sábado, 23 de julio de 2011

Prólogo/Epílogo

[Hace pocos días que regresé de un viaje de un mes por Bolivia, Perú y Ecuador. Tenía la intención de redactar diariamente unas notas escuetas con impresiones que me sirvieran en el futuro para recordar la experiencia, refrescando así mi memoria de pez, pero el proyecto quedó solo en dos notas; el primer día de viaje y el último. En fin, ¡falta todo! Me resignaré a mirar las fotos, aunque éstas llamen a otra memoria distinta que la de la letra]  


Aeropuerto de Lima. 21 de junio
Acostarse tarde, levantarse muy temprano. 04:30h. Verano en Berlín. Ya hay luz a esa hora. "Ligero de valijas" se impone como lema del día y veremos si del viaje. Vuelo Tegel- Madrid sin pena ni gloria, con una parejita al lado en plena discusión lacrimógena en torno a los sentimientos de él acerca de la familia de ella. Ella llora. Yo miro por la ventanilla. Ambos portan sendas tabletas Ipad. Él la enciende, ella no. En frente y de refilón una hermosa germana. Comienzo a hincarle el diente a la biografía de Duchamp que me prestó Álamo; la lectura perfecta para este viaje infinito. Duchamp: su retruecaneo excesivo llega a aburrirme, no en sí mismo sino por todo lo llovido después, su influencia y émulos. Me gusta sin embargo- y en el libro sale bien retratado- su proceso creativo, muy poético, intelectual pero no frío, lleno de encontronazos con el azar y elementos descontrolados poco científicos. Su fachada de franchute enterado y fama posterior le han hecho daño a esa deriva suya tan singular. Es extraño que haya sido un artista tan influyente con una obra tan difícil de "enganchar". Vuelo Madrid- Lima relativamente agradable, asiento estrecho, dolor de pies, comida decente dentro de la miseria, una peruanita joven y pequeña al lado que reía en alto con la eterna comedia romántica de Jennifer Aniston, un peruano delante residente en Israel que me estorba con sus manos gordinflonas cuando las lanza por encima de la cabecera de su asiento, y una escena cómica en el asiento de detrás protagonizada por una rusita mona y un peruano, que dice que quiere quedar con ella en Lima. Ella le advierte de que tiene novio en Lima. Él no se lo traga y se rie. Después de un buen ratazo escucho sin error de boca de la rusa la frase "Please, keep the distance". La pirula de dormir Sedotime, mucho menos poderosa de lo que esperaba, no obstante me quedo frito un rato, con baba inclusive, un pequeño momento que quizás fuesen dos o tres horas de las once que dura el vuelo. Desde que se divisa la tierra, no veo ni rastro de huella humana practicamente hasta llegar al Pacífico: puro Amazonas hasta los Andes. Bajo una panza de burro muy espesa- la famosa garúa- se esconde Lima, una ciudad que apenas llego a ver bien. El Pacífico, en efecto, muy Pacífico, al menos hoy. Cuando voy a facturar para La Paz me dice el zoquete de turno que el vuelo está sobrevendido. Noto el poder del imposible kafkiano y me pongo un poco facha con el hombre insistiéndole en que llevo cientos de horas de tránsito desde Europa, entonces me dice que está todo bien, puedo embarcar porque "tengo puntos". Aun así me cobran un recargo por no sé qué cojones, que me obstino en recuperar coleccionando facturillas y papelejos para una reclamación que jamás haré. Bebo café. Termalgin. Inca Kola... ¡su puta madre! es de The Coca-Cola Company. Tengo un extraño tembleque. Quiero ya llegar a La Paz y que todo comience.




