me vio tirando la obra al contenedor, la saca, la limpia de inmundicia, y tiene la suerte de colocársela a una persona adinerada, que comprará basura a precio de objeto de lujo. Mientras sigan dándose este tipo de situaciones, paradigmáticas del arte contemporáneo (latas de mierda, urinarios, obras inmateriales, etc.) que el artista sea un profesional liberal cualquiera es, en rigor, una soberana majadería. 

Pues bien, sin animos de querer resolver la cuestión- que cada cual la resuelva como crea conveniente o cargue el peso de sus respectivas partes en un hombro distinto- aquí les dejo con el cartel correspondiente a la pequeña reflexión del Espíritu de la Contradicción; uno, por así decirlo, políticamente correcto y otro no tan conciliador pero no por ello menos elocuente.



y también:


domingo, 3 de marzo de 2013

JAMA // VIRGILIO

1) ¿La alta cocina es un arte? ¿Puede haber poesía en un sofrito? ¡Me importa tres cojones! Se ve que la cocina sí es arte, Ferran Adrià en la Bienal de Venecia y tal y pascual. Si los expertos del arte dicen que algo es arte, es arte; si algo aparece en el museo, es arte. Sus buenas razones habrá, pero son razones que me la traen floja. Lo que no entiendo muy bien es qué cosa tan especial que le ven al arte, con lo bueno y digno que es hacer comida y comérsela, sin más. 

Pues bien, hoy, con todos ustedes, ¡mamá, quiero ser artista!

Llevaba algunos meses dándole vueltas a un problema teórico que ha terminado por resolverse con una receta de "cocina creativa". Si ya existe no hay problema; los que fuimos al colegio sabemos que ninguna creación se produce ex nihilo.

La cuestión era que, a pesar de que adoro el arroz negro con alioli, encuentro en la mezcla de ambas cosas una textura bastante desagradable. La salsa aceitosa revuelta en el arroz forma una masa jediondilla que ensucia los colores de los elementos separados. Se hacía necesaria una mayor autonomía de dichos elementos, era pertinente una emancipación en orden de que la mezcla final tuviese lugar en la boca y no en el plato. Así, tras algunos intentos fallidos y experiencias con falsos amigos, conseguí echar mano de las metáforas adecuadas: el libertador de las Américas Simón Bolívar y la resistencia vietnamita al invasor yanki, que nos traen estas  
  
EMANCIPACIONES BOLIVARIANO-VIETNAMITAS DE ARROZ NEGRO CON ALIOLI


No son croquetas. Son emancipaciones.

Ingredientes (4- 5 personas)

300 gr. de arroz negro.
Alioli (el mío es de mentira, con huevo)
Papel de arroz vietnamita para freír.
Harina de millo (maiz) precocida (Harina PAN).
Cilantro fresco.
Un huevo.
Gambas pequeñas peladas sin cocinar (100 gr.)
Aceite de girasol.




Se hace un arroz negro bastante seco, parco de aceite. El mío ha sido hecho únicamente con un sofrito para paella simple (tomate, cebolla, ajo), arroz, calamar finamente troceado, tinta de sobre, una pizca de pimentón y sal.

Dejamos el arroz enfriar hasta la temperatura ambiente. 

Humedecemos el papel de arroz y hacemos un rollo o paquetito con el arroz negro, añadiéndole a la mezcla cilantro fresco picado y las gambitas. Reservamos hasta que el rollo haya adquirido una consistencia sólida. 

Pasamos los rollos por huevo y los rebozamos con harina de millo precocida. La más famosa es la de la marca P. A. N., con la que habitualmente se hacen las arepas, empanadas, etc. pero hoy he conseguido otra, además bio (la P.A.N. contiene elementos que han sido genéticamente modificados)  





Con el aceite muy fuerte ponemos a freir los rollitos hasta que quedan dorados. 

Una vez hechos, los ponemos en papel de cocina para que absorban la grasa sobrante y cuando estén tibios los cortamos en trozos circulares de aproximadamente 1cm. y medio. Servimos inmediatamente con alioli.  

Cuando saboreemos nuestras emancipaciones podemos recordar aquel refrán del Libro de la Sabiduría que reza: 
  
"Cuanto más artista es un artista, menos pregunta qué es el arte y más dónde está la j.a.m.a."


