sábado, 17 de diciembre de 2011

Citismos (el Enano)


"Tú puedes ser el máximo cretino de la vida, el más absurdo y ridículo de los soplapollas que si te dedicas todo el rato a decirle a todo el mundo que eres chachi al final habrá algunos que se lo crean. Tú puedes ser medio cojo de una pierna y dedicarte a contarle a la peñita que te encanta correr los cien metros lisos, que es tu pasión aunque los hagas en veinte minutos, que ellos al final pensarán de ti “ese tío es un atleta”. Es como ser negro y decir “¿te gusta mi piel tan blanquita?”. Algún listo se dio cuenta hace siglos que aunque uno sea negro como un tizón, si repite mucho, mucho, que es blanco, tipo noruego, al final la piel se aclara un poco en la cabeza de las gentes"

R. A.


En los tiernos años de la universidad circulaba por mi facultad, para el uso del alumnado, la herramienta metafórica del pensarse "enano en hombros de gigante". Ésta operaba cubriendo la insignificancia de la propia trayectoria artística (la del estudiante que apenas ha tenido tiempo de hacer nada) con el paraguas del prestigio de las obras inmortales. Así, si uno hacía un dibujillo cualquiera, bastaba luego con relacionarlo con algún gran hit de la historia del arte o el pensamiento. Esta estrategia servía para que muchos nos quitásemos el miedo ante el lienzo en blanco, quedando nuestros primerizos garabatos justificados con la armadura intelectual (prestada) de un autor incontestable como, pongamos por caso, Walter Benjamin, posiblemente el más citado y menos leído en el mundillo de las artes plásticas. Uno pintaba un machango al que se lo llevaba la corriente por los aires y en vez de decirle a los compañeros y profesores: "Esto es un machango al que se lo lleva la corriente por los aires" decía "este es el Angelus Novus arrastrado por el imparable ciclón del Progreso" De este modo, no hablaba Pepito Pérez, larva de artista, sino que lo hacía Walter Benjamin a través de Paul Klee. El estudiante Pérez salvaguardaba la respetabilidad y de paso aprobaba la asignatura.


Dejando de lado la pedagogía bienintencionada, hay quien es incapaz de abrir la boca si no está encaramado sobre los hombros de un gigante abusón. Más allá de la utilización ilustrativa de una referencia, la literatura artística adolece de la enfermedad del citismo, de una verborrea de resabios sin raíz que circulan por aquí y acullá y que, las más de las veces, solo por el olor a muerto, denotan una falta de conocimiento real y un compromiso con los autores que se nombran. Ejemplos hay muchos: Derrida, teórico de la deconstrucción ergo sirve para comentar fotos de edificios en ruinas; Benjamin, escribía sobre los pasajes parisinos ergo le gustan los centros comerciales; Debord, critica el Espectáculo ergo funciona bien para cualquier cosa acerca de la TV... Pessoa son sus heterónimos (da igual lo que éstos dijeran), Proust, el recuerdo de una magdalena (no importa que "A la Recherche" sean siete tomos), Eliot una tierra baldía, Deleuze un rizoma, Heidegger el Ser, Nietzsche nihilismo, Marc Auge no lugar, Naomi Klein No logo, Vattimo piensa débil, Baudelaire fuma hachís y Foucault es maricón. Si uno se sabe quince o veinte de estos resabios ya puede lucirse con un texto artístico profesional. Si no lo hace es que "no controla".   


Este jugueteo tontilín pretende engalanar la tan respetable y hermosa desnudez de nuestra palabra (que con solo salir de la boca ya está llena de "citas sanas", pues el lenguaje es de por sí una maraña de referencias) con una suerte intelectualismo ornamental cuyo objetivo es prestigiarnos ante los que aún no se han agenciado con el catálogo de topicazos que llevamos bajo el brazo. La estrategia tiene un objetivo más o menos evidente: el  autobombo comercial / narcisista por la vía del intelecto. Hartos estamos ya de oír y asumir (por mucho que yo me enrrabiete en contra de ello) que un artista es un empresario. Debe promocionarse, vender su producto y repetir en alto, hasta la saciedad, sus monsergas propias para aspirar a un puesto en el mercado que le permita vivir de lo suyo. Siempre fue así, dicen. Rubens, dicen. El citismo, tan común en la literatura crítica, responde a la necesidad de adaptar la mercancía artística, de naturaleza difícilmente tasable, a las leyes del mercado. Los textos trufados de voces de autoridad descontextualizadas son certificados de calidad, informes técnicos, garantías para que los inversores y coleccionistas no se sientan timados con un producto tan vaporoso como el arte. Los objetos artísticos se profesionalizan a través de argumentos importados de diferentes disciplinas humanísticas; se ponen seriotes, simplones, pierden lo lúdico y la elasticidad que les es propia. No se puede tratar, nunca, de una hermosa cara pintada con muchos colores sino de una reactualización del retrato fauvista; de un complejo revoltillo hecho con papel higiénico por el suelo sino de una interpretación povera del espacio, del lento cambio de la luz de un proyector de video sino de un acercamiento digital al concepto duchampiano de lo infraleve, etc. El eufemismo viene de la mano del comentario experto, casi siempre vacío de un contenido sapiencial más allá de las etiquetas técnicas. Citar por citar es, de alguna manera, otro truquillo más para vender la moto. Cualquier cuestionamiento de estas premisas, otras maneras de  entender las artes y de ponerlas en conexión con el pensamiento, es visto como inocente o peor, como inculto y antiintelectualista. Si no citas a Benjamin "no controlas". Y si no me creen les cito al Horkheimer y Adorno de "La Industria Cultural". 


Sacudirse al mercado de encima y hacer lo que a uno le dé la gana como artista es casi imposible si no se es rentista o hijo de notario. Sin embargo, sí creo que es posible bajarse de los hombros del gigante abusón y hablar de lo que se hace (si hay necesidad) como enano, desde el suelo, aunque es cierto que así nos arriesgamos más a perdernos por los caminos de la miseria.  


Ya puestos a darle al autobombo... ¿por qué no vamos a por todas? 