Aeropuerto de Lima. 19 de julio.
Como ya secretamente intuía, no escribí ni un solo día acerca del viaje. Pero como la espera por el avión, ahora mismo, se hace eterna, y por otro lado acabo de recordar muchas cosas (cosillas, más bien) al releer aquella nota de hace casi un mes, que me parece un siglo, escribiré una especie de colofón que habrá de completarse por defecto con las fotos de esta aventurilla, aunque éstas evoquen otros materiales distintos a los esperados. Levantarse a las seis de la mañana, con indigestión permanente y acidez salvaje de aquel delicioso ceviche de marisco que comí hace cuatro días y que después del gozo sublime me mató. Este último trecho lo tomo con soñolienta resignación tras haberme recorrido en guagua media Latinoamérica. ¿Que son once horas de vuelo en comparación a veinte- este fue el record-, día sí, día no, con las rodillas anquilosadas, rodando a mil por hora por una carretera sembrada de lomo de burro y oyendo por obligación el traqueteo rítmico de la jovial bachata a todo volumen que no cesa ni en medio de la noche? Me noto el cuerpo cañeado, ojeroso, inflado en la barriga, con acido corrosivo por el esófago, empanao (apanao) y echando de menos mis habituales ronroneos de pensamiento y otras rutinas de persona de avanzada edad. Berlín en verano. Lo que queda va a estar guapo, pero no le veo la cara a ese gozo. Lo sé pero no lo nachvollziehen. La mañana temprana dejó dos imágenes potentes. En el taxi, la olla paceña a mano izquierda, las luces de la ciudad quitándose las legañas y al fondo el Illimani, montaña majestuosa donde las haya. El color general de la estampa es uno de esos violaceo-azulado-amarillo que sirven para rallarse de por vida como pintor. No está en la carta Pantone, eso seguro. La otra imagen, tras una espera insulsa en el aeropuerto durante la que me gasté los últimos setenta bolivianos (7€) en unas gafas de sol de marca, falsas pero bien hechas, antes de rellenar papeles de inmigración y hacer colas presentando documentos (el burro de aduanas me rompió el pasaporte separándole la carátula), fue la vista de El Alto desde el aire. Parecía una especie de maqueta mal hecha pero grandiosa de pequeñas casas de cartón, extendiéndose por un altiplano que no acaba nunca. Ah, antes de ingresar en el avión me encontré con el Español, amigo de mis amigos, que se iba a Cuba a vivir, el jodío. "Goosa" le dije. Vuelo La Paz- Lima placentero y con mucho que ver: Altiplano, lago Titicaca, cimas nevadas y el denso manto de nubes de Lima en invierno. Lima. Si fuese una persona le diría "menuda personaja estás hecha" Decadente, oscura, húmeda no, mojada, gigante ciudad fea y como moribunda. En el asiento de al lado un señor boliviano bien torpón que iba a un curso en Quito titulado "El medio rural en los Andes" me dice con gran júbilo "¡qué bueeeno!" refiriéndose al miserable sandwich (o sanduche) que nos sirven. Llegué a pensar que se trataba de un comentario irónico, pero no, no lo era. No todo el mundo se dedica a soltar ironías como yo y los míos, que la transpiramos casi. Estoy un poco hasta los huevos de cierta clase de  ironía, esa que solo es una pantalla defensiva. Reflexionar sobre eso hizo que el sanduche (o sandwich) me supiese mejor. Ya en el aeropuerto de Lima rebusco soles peruanos sobrantes y con los que consigo apañar me compro una Inca Coca- Kola y un paquete de galletas cracker, no sé si es lo mejor para la acidez pero esto es lo que hay, hasta que llegue a casa estaré un poco pasota. Leo una Historia de Canarias. Pienso muchas cosas de Canarias, cosas de hoy, a gran velocidad, y de pronto me asalta sin quererlo como un fantasma intermitente el retrato fotográfico semisonriente de Paulino. No voy a hablar de Canarias. La escala en Madrid será corta así que dudo que vaya a escribir mucho mas. Termino de manera abrupta este extraño diario de viaje con forma de tapas de pan para bocadillo, o solapas de libro, en donde precisamente lo que falta es el embutido, el libro, el relato del viaje.