2) La semana pasada empecé una de esas, así llamadas, grandes novelas de la Historia de la Literatura "La Muerte de Virgilio" de Hermann Broch. Me ha llamado poderosamente la atención el párrafo que abajo les transcribo, cuando el personaje principal, Virgilio, el más grande, excelso y laureado poeta latino, acompañando a César Augusto a la ciudad de Brindisi, pasa, ya viejo y porteado en una litera por varios esclavos, por la calle de la miseria. Le ocurre como cuando uno pasea embelesado recreándose con el recuerdo de la sobria excelencia de la "Vista del Jardín de la Villa de Médicis" de Velázquez y de pronto pisa una mierda, o se dedica a estudiar con ahínco el concepto de hegemonía en Gramsci  para echarle un poco de luz al panorama político contemporáneo y de repente escucha el Gran Debate de Telecinco: irrumpe lo que hay, nos rompe toda la mamona y, en determinada medida, está bien que así sea.    



"Y entonces aquí, donde casa tras casa emanaba un hedor bestial de heces a través de las abiertas fauces de las puertas, aquí en esa marchita alcantarilla habitada, por la que iba en andas sobrellevada la litera, de modo que podía mirar dentro de los pobres cuartos, que tenía que hacerlo, impresionado por las maldiciones que las mujeres le lanzaban salvajemente y sin sentido a la cara, impresionado por el lloriqueo de los niños de pecho, en camas de trapos y harapos, enfermizos, por todas partes herido por el humo de las teas de pino fijadas en las paredes agrietadas, herido por la olorosa suciedad de los hogares y sus sartenes de hierro grasientas y cubiertas de vieja roña, herido por el cuadro estremecedor de los ancianos momificados, casi desnudos, por doquier agazapados en los negros agujeros de las casas, aquí comenzó a invadirle la desesperación, y aquí, entre las guaridas de los piojos, aquí, ante esa extrema degeneración y esa putrefacción la más mísera, aquí ante ese encarcelamiento en lo más hondo de la tierra, ante ese lugar de nacimientos malignamente dolorosos y de reventar con una maligna muerte, la entrada y la salida de la existencia entretejidas en la más estrecha hermandad, oscura intuición la una y la otra, sin nombre la una y la otra en el espacio sombrío de un mal sin tiempo, aquí en esa nocturnidad y lujuria sin nombre, allí tuvo que cubrirse por primera vez el rostro; tuvo que hacerlo bajo la risa gozosa e insultante de las mujeres; tuvo que hacerlo para una deliberada ceguera, mientras era llevado, peldaño a peldaño, por la escalera de la calle de la miseria...
—«¡Animal, animal de la litera!», «¡Se cree que es más que nosotros!», «¡Saco de dinero en el trono!», «¡Si no tuvieras dinero, ya te gustaría andar!», «¡Se hace llevar al trabajo!» — aullaban las mujeres...
—absurdo era el granizo de palabras ultrajantes que crepitaba sobre él, absurdo, absurdo, absurdo, y sin embargo justificado, sin embargo admonición, sin embargo verdad, sin embargo locura elevada hasta la verdad, y cada injuria arrancaba un trozo de orgullo de su alma, tanto que ésta quedó desnuda, tan desnuda como los lactantes, tan desnuda como los ancianos en sus andrajos, desnuda de tiniebla, desnuda de olvido total, desnuda de pura culpa, inmersa en la desnudez invasora de lo indistinguible (...) Mera divinidad aparente había sido la cumbre de su camino demasiado dilatado, locamente dilatado en júbilo y alborozo, hasta la magna vivencia del poder y la gloria, dilatado hasta ese punto con lo que él había llamado locamente su poesía y su conocimiento, en la ilusión de que le bastaba sólo con retenerlo todo, para atrapar la fuerza del recuerdo de un presente eterno, y ahora esto precisamente demostraba ser sólo falsa y aparente divinidad pueril, inmoral usurpación de divinidad, expuesta a cualquier irrisión, a la desnuda irrisión de las mujeres, a la irrisión de las madres engañadas e inengañables, a cuya tutela había sido incapaz de escapar por debilidad, pero en nada más débil que en su pueril juego de dioses. Oh, nada puede oponerse a la desnudez de la irrisión, ninguna irrisión contraria puede detener la burla, el único remedio es cubrir la propia desnudez, la desnudez del propio rostro; y con el rostro cubierto yacía él en la litera, cubierto todavía cuando finalmente, pese a todas las paradas, peldaño a peldaño, realmente contra toda esperanza, se vio fuera de la infernal garganta de la calle, de la infernal barbarie de la risa, y un mecerse más calmo de la litera reveló que se adelantaba otra vez por un camino más llano."