SOY UNA GRAN PERSONA, PINTO UNOS CUADROS SOBERBIOS, VIVO EN BERLIN DESDE HACE NUEVE AÑOS, QUE ES DONDE VIVE LA GENTE GUAY Y ADEMÁS ESCRIBO NOVELAS GIGANTESCAS EXCELENTES. COMPREN MI NOVELA SI NO ME PUEDEN COMPRAR CUADROS (QUE SON CARÍSIMOS) UN LIBRO COMO NO SE HA ESCRITO NINGUNO EN CANARIAS, LLENO DE REFERENCIAS SUPER SESUDAS ESCONDIDAS BAJO LA SUPERFICIE Y A LA VEZ DIVERTIDÍSIMO (AÚN LES DA TIEMPO DE ENCARGARLO PARA LOS REYES MAGOS) FÍCHENME EN UNA GALERÍA QUE ME DE PASTA Y VISIBILIDAD, QUE SOY UN ARTISTA DE VERDAD, DE FONDO (TAMBIÉN CORRO MARATONES) PERO NO ME DEN EL COÑAZO CON EXIGENCIAS QUE RECORTEN MI LIBERTAD NI CON MUCHAS PRESIONES, Y SI SON MUJERES BELLAS ACUÉSTENSE CONMIGO CUANDO ME APETEZCA. HÁGANME CASO SIN SER BABOSOS Y HABLEN A LOS OTROS SIEMPRE BIEN DE MI.  





domingo, 6 de noviembre de 2011

Rayco Ancor



Este tipo con cara bobilín se llama Rayco Ancor y acaba de publicar su primera novela. Pero antes de hablar de ella, aclarémoslo todo.

Rayco Ancor es el pseudónimo que utilizo desde hace unos años para escribir historias de ficción. Lo que escribo no tiene demasiada relación con lo que pinto y en cualquier caso me gustaría que ambas dedicaciones fuesen paralelas, cada una con su desarrollo particular, sin más misterios.

He escrito ficción desde pequeño. Lamentablemente no conservo una bonita historia de contrabando de langostinos que compuse en la más tierna infancia, de título "¡Adiós Pepito, mi niño!", ni un épico poema romance en donde caracterizaba a los amigos de mis padres como contendientes en una batalla entre moros y cristianos, o el relato de un detective que acaba por accidente embarcado hacia Corea en un pesquero, piezas todas ellas que murieron con el disco de tres y medio. Cuando volví a retomar la escritura fue ya para hacerlo a cuatro manos. Mi amigo Efrén y yo, en el instituto, creamos un autor ficticio llamado Dase Antávide Otayser, que parió dos obras: "Crónica de mis años bestiale" una suerte de remembranza alucinada de los tiempos del instituto y, más tarde, "Maxima Moralia (Así habló Manpower)", un decálogo de consejos morales orientado a los jóvenes. 

La producción de Otayser era bien particular y se apoyaba en un mundo propio a veces demasiado oscuro y personal. Sus maneras eran, por una parte, didácticas, enciclopédicas, iluministas, y por otra aberrantes, excesivas, insultantes y descuidadas. Sus referentes; el Apollinaire de "Las once mil vergas",  el King Africa de "La bomba", el Nietzsche que mira al horizonte con el sable en la mano, vestido de uniforme prusiano, el primerísimo Félix de Azúa que duerme con una rata o los Caballeros de Zodiaco en la campaña del Santuario. Bukowski no. 

"Maxima Moralia", terminado en el 2004, contiene un capítulo del que brota Rayco Ancor. Se llama "De la Poesía" y me parece un texto brillante, que no envejece sino que rejuvenece con el tiempo. Habla de la situación general del arte lírico entre la juventud. Allí, en una nota a pie de página, Otayser parece estar poseído y de repente habla con otra voz: nace la voz ancoriana.

Poco más tarde, ya solo, comencé a escribir relatos de tres o cuatro páginas con aquel tono que se hizo tan fértil. Recopilé sesenta cuentos, los mandé a una editorial y ésta publicó el año pasado mi primer libro. "Lo que hay y otros cuentos" Ediciones Idea. 2010. Un fracaso de ventas considerable pero un fastuoso éxito de la crítica entre mis amigos.

Sobre este libro hay un buen artículo de PSJM que cuenta mejor que yo de qué va el rollo. 

En un inicio me pareció jugoso mantener el anonimato y hacer creer que Rayco Ancor era real, pero hace muy poco he decidido acabar con el misterio, básicamente por hastío general y porque me empieza a molestar la confusión esquizofrénica de las autorías.

En un momento, la inocente ilusión de que Rayco Ancor fuese un autor demandado por las masas y anónimo, del que los mataos robasen libros en las librerías, me sedujo, pero alcanzar ese status suponía, para empezar, un compromiso profesional que no estoy por lo pronto dispuesto a llevar adelante. Además, que un autor misterioso sea leído masivamente en Canarias se las trae. Difícil es ya que la gente lea un poquito. No, no. Yo soy pintor profesional y me debo deshacer buscando contactos, promocionándome, autobombándome, "acudiendo a saraos y cuchipandas para poder llenar el caldero de garbanzos" como dijo el otro. Así que este es mi hobby. Aunque, ¿es un hobby escribir novelas de seiscientas páginas? 

Hoy estamos de celebración.



Aquí está mi primera novela ¡Risa! Me ha llevado años terminarla. Ha sido cosa seria. Desmarcándose un poquitito de "Lo que hay y otros cuentos" (no se centra en historias de gamberros, aunque alguno haya por ahí) en ella sobresale de entre las muy distintas voces la de su protagonista Jose, una "persona normal", un bobilín pero con buen fondo, que se esfuerza por ser mejor. "¡Risa!" es, de algún modo, una Bildungsroman o novela de formación, un viaje largo por medio de la bobería y la banalidad hacia otro tipo de vida algo más consciente. Sé que, por diversos motivos, todos ellos muy obvios, no será demasiado leída y me apena. Pero también me da un poco igual. Yo estoy orgulloso de ella, se lea o no, sea buena o no.

El libraco vale un dinerito (17€) porque es enorme (649 pags.) y solo se vende online, mediante el famoso portal de autoedición Lulu. Yo veo 20 céntimos de cada ejemplar, con los que pretendo montar un imperio inmobiliario. Aun no tengo ISBN por si suena la flauta de una editorial y autoeditarse es caro. El portal ofrece una prueba de lectura en donde pone "vista previa" que se ve en baja calidad, en contra de la apariencia real del tomo, ya en mis manos, que ha quedado bien hermoso. ¡Regálensela a sus amigos comedores de prosa! ¡Denle mucho a los "me gusta" en la página! Eso sí, no me pidan el archivo. ¿Por qué? Porque es absoluta y completamente imposible terminársela en la pantalla del ordenador. Colgaré,  eso sí, una versión para Ebook a menos de un euro. 

Espero que los generosos e insensatos espíritus que compren "¡Risa" la disfruten tanto o más de lo que lo he hecho yo escribiéndola, aunque eso va a ser difícil.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

viernes, 14 de octubre de 2011

Tesis, Antítesis, etc.


En el Faisbu, hace algunas semanas, un "amigo de mis amigos" apuntó rápidamente (como ocurre siempre en el Faisbu, entretenida maquinita con prisas) que estaba harto de tener que leerse cuatro libros para poder asistir a una exposición. Por mucho que estemos acostumbrados a escucharla, esta  aseveración no deja de tener su gracia. Me gustaría entrar al trapo del tema con algo más de paciencia y tiempo, escribirme unas cuantas páginas al respecto, pero como es probable que nunca lo haga, les propongo escuchar dos voces distintas para que, parafraseando a Hegel, allá se las compongan ustedes si les interesa:

(VOZ 1.) En nuestra contemporaneidad el arte es una profesión común que no debería diferenciarse sustancialmente de cualquier otra. Como la medicina, la economía o las leyes, los saberes asociados a las artes hay que estudiarlos. El sobrevalorado talento de los artistas no es más que un "tener mano", como se tiene para la cocina, la pesca o la conducción de un vehículo. Si no fuese así convendría que nos replanteásemos la necesidad de la existencia de las universidades de artes y los títulos que éstas expenden. Las artes, al estar dirigidas en primera instancia a la sensibilidad, no son abordables desde las ciencias puras sino desde las humanísticas; existen criterios metodológicos serios que las explican y valoran. La literatura artística, la teoría y el empeño de los críticos son fundamentales para sustentarlas, al igual que la labor de los trabajadores de la industria cultural, que le dan la visibilidad y publicidad necesarias. Tras los cuestionamientos radicales de las vanguardias históricas y la entrada en la postmodernidad, instaladas en sociedades de pensamiento plural en donde los dogmas de verdad son relativos y la certeza de los juicios depende del contexto en donde éstos se formulen, las artes justifican su significación y calidad en el fluir orgánico de su propio medio; en otras palabras, hay que estar permanentemente en conexión con ellas, y en el escenario en donde se exponen, para poder enjuiciarlas. El hecho de que todos podamos, como seres sensibles, disfrutar de las artes no implica que aquellos que no se han formado para ello puedan entenderlas. Nadie le discute sus competencias a un ingeniero titulado ni piensa que la reivindicación pública de su saber específico sea un esnobismo. El arte, por otro lado, no debe ser un juego de mandarines para las élites intelectuales, en tanto que bien social universal, ni un negocio exclusivo para los privilegiados económicamente. Quizás por haberse visto sumidas durante tanto tiempo en el oscurantismo de la subjetividad, las artes demandan, tanto desde el punto de vista crematístico como de proyección de contenidos al conjunto social, un compromiso ético. En un mundo verdaderamente democrático ética y estética deben caminar de la mano, ya que el arte es el encargado de construir el imaginario en el que habremos de reconocernos en el futuro.

(VOZ 2.) El conocimiento del arte es intransmisible. No se puede enseñar. El arte le habla a cada sujeto por separado, de tú a tú. Cualquier intento de traducción de esa transferencia de sentido privada entre objeto e individuo supone una depotenciación y desvirtuación del arte mismo. Establecer un contacto profundo con las artes no requiere de ninguna instrucción específica, todos podemos llegar a estar en relación íntima con ellas si en algún momento de la vida hemos experimentado un acontecimiento de conciencia estético. Este puede llegar a nacer de múltiples formas- incluso sin darnos cuenta- ya sea a través de un episodio vivencial importante, gracias a una gran empatía con determinadas creaciones o de un largo periodo de reflexión. Se trata de un fenómeno que nos instala para siempre en un núcleo esencial, que es de la poesía. Los conocimientos accesorios de naturaleza intelectual (históricos, filosóficos, psicológicos, lingüísticos, etc.) solo sirven como somera orientación hacia ese núcleo oscuro, y no nos salvan de poder pasar una vida entera perdidos en la selva de los sofismas huecos y las teorías desligadas de cualquier necesidad, sin que el acontecimiento suceda. El arte está en contra de la cultura, si por cultura entendemos el común de las prácticas sociales ideológicas establecidas. Las instituciones culturales contemporáneas, en su afán por domesticar el fenómeno estético encorsetándolo con esquemas  importados de las ciencias sociales, empañan el auténtico valor de las artes, convirtiendo de forma arbitraria el irreductible poético en mercancía. La supuesta objetividad de los juicios de los "expertos" y "profesionales" adaptan la creación, su radical libertad, a la lógica del consumo. Siendo así su sentido mensurable, justificable, razonable, es fácil etiquetarla con un precio. El artista debe en todo caso enfrentarse por norma a este mecanismo de perversión en el proceso de alumbramiento de la obra, aun sabiendo que su trabajo terminará siendo fagocitado por las fauces del dinero. Incluso en el mayor de los ruidos, incluso como obra colectiva, el arte nace del recogimiento, de la oscuridad y del silencio. Todo proyecto, incluso el más faraónico, se puede comprimir en un dibujo en un papel, en unas pocas palabras, como huellas que no valen nada y lo valen todo; las artes están más allá de cualquier uso instrumental porque van dirigidas solo a la sensibilidad particular de cada individuo, en donde quedan encerradas. El arte puede florecer bajo cualquier ética, ser asesino o bondadoso, pues representa al ser humano en su complejidad. Su moralidad es irrelevante. Apelar a ella significa juzgar al artista no como tal sino como ciudadano.        



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Más teatro (V-Effekt)


Algún día escribiré sobre lo que supone heredar una biblioteca. En la que yo he heredado, la de mi padre, faltan algunos autores importantes por determinadas razones que ya comentaré cuando me decida a hablar de bibliotecas heredadas, que será el día en el que Kevin Jesús, mi comentarista más fiel, intervenga tal y como siempre promete. Uno de esos autores ausentes es Bertolt Brecht. He conseguido hace poco varias obras teatrales suyas y también sus muy interesantes diarios de trabajo,  descatalogados en español. Me he acercado a Bertolt con curiosidad, primero por el hecho de no figurar en mi biblioteca heredada (¿por qué no le gustaba a mi santo padre?) y segundo porque a bote pronto, sin mayores razones, me cae bien, me parece un buen tipo, así, rojo, literato, me mola su caretillo, vivió cerca de mi casa... qué sé yo, me daba buen rollo, el hombre. Lo cierto es que las tres obras que he leído hasta ahora, quizás las más famosas (El Alma Buena de Sechuán, Madre Coraje y sus Hijos, La Opera de los tres Reales) me han ¿decepcionado?. No es esa la palabra en absoluto. Me han sorprendido fríamente. Esto se debe seguro a que mis prejuicios buscaban ya obras con carácter social calentitas, dramas épicos, exaltantes, en el espíritu de la indignación, 15M, queriendo trasmutar a Madre Coraje por aquella otra Mamma Roma de Pasolini. Nada que ver. De hecho, en Brecht la cosa va de lo contrario. La cosa va de Efecto V.