viernes, 1 de febrero de 2013

CANARIAS, CENTRO DE EUROPA (Dos parábolas y una actitud)

Laura y Vanessa en Quito (Ecuador)

La parábola de Correa

En el año 2009, el presidente de Ecuador Rafael Correa y su ministra de Defensa decidieron no renovarle el convenio de cesión gratuita de la base militar de Manta al ejército de los Estados Unidos, un acuerdo que se venía efectuando desde el año 2000. Cuando la administración estadounidense le pidió explicaciones a Correa, éste accedió a renegociar la cancelación del convenio solamente si el Gobierno de los Estados Unidos le habilitaba al ejército ecuatoriano una base militar en Miami con el fin de proteger los intereses ecuatorianos, teniendo en buena cuenta que son muchos más los ciudadanos ecuatorianos que viven en el territorio estadounidense que los estadounidenses que residen en Ecuador. 

El canario se baña en el agua y reflexiona ante los barrotes de su linda jaula

Canarias

¿Qué se dice que es Canarias? Canarias es en relación a Europa una región, así llamada, ultraperiférica. Su situación geográfica ha condicionado muy fuertemente su historia. A pesar de haber sido tierra de paso y acogida de diversas culturas siempre ha estado marcada por el "atraso" respecto a la España peninsular, a su vez, también "atrasada" en el contexto europeo. Este es el territorio mental, el marco referencial que hemos heredado y del que se destilan palabras clave como identidad, cosmopolitismo, capital, periferia, insularidad, aislamiento, dependencia, autodeterminación, etc. ideas que surgen del partido de tenis entre el adentro y el afuera, en donde el afuera suele imponerse como Leitkultur y el adentro, pues bueno... lo que hay; si te gusta bien y si no te vas para Alemania. 

A mí, Canarias no me gustaba mucho y, en consecuencia, me fui a Alemania. Bien es cierto que las Islas con las que pretendí cortar en seco no tienen que ver con las de hace cuarenta años, o doscientos, en donde el desfase entre periferia(s) y centro(s) era muy acusado y el irse suponía prácticamente exiliarse. Yo en Las Palmas estoy como Pedro por mi casa, no "siento" que me he ido a Berlín hace ya una década, quizás porque sé que hoy en día en Canarias realmente "hay de todo".  No hay uno, sino varios expertos en cómic Marvel, en violín barroco, vulcanología, historia medieval francesa o ingeniería naval. Ya no es estrictamente necesario formarse fuera para tener nociones sólidas respecto de casi cualquier tema. De hecho, y en el ámbito de las artes, estoy seguro de que cuando vivía aquí estaba más al loro de lo que se cocía en la escena metropolitana de lo que estoy ahora, quizás porque aquel supuesto handicap de vivir en la (ultra)provincia me forzaba a la sobreacumulación informativa. Con las interneses ya todo el mundo se lo sabe todo, ¿no?

Así, en estos momentos en el que el clásico sentimiento de inferioridad del canario se ha depotenciado gracias a la seguridad que otorga el saber que "lo nuestro" es perfectamente equiparable en calidad al producto de la metrópoli, el segundo escalón, al que nos ha tocado subir a las últimas generaciones, pasaría porque nos hiciéramos valer allí, dicho vulgarmente, saliendo fuera a triunfar. ¡Y hemos triunfado! Canarios de pro viven por todo el mundo como buenos embajadores de su tierra dejando muy alto el pabellón insular. Lo repito: "Canarios de pro viven por todo el mundo como buenos embajadores de su tierra dejando muy alto el pabellón insular" ¡Pues me cago en los canarios que triunfan por el mundo! 

Les invito a una inversión de todos los valores. 