El Efecto V (Verfremdungseffekt en alemán) es un recurso literario que busca introducir una distancia entre el espectador y la obra, que intenta separarlo de una identificación con los personajes, cortando la empatía emotiva entre ambos. En este sentido, Brecht habla de su teatro como un "teatro no aristotélico". Ya saben qué pensaba Platón de los artistas (de los poetas), que eran unos mentirosos y unos cuentistas y había que sacarlos a palos de las calles. Aristóteles también pensaba que los artistas no contaban la verdad, pero que eso no importaba porque contaban cosas parecidas a la verdad. A través del lenguaje y de la identificación con las obras de arte los espectadores eran capaces de percibir y entender sentimientos y pasiones análogas a la realidad. Matan a un niño en el escenario y una madre se puede figurar muy bien- si la obra es buena- el infierno que es sufrir la pérdida de un hijo. Ese transporte de sentido que proviene de la ficción educa a los hombres, les enseña los horrores y los amores sin necesidad de que tengan que vivirlos por cuenta propia. De ahí la importancia de los artistas (y su peligro potencial), cuentistas, sí, pero creadores de experiencia, educadores sociales, diríase. Una gran legión de obras de arte clásicas que conocemos (o que yo conozco) son aristotélicas, al buscar introducir la complicidad personal entre el espectador y la representación. Justo este vínculo es lo que Brecht quiere romper (y justo es lo que mis prejuicios buscaban en sus obras)

Hace un tiempo la asquerosilla revista yanqui "Time" publicó en portada una foto de una mujer afgana mutilada en la cara por adúltera. Al lado de la foto un epígrafe ponía "What happens if we leave Afghanistan" Supongo que es esta clase de demagogia sentimental la que Brecht procuraba combatir en sus piezas teatrales. Es una infamia que los talibanes mutilen a una mujer por echar un polvo con un fulano que no es el mono que le corresponde, pero eso no enseña en absoluto la magnitud del problema que es y ha sido la guerra en Afganistán y, en general, toda guerra. Si queremos saber qué pasa y cómo actuar hace falta Efecto V, distanciamiento, análisis de las estructuras que posibilitan que esta mutilación junto a otra inmensidad de barbaridades ocurran, para acabar de una vez con todas ellas y no perder el juicio en casos particulares que nos ofuscan, nos inundan en un mar de lágrimas o nos envían M16 en mano a acribillar a esos barbudos dementes. (“Tomemos el caso de un campesino pobre e ignorante. Si la pobreza y la ignorancia no se tratan como algo dado e inevitable, sino en su relación con otros factores y como algo evitable… tendremos el teatro no aristotélico” B.B.)

Madre Coraje pierde a sus hijos en el transcurso de la pieza, que se ambienta en la Guerra de los Treinta Años, pero Brecht no se ceba en ello; la madre tiene que seguir en ruta, tiene que continuar vendiendo sus baratijas para sobrevivir en medio de la devastación, arrastrando su carro, siempre pendiente de chorradas que la distraen (y que nos distraen como lectores), es como la misma vida, llena de chorradas y absurdeces que nos imposibilitan vivir una supuesta "vida de verdad"- porque probablemente la esencia de la vida esté más en esas chorradas y absurdeces que en otra cosa. Hay que sacar la basura ("una experiencia transformadora", pensamos) Tengo que ponerle un euro al carrito del súper ("Fluye la existencia en mis venas", reflexionamos) Madre Coraje, creada en la factoría del Efecto V, es un alegato dramático sin mucho drama en contra de la guerra. Las historias de Brecht, las tres que he leído, son obras sin improvisaciones creativas, construidas alrededor de una idea previa fuerte, bien estructuradas desde el principio y desapegadas emocionalmente. Me dan que pensar. Me dan que hablar. Tienen gran calidad literaria. Son hitos de la literatura mundial absolutamente indiscutibles. ¡Pero no me acaban de gustar, carajo! Seré un pequeñoburgués o un fascista o un sentimental o todas esas cosas a la vez, pero este tipo de arte creado con el Efecto V, con honrosas excepciones, me deja algo indiferente, sea en literatura o en artes plásticas. Y mira que yo mismo traté de predicar con el ejemplo... 

En 2007 hice una exposición individual titulada "La distancia relativa" que hacía énfasis más o menos en todo lo que he comentado hasta ahora. El texto metacoñazo que escribí en su día para explicarla rezaba así:

La distancia relativa cobra forma cuando consideramos nuestro espacio cotidiano como espacio histórico. Lo que nos circunda se carga de significado a interpretar sin perder la conexión con la contingencia del mundo: así, una sábana blanca cualquiera se convierte en una metáfora del lienzo, sin dejar de ser en ningún momento una simple sábana blanca cualquiera. La mezcla correcta entre el aparataje conceptual y lo prosaico de nuestro entorno se obtiene mediante las propiedades relativas que nos brinda la distancia adecuada. De aquí la importancia de la especulación- lo que produce el espejo- como imagen verosímil, esto es, paralela a la verdad, pero que no se confunde con ella. 

En virtud de su carácter extemporáneo (de su “muerte”), la pintura ofrece a día de hoy la posibilidad de reflexionar a cierta distancia respecto al, así llamado, “mundo de la imagen”. Por eso conviene plantear un tipo de discurso que sea capaz de mantenerse en relación con nuestra realidad, al mismo tiempo que introduce un alejamiento que le ayude a operar como herramienta interpretativa. 



¡Qué listo era yo en el 2007! Hoy en día, por una serie de razones que creo haber contado por ahí, un Efecto V inverso me ha llevado a una inmersión en la sábana blanca, a un buceo en los interiores de la pintura y a un trato más empático con ésta, aunque sin grandes sentimentalismos, quizás a causa de mi carácter, en general, secón.


viernes, 9 de septiembre de 2011

Escuela de La Laguna (Teatro)


Cuando se teclea en Google "Escuela de La Laguna" esta es la primera imagen con la que uno se encuentra. Una fotografía de baja calidad de un equipo infantil de fútbol que irónicamente y por azar parece describir bastante bien lo que fue la otra Escuela. Como poca gente sabe de lo que hablo, a tenor de la escasa información que hay en la web, aquí va la mejor definición hasta el momento sobre la misma, firmada por Alby Álamo, uno de sus miembros de honor:

Etiqueta inventada por el profesor Ramón Salas en 2005  en el marco de la Bienal de Lanzarote con el propósito de crear una marca exportable para sus estudiantes de la facultad de Bellas Artes. Como marca exportable no llegó nunca a funcionar, fracaso achacado por muchos a la falta de un sostén económico-galerístico que posibilitara su funcionamiento. No hay que olvidar que la Escuela de La Laguna no hace referencia únicamente a los pintores procedentes de la ULL, si no que también incluye otros artistas y disciplinas, de ahí que el nombre de la exposición de Lanzarote fuese "La escuela de La Laguna: Pintura relativa"(...) hoy buscados todavia por el gobierno, sobreviven como soldados de fortuna. Si tiene usted algún problema y se los encuentra, quizá pueda contratarlos."


Hablar de la Escuela de La Laguna, en Berlin, septiembre de 2011, me es tan ridículo como cansino. Hoy nos quedaremos solo con el comentario a la marca, sin su contenido, jugosa empanada mental cocinada con amor por Ramón Salas que tan bien nos supo y que ahora mismo, aquí, no pinta mucho. 

Las marcas no requieren de ningún sentido, son autosuficientes. Uno se topa con un cartel de Coca- Cola, con sus letras ondulantes, su color rojo chillón y no piensa en una bebida negra burbujeante y pringosa, ni siente bajar ese líquido dulzón por el paladar. Solo ve un cartel que pone "Coca- Cola". O Hannah Montana o Hugo Boss. La imagen está segregada de la realidad, del uso y el valor, y actúa solo como superficie. Ese es el secreto de la publicidad, estar ahí, un aparecer desligado de las necesidades. ¿Por qué Hannah Montana? ¿Por qué Coca -Cola? ¿Por qué el Ente y no el Ser? Porque sí, y punto. 

Esto es lo que se intentó hacer con la Escuela de La Laguna, crear una referencia promocional de un grupo de artistas jóvenes canarios estudiantes de Bellas Artes, al menos a nivel nacional. Y justo aquí es donde su recuerdo me ruboriza, me apena y me da risa, todo a la vez. Imaginemos el paisaje. Bienal de Lanzarote. Convento de Santo Domingo de Teguise. Teguise. Lanzarote. Islas Canarias; tratar de organizar un movimiento artístico- comercial de calado (tal que la Escuela de Leipzig o Düsseldorf) desde aquellos territorios es, lamentablemente, un estrategia suicida. Contra todo, la Escuela de La Laguna, la marca, firmó un segundo episodio viajando a Berlín y haciendo una exposición que, tras el rutilante día de su inauguración, pasó sin pena ni gloria. Obviando que entre nuestras filas no haya un Neo Rauch o Thomas Ruff, la Escuela fue un fracaso por falta de money. Si se hubiesen inyectado unos buenos billetes, exactamente igual a lo que pasó en Düsseldorf o Leipzig- no vayan a pensar en éxitos cualitativos inmaculados- otro gallo nos cantaría. Pues bien, parece que la Escuela de La Laguna, ridícula, deforme, ya anciana, desesperadamente canaria, llena de resquemor, escaldada, agobiada de sí, va a vivir un tercer episodio de gloria. 

El 27 del mes que viene, cuatro de sus más dignos representantes (Alby Álamo, Francisco Castro, Ubay Murillo y un servidor) van a exponer en un interesante espacio en Frankfurt, de grandes dimensiones, en donde podemos darnos gusto enseñando bastante material. El curator, que ya nos acompañó durante la travesía berlinesa hace un par de años, anda descreído de la "marca laguna" pero cree en los artistas, en una serie de lazos reales que hay entre nosotros, un diálogo cercano que sucede de facto, basado en cuestiones personales, formativas y afectivas. Sin embargo, el "maestro de ceremonias" del proyecto (llamémoslo así) que a la sazón es un reconocido crítico de arte alemán, sigue muy interesado en la vendibilidad de la dichosa Escuelita. Ahí estamos con tiras y afloja, tensiones entre la conveniencia profesional y el amor a la verdad, recuerdos de una vieja novia a la que no queremos ver ni en pintura (nunca mejor dicho), en otro espacio tiempo completamente distinto al de aquella época, con otras cosas rondando por la cabeza, con otros cuadros en el taller, con la mirada en otra parte, en otro idioma y con los calcetines puestos dentro de casa a principios de septiembre. Miro mis calcetines, me acuerdo de Teguise y me parece que yo no soy yo. Pero contra todo lo dicho, no puedo negar que quise a esa Laguna y que fue completamente vital para mi trayectoria profesional. Aún me molesta muchísimo que personas ajenas se metan con ella, y qué bien lo hicieron en su momento las mediocres de turno, propagando una serie de bulos absurdos y ridículos por no saber hacer la o con un canuto, pura mala follada provinciana. 

Esa falta de pertenencia, ese link que ya no existe, el panorama en el que aquí nos encontramos y la respuesta del público alemán a nuestras obras actuales, con la jodía pesadilla lagunera aún a cuestas, es lo que he tratado de representar en esta obrita de teatro corta que aquí les ofrezco, muy grosera, de bajona, cansada, poco conciliadora, medio absurda, superficialmente cínica, humorosamente deprimente pero al mismo tiempo sincera y fiel a la realidad.






  

miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Se vale to?


Sacar conclusiones generales certeras a partir de ejemplos particulares requiere de un método analítico riguroso, es una tarea científica que sin embargo hacemos a diario instalando por aquí o por allá, cuando la dicha es mala, los así llamados prejuicios. Éstos, al haberse formado sin un proceso de razón anterior son más bien no- juicios, concepciones defectuosas, certezas aparentes, sofismas. Uno de ellos es aquel que dice que en el arte todo vale. Este supuesto prejuicio se manifiesta de dos maneras, una llamémosla inocente y la otra eufemística: La inocente suele aparejarse a la ignorancia y se sazona por lo común con desprecio, expresándose en frases tópicas como "eso lo hace mi hijo de cuatro años". La eufemística es algo más alambicada y se sirve de la socorrida fórmula cultureta de la "justificación institucional". Si la institución del arte, los expertos y profesionales, llegan al acuerdo de que algo es arte y así lo dejan manifiesto ingresando esa expresión de la creatividad en los canales propios del arte, entonces es arte. Sus razones tendrán. Son expertos.