Yo, Rafael Correa, presidente de Ecuador, a cargo de un ejército insignificante, le propongo a los Estados Unidos de América, la superpotencia mundial, instalarles una base militar en Miami para velar por su seguridad. El asunto, de entrada, parece una coña. Pero va muy en serio. Yo les propongo a todos ustedes que dejen ya de hacerse valer en el extranjero suprimiendo la idea de lo foráneo y con ella la de lo propio. 


Mapa de Europa Central.


Canarias es el centro de Europa. 

No se trata de que en Canarias también se hagan cosas buenas, que nos hayamos librado de nuestras trabas históricas y prejuicios y estemos  preparados para los retos de la modernidad, no, no... Hay que interiorizar- si es que queremos ser europeos- que Canarias es la esencia irremplazable de Europa, su núcleo duro, Picadilly Circus, la Atenas de Pericles, la sede del BCE, la cuenca industrial del Ruhr, Unter den Linden, la Bastilla durante la Revolución Francesa; en Canarias se corta el bacalao, así ha sido siempre y lo es en estos mismos instantes, con las cosas como están. No en un futuro deseable, sino YA. 

Es inútil esforzarse por superar mentalmente el complejo de inferioridad, por "igualarnos" o hablarle de tú a tú a Occidente. Lo que debemos hacer es actuar como Cabeza de León (dice el dicho que el provinciano con sueños de grandeza solo puede ser "cabeza de ratón" en su tierra o "cola de león" en la capital) ser la Leitkultur de Europa, cuando es evidente que tal y como funcionan las cosas es imposible que eso suceda. Al igual que el ejército ecuatoriano en territorio estadounidense, el canario debe invertir la línea tradicional que va desde su ultraperiferia mental a los centros metropolitanos, sin anular la subordinación pero cambiando de sitio el elemento subordinado, porque es el dominado el que reflexiona sobre su condición miserable y sufre por ella. El dominante solo actúa en función de lo que cree que le llega por naturaleza, y tan tranquilito se queda.

Las personas cultas y respetuosas que viven en el centro del mundo tienen una actitud magnánima cuando contemplan las "otras culturas". El buen ciudadano de metrópolis, el que no se considera un xenófobo y jura y perjura que no tiene prejuicios culturales, jamás se atrevería a menospreciar abiertamente cualquier expresión proveniente del extrarradio, siempre y cuando ésta sea razonable. Esta magnanimidad suele ser tan bienintencionada como automática y está cargada de la misma  suficiencia que la etiqueta musical "world music". Se entiende que existe la música (occidental) y después el resto, la "world". ¿Puede "nivelarse" o "corregirse" esta actitud bonachonamente etnocéntrica mediante el diálogo, mediante la tolerancia, mostrándole a los metropolitanos que nosotros también sabemos hacer las cosas como ellos? Yo creo que no. Es la hora de que el ejercito de Ecuador (ridículo) le de clases de estrategia militar a los marines estadounidenses, de que los canarios (atrasados) le digamos a los alemanes cómo hay que arreglar no nuestras cosas sino las de ellos.

Sería fácil objetarle a esta actitud su carácter poco novedoso de impostura y sobrevaloración, que pasaría por negar la historia y las evidencias socioculturales contemporáneas en las Islas, como si se tratase de una implantación forzada del espíritu cosmopolita, un injerto mal hecho que tendría por protagonista a la muy poco original figura del moderno de pueblo, con sus posaderas en el barucho del barrio, tomándose un leche y leche, y la cabeza (y el outfit) de catwalk por la Fifth Avenue. Por eso, antes que nada, hay que tener muy presente que el desastre ya se consumó, que es completamente imposible que el ejercito de Ecuador defienda al mundo, y que somos personas nacidas en un lugar en donde la mayor parte de la población hace setenta años cagaba detrás de las tuneras. En efecto, las Islas Canarias son una comunidad autónoma cuyo sustrato cultural, más allá de las alharacas oficiales, es muy pobre, hechas a imagen y semejanza del nuevo rico, con sus cortoplacismos y esnobismos subnormales como el body sushi frozen yogurt bubble tea, enfermo que está con la cultura de la importación. Uno debe saber bien todo esto y a la vez hacerse el loco, porque es menos útil y más torpe ser el moderno del pueblo que el tonto del pueblo, al que nada le ha pasado, nada le falta y tiene todo lo necesario aquí, a su entera disponibilidad, como si viviese en la Arcadia. Como si, como si, como si. 