El que aboga por el prejuicio número uno, naturalmente, no le dará ningún crédito al que defiende el segundo, y el experto a su vez, si tiene buen corazón y no se realiza espiritualmente mareando retruécanos con sus amigos sabedores procurará iluminar con paciencia al profano mediante una gran batería de explicaciones dirigida desde la máxima del "hay que entenderlo". Lo convencerá de que no todo vale, que existen criterios y por lo tanto consensos entre los conocedores, pero jamás podrá negarle que en un momento dado, en condiciones específicas, todo pudiese valer. En suma, hara mutar su burrismo inicial hacia una refinada impotencia, porque si realmente llevamos la cuestión del valor hasta sus últimas consecuencias veremos que en las artes plásticas de hoy no existen patrones sólidos que ayuden a explicar la pertinencia de las obras de arte y que se situen más allá de los vaivenes del gusto subjetivo.

Hace cerca de año y medio que me volví loco. Dejé de hacer una serie de cuadros que se ligaban entre sí mediante complicadas justificaciones teóricas (esto es lo que se decía y que incluso me llegué a tragar, imbécil de mí) y de buenas a primeras me puse a pintar disparates, caprichos, extravagancias. Un día flores, otro una pintadera canaria, una letra "S" o un cuadro parecido a los que hacía antes, sin ningún criterio aparente o intención inteligible. Sobre los nuevos trabajos he recibido respuestas diversas. Algunos me han felicitado "¡Bravo, al fin estás pintando!", los más se han callado y otros, estupefactos, me instan a que vuelva a lo de antes o al menos confían en que este periodo virulento se me pase y empiece a hacer "algo maduro". Madurez quiere decir cosas que se parezcan entre sí, con un "estilo reconocible", obras con "discurso","tesis", "tesinas", etc. Estas respuestas me han llegado tanto por parte de profanos como de profesionales, alternadamente y sin distinción. Yo, solano en mi estudio, me parto el culo.

Es de lamentar pero en el arte actual, por desgracia, todo vale (o podría valer). Ese pensamiento es muy molesto y nos sitúa otra vez, una puta vez más, en el tablero liso del nihilismo. Los parámetros para certificar calidades, las herramientas para el consenso no dependen ya de una norma del gusto ni tan siquiera epocal (no digamos universal) por una serie de razones complejas que vienen de viejo y que más que entenderlas como proposiciones lógicas, las sentimos. El nihilismo es más epidérmico que cerebral. La filosofía, me dijeron en las primeras clases del Instituto que recibí sobre esta materia, se define como "el pensamiento llevado a sus últimas consecuencias". Los expertos de hoy, en materia estética, solo pueden, por cuestiones históricas que superan sus capacidades, declararse "partidarios de", en el "equipo de", y en ese terreno desplegar su sapiencia y supuestos juicios. Así ocurre que no llegan a acuerdos acerca de las cosas aparentemente más básicas. Grandes figuras públicas de la crítica opinan que a día de hoy toda la producción artística que se ve en la Institución está, con solo nacer, depotenciada y privada de cualquier artisticidad verdadera. Otros igual de bien preparados opinan que el nivel general de calidad en las obras de arte actuales ha alcanzado un cenit comparable a épocas como el Renacimiento italiano. Y es probable que los dos expertos escriban en la misma revista. La revista, al final, es lo único que sustenta el arte. No sirve de mucho, pero al menos aquí se lubrican los mecanismos teóricos para que el canapé inaugural con vino tinto baje por el gaznate. En la vida cotidiana del artista ocurre igual. En varias ocasiones, algún crítico sapientísimo ha juzgado una obra mía concreta como el bodrio más espantoso hecho jamás por un ser humano, y al día siguiente otro señor o señora igual de docto ha alabado la pieza con gran entusiasmo. A cualquiera que haya pintado tres cuadros le ha sucedido lo mismo.

Los criterios para el consenso del juicio estético nacen en los cuarteles de los diferentes grupos de afinidad. Y esa afinidad no tiene ningún fundamento en el gusto, en una Norma viejuna, sino en lo que un profe mío llamaba la "gana". A una persona le gustan las albóndigas y a otra los mejillones; tú te dejas cresta en la cabeza y yo me peino la raya al medio, afinidades y preferencias sustentadas en la más pura ideología, en la deontología de club, en las páginas de los estatutos de sociedad. La norma del gusto existe- la de la gana, más bien-, qué duda cabe, después de todo a veces nos conseguimos entender entre los coleguitas del propio cenáculo. Para algo somos coleguitas. ¿Les gusta Pepe Dámaso? ¿No? Puede parecer increíble, pero hay especialistas a los que sí.


sábado, 23 de julio de 2011

Prólogo/Epílogo

[Hace pocos días que regresé de un viaje de un mes por Bolivia, Perú y Ecuador. Tenía la intención de redactar diariamente unas notas escuetas con impresiones que me sirvieran en el futuro para recordar la experiencia, refrescando así mi memoria de pez, pero el proyecto quedó solo en dos notas; el primer día de viaje y el último. En fin, ¡falta todo! Me resignaré a mirar las fotos, aunque éstas llamen a otra memoria distinta que la de la letra]  


Aeropuerto de Lima. 21 de junio
Acostarse tarde, levantarse muy temprano. 04:30h. Verano en Berlín. Ya hay luz a esa hora. "Ligero de valijas" se impone como lema del día y veremos si del viaje. Vuelo Tegel- Madrid sin pena ni gloria, con una parejita al lado en plena discusión lacrimógena en torno a los sentimientos de él acerca de la familia de ella. Ella llora. Yo miro por la ventanilla. Ambos portan sendas tabletas Ipad. Él la enciende, ella no. En frente y de refilón una hermosa germana. Comienzo a hincarle el diente a la biografía de Duchamp que me prestó Álamo; la lectura perfecta para este viaje infinito. Duchamp: su retruecaneo excesivo llega a aburrirme, no en sí mismo sino por todo lo llovido después, su influencia y émulos. Me gusta sin embargo- y en el libro sale bien retratado- su proceso creativo, muy poético, intelectual pero no frío, lleno de encontronazos con el azar y elementos descontrolados poco científicos. Su fachada de franchute enterado y fama posterior le han hecho daño a esa deriva suya tan singular. Es extraño que haya sido un artista tan influyente con una obra tan difícil de "enganchar". Vuelo Madrid- Lima relativamente agradable, asiento estrecho, dolor de pies, comida decente dentro de la miseria, una peruanita joven y pequeña al lado que reía en alto con la eterna comedia romántica de Jennifer Aniston, un peruano delante residente en Israel que me estorba con sus manos gordinflonas cuando las lanza por encima de la cabecera de su asiento, y una escena cómica en el asiento de detrás protagonizada por una rusita mona y un peruano, que dice que quiere quedar con ella en Lima. Ella le advierte de que tiene novio en Lima. Él no se lo traga y se rie. Después de un buen ratazo escucho sin error de boca de la rusa la frase "Please, keep the distance". La pirula de dormir Sedotime, mucho menos poderosa de lo que esperaba, no obstante me quedo frito un rato, con baba inclusive, un pequeño momento que quizás fuesen dos o tres horas de las once que dura el vuelo. Desde que se divisa la tierra, no veo ni rastro de huella humana practicamente hasta llegar al Pacífico: puro Amazonas hasta los Andes. Bajo una panza de burro muy espesa- la famosa garúa- se esconde Lima, una ciudad que apenas llego a ver bien. El Pacífico, en efecto, muy Pacífico, al menos hoy. Cuando voy a facturar para La Paz me dice el zoquete de turno que el vuelo está sobrevendido. Noto el poder del imposible kafkiano y me pongo un poco facha con el hombre insistiéndole en que llevo cientos de horas de tránsito desde Europa, entonces me dice que está todo bien, puedo embarcar porque "tengo puntos". Aun así me cobran un recargo por no sé qué cojones, que me obstino en recuperar coleccionando facturillas y papelejos para una reclamación que jamás haré. Bebo café. Termalgin. Inca Kola... ¡su puta madre! es de The Coca-Cola Company. Tengo un extraño tembleque. Quiero ya llegar a La Paz y que todo comience.