De esta manera, si obviamos lo seductor del viaje exótico, sería una temeridad profesional, un capricho, hacer una exposición en una galería de Berlín si nos han dado la misma fecha para el Ateneo de La Laguna. A la capital no se muda uno a empaparse de influencias y abrir los horizontes sino a aislarse, a concentrarse, después de haber pasado años sumido en la vorágine de la intensísima vida cultural de Telde. Así, si un día aparece por aquí, por ejemplo, Julian Schnabel y resulta que por algún motivo (aburrimiento, insistencia de un amigo, nada nuevo en la Casa de la Cultura de Arucas... ) nos cuadra ir a su inauguración le podríamos decir: "Oye, están bien tus cuadritos, tienen su rollo. Por cierto, deberías mirarte las cosas de Fernando Álamo y las de Paco Sánchez, te podrían aportar un montón. ¡Mucha suerte!"  

¿Reivindicación de "lo nuestro"? No. En la metrópoli nadie reivindica "lo suyo"; crear obras de arte a partir de las raíces neoyorkinas o berlinesas sería algo bastante abstruso. "Lo nuestro"  hace aparecer de nuevo la siniestra sombra del "afuera", poniendo a funcionar el engranaje machihembrado del vencedor y el vencido. Uno reivindica "sus cosas" cuando se encuentra en una posición de desmejoría. "Lo nuestro" sería, por un lado, simplemente lo que se da, ocurre, es, existe, pasa delante de las narices y, por otro, lo que nos emancipa, libera y conviene, sea la pintadera guanche símbolo de la cultura prehispánica o un programa ambicioso de energía eólica para el Sur de Gran Canaria. "En Clave de Ja", no. Soria y su petróleo, tampoco.

Hay que pensar que en esta mierda de territorio que pisamos está todo lo que hay y que está bien que así sea. Aquí y no en otra parte, con sus calles llenas de chicles, edificios feos, baruchos con borrachines jugando a la tragaperras y con sus endémicos tarugos, troncocoles lamentables en puestos de responsabilidad por los que debemos pasar si queremos hacer cualquier cosa, está toda la baraja. El escenario de representación lo tenemos frente a nuestra jeta. No en Berlín ni en San Borondón. 

Invertir la posición vertical poniendo al dominante a dominar en un contexto en el que manifiestamente es imposible que tal cosa suceda (¡pobre ejército ecuatoriano!, artista insular, ¡infeliz!) acabaría invalidando dicha dominación, la que sucede de facto, la que sufrió el canario y la que sufre hoy en día, emperrado en salir a triunfar y mudarse a Berlín como hacen todos los gilipollas. Una actitud así no apelaría a la fuerza de resistencia sino que directamente invalidaría el marco discursivo; no más "lo de fuera", no más "lo nuestro". Estas categorías no podrían ya aplicarse, dejarían de tener sentido, como no lo tiene una broca del seis en un sofrito para paella.

El como si limpia por un lado la mirada servil, real y actual, que aun le profesamos a la metrópoli, correlato de nuestra añeja cultura de la importación, pero también- y esto es más importante- la altanería con la que miramos a otros pueblos con menor nivel de desarrollo material, en especial, en el África que tenemos aquí al ladito. Con estos "ejercicios espirituales"- algo esquizofrénicos porque es cierto que al tonto del pueblo, de cuando en cuando, se le va la olla- quizás podamos entender que la mejor definición de la metrópoli es la que se hace desde fuera de sí misma, en función de sus límites y en razón de todo lo que ésta excluye. 


¡Grandes noticias!


La parábola de Kerner  

En "Good bye, Lenin!" una  película del año 2003 que puso de moda a nivel mundial la Ostalgie, se cuenta como un hijo, Alexander Kerner, quiere ocultarle a su madre, muy enferma y ferviente comunista, que la República Democrática Alemana está en sus últimos días. Para ello prepara toda una estrategia de simulación sofisticada cuyo punto culminante tiene lugar cuando consigue retransmitirle a la madre un falso telediario que anuncia que las masas alemanas, hartas de la represión, la hipocresía y una vida cotidiana alienante e insoportable, rompen el Muro y se lanzan jubilosas... a las calles de la R.D.A.