Aeropuerto de Lima. 19 de julio.
Como ya secretamente intuía, no escribí ni un solo día acerca del viaje. Pero como la espera por el avión, ahora mismo, se hace eterna, y por otro lado acabo de recordar muchas cosas (cosillas, más bien) al releer aquella nota de hace casi un mes, que me parece un siglo, escribiré una especie de colofón que habrá de completarse por defecto con las fotos de esta aventurilla, aunque éstas evoquen otros materiales distintos a los esperados. Levantarse a las seis de la mañana, con indigestión permanente y acidez salvaje de aquel delicioso ceviche de marisco que comí hace cuatro días y que después del gozo sublime me mató. Este último trecho lo tomo con soñolienta resignación tras haberme recorrido en guagua media Latinoamérica. ¿Que son once horas de vuelo en comparación a veinte- este fue el record-, día sí, día no, con las rodillas anquilosadas, rodando a mil por hora por una carretera sembrada de lomo de burro y oyendo por obligación el traqueteo rítmico de la jovial bachata a todo volumen que no cesa ni en medio de la noche? Me noto el cuerpo cañeado, ojeroso, inflado en la barriga, con acido corrosivo por el esófago, empanao (apanao) y echando de menos mis habituales ronroneos de pensamiento y otras rutinas de persona de avanzada edad. Berlín en verano. Lo que queda va a estar guapo, pero no le veo la cara a ese gozo. Lo sé pero no lo nachvollziehen. La mañana temprana dejó dos imágenes potentes. En el taxi, la olla paceña a mano izquierda, las luces de la ciudad quitándose las legañas y al fondo el Illimani, montaña majestuosa donde las haya. El color general de la estampa es uno de esos violaceo-azulado-amarillo que sirven para rallarse de por vida como pintor. No está en la carta Pantone, eso seguro. La otra imagen, tras una espera insulsa en el aeropuerto durante la que me gasté los últimos setenta bolivianos (7€) en unas gafas de sol de marca, falsas pero bien hechas, antes de rellenar papeles de inmigración y hacer colas presentando documentos (el burro de aduanas me rompió el pasaporte separándole la carátula), fue la vista de El Alto desde el aire. Parecía una especie de maqueta mal hecha pero grandiosa de pequeñas casas de cartón, extendiéndose por un altiplano que no acaba nunca. Ah, antes de ingresar en el avión me encontré con el Español, amigo de mis amigos, que se iba a Cuba a vivir, el jodío. "Goosa" le dije. Vuelo La Paz- Lima placentero y con mucho que ver: Altiplano, lago Titicaca, cimas nevadas y el denso manto de nubes de Lima en invierno. Lima. Si fuese una persona le diría "menuda personaja estás hecha" Decadente, oscura, húmeda no, mojada, gigante ciudad fea y como moribunda. En el asiento de al lado un señor boliviano bien torpón que iba a un curso en Quito titulado "El medio rural en los Andes" me dice con gran júbilo "¡qué bueeeno!" refiriéndose al miserable sandwich (o sanduche) que nos sirven. Llegué a pensar que se trataba de un comentario irónico, pero no, no lo era. No todo el mundo se dedica a soltar ironías como yo y los míos, que la transpiramos casi. Estoy un poco hasta los huevos de cierta clase de  ironía, esa que solo es una pantalla defensiva. Reflexionar sobre eso hizo que el sanduche (o sandwich) me supiese mejor. Ya en el aeropuerto de Lima rebusco soles peruanos sobrantes y con los que consigo apañar me compro una Inca Coca- Kola y un paquete de galletas cracker, no sé si es lo mejor para la acidez pero esto es lo que hay, hasta que llegue a casa estaré un poco pasota. Leo una Historia de Canarias. Pienso muchas cosas de Canarias, cosas de hoy, a gran velocidad, y de pronto me asalta sin quererlo como un fantasma intermitente el retrato fotográfico semisonriente de Paulino. No voy a hablar de Canarias. La escala en Madrid será corta así que dudo que vaya a escribir mucho mas. Termino de manera abrupta este extraño diario de viaje con forma de tapas de pan para bocadillo, o solapas de libro, en donde precisamente lo que falta es el embutido, el libro, el relato del viaje.      

viernes, 20 de mayo de 2011

20. Mai (Querido diario íntimo)



Ayer asistí a la concentración en apoyo a las protestas del 15M frente a la Embajada de España en Berlín. Fui con Alby, mi compi de piso eterno, Francho y su hija de cuatro años, Amanda. Había mucha gente, más de doscientas personas. El ambiente me sorprendió gratamente pues esperaba ver a unos pocos jóvenes balando consignas rabiosas, españoleo de cerveceo y batukada, que era a lo que yo iba. Sin embargo me encontré con dos grandes círculos de peña sentados en el césped, discutiendo asuntos. No llegué a escuchar qué se decía o cómo se planteaban los próximos movimientos (sé que para mañana hay una manifestación en la Brandeburger Tor a la que iré) pero el panorama me resultó pasmosamente serio, calmado e incluso un ligero pelín solemne. Más bien parecía una reunión de trabajo con un nivel organizativo muy efectivo. Y supongo que eso era lo que era: una reunión de trabajo organizada por gente sin trabajo y con formación universitaria. Así que como allí no pintábamos mucho y no acabamos de inmiscuirnos en las labores concretas de los comités, por vergüencita o pereza burguesa, nos dimos un paseo por el Tiergarten. 

A la vuelta Francho agarró de nuevo su perreta de la última semana, que en realidad se remonta a los años de universidad. Lo camp. El hombre vuelve a estar obseso con el concepto de lo camp, una suerte de extravagancia, especialidad o gusto por lo bizarro pero de lectura fácil, que piensa que tiene mucho que ver con su pintura. Yo supe en algún momento diferenciar camp de kitsch, lo olvidé y no estoy especialmente interesado en volver a saberlo. La conversación en el coche (coche en Berlín... ¡menudo coñazo!) derivó después a Klosterfelde. Martin Klosterfelde es uno de los galeristas más potentes de Berlín. Francho trabaja de montador en su galería y dice que allí nada más que se exponen mierdas. Para el que no lo sepa, Francho es un pintor como la copa de un pino conocido solo entre sus amigos (iba a enlazar aquí su web pero ya no está operativa) "Todo hecho de cualquier manera" me aseguraba él "viene un tipo, el artista o el asistente, hace una mierda en dos horas y nunca más lo vuelves a ver hasta el día de la inauguración" En la inauguración de la Gallery Weekend de Klosterfelde, Martin, el boss, un pollito cuarentón cool, pijito y mundano al mismo tiempo, que se nota a kilómetros que fue mecido en una cuna con cojines rellenos de dinero, se pone detrás de la barra a servir cervezas gratis hasta que se aburre cuando deja de jugar a ser camarero y se convierte en camarero. Luego, según las fidedignas filtraciones que me llegan, no le paga a sus trabajadores en meses y le debe decenas de miles de euros a varias personas. Asiste regularmente a las ferias de arte más importantes del mundo. Por vergüenza ajena no diré cuánto hay que pagar por un stand en Art Basel. Sumidos en incomprensión, pensamos en las basuras que expone Klosterfelde y en el 15M, hasta que cambiamos de tema. 

Después de mirar las evoluciones de las protestas en Internet, me lanzo un documental sobre Mahler bastante interesante. Me acuerdo de la conversación sobre lo camp, no porque Mahler sea camp, sino porque en el documental Pierre Boulez o Claudio Abbado- no recuerdo quién- habla sobre la sorpresa,  sobre ese punto exacto que Mahler tiene y que hace pasar la música sinfónica del S. XIX hacia la del XX. Entonces pienso que, camp o no camp, eso es más o menos de lo que hablábamos por la tarde. Me acuerdo del gordo Bloom que decía en su Canon que "las grandes obras de arte"- así de orondo se expresaba- albergaban en sí el momento de la sorpresa, una extrañeza difícil de definir que se inserta en un referente anterior, que toma un gran cuerpo estético con una tradición y reglas marcadas, y lo cambia con un gesto ligero pero completamente transformador. Pensé en las sinfonías de Bruckner en comparación con las de Mahler. Boulez dice que no hay que hacerlo, pero yo lo hago porque soy un burro y puedo. "Ajá..." me digo a mí mismo. Efectivamente hay una extrañeza o extravagancia o sorpresa o momento misterioso de más en Mahler con relación a Bruckner. Esto me hace pensar en la evolución en el arte, y aquí tengo que parar, no quiero pensar en eso ahora. Sin embargo creo que esto es a donde Francho quiere llegar, una suerte de bizarrismo sutilísimo, la búsqueda de una sensación, que hace que, por ejemplo, un retrato que apenas se diferencia de otro más mediocre, por obra de un punto casi indefinible, difícil de describir con palabras, cobre otra entidad cualitativa. Estoy seguro de que Klosterfelde no piensa en esto y por eso en su galería solo hay mierda. 

Pensar en Mahler me llevó directamente a los Guns n´ Roses. En mi más tierna infancia me gustaban bastante los Guns, escuchaba sus discos con pasión, pero había una canción en particular que llevaba en sí esa especialidad y extrañeza casi hechicera. "November Rain" y muy, muy en concreto su última parte era a mi oído una suerte de enigma musical inasible, mágico, igual que lo es ahora Mahler. Con Mahler, según parece, uno puede reencontrarse con esa sensación (puedo decir ¿original?) una y otra vez, acepta mil visitas y escuchas, al igual que los buenos libros. Con "November Rain" que después de todo es una horterada, la magia acaba antes, aunque una oidíta de vez en cuando todavía soporta. En cualquier caso, ese instante o acontecimiento, de descubrimiento de algo más que se escapa o nos supera, que ya puestos a lanzarnos a sensaciones estéticas viejunas de alto standing se asemeja a la contemplación pasiva de la Naturaleza, ese dejarse ir o Gelassenheit- mirar y entender sin voluntad de juzgar- es igual de verdadero con Mahler que con los Guns. Mahler da más juego porque es más complejo, aunque dar en ese clavo, ya sea en forma de música culta, rocanrol adolescente o pintura, es la cosa. "Esa, esa, esa es la cosa" me repetí.

Luego volví a pensar en Francho, en Klosterfelde, el simpático moroso y sus mierdas "puestas de cualquier manera", hasta que un amigo alemán que vive en Noruega me envió un mail preguntándome si en España había llegado la Revolución. Le dije que parecía que sí, que la cosa se estaba poniendo bien, que yo estaba muy contento. Me acosté a dormir y me quedé frito al instante. Hoy me levanté a las siete, potente como un mulo.        

jueves, 19 de mayo de 2011

15.mai



Un amigo artista me pidió un texto que no sé dónde, cuándo, ni siquiera si se va a publicar, pero que en cualquier caso me parece pertinente, al menos de forma tangencial, en relación a las manifestaciones que se están sucediendo ahora mismo en muchas capitales de España y el extranjero. Para variar va sobre arte contemporáneo, Berlín, cinismo y poder económico. Con la habitual mala leche y ordinariez. Quizás con un poco más. 

Texto Pozo   

sábado, 30 de abril de 2011

1.Mai


Hoy me preguntaba una amiga si no me iba a pasar mañana por Kreuzberg para celebrar el uno de mayo. Le respondí que odio ese día. Justo después comencé a plantearme el por qué de tal aversión, no sea que en una de estas flojeras del gusto me convierta en un caballerete reaccionario. 

Como sabe todo el mundo, los primeros de mayo en Berlín son tradicionalmente muy combativos. Cientos de policías antidisturbios venidos expresamente de otras partes del país toman la ciudad, y un buen número de manifestaciones y otras protestas más o menos beligerantes se reparten por la capital. Es un evento con solera y muchas historias que contar, en donde lo que no cambia nunca, el plato fuerte del día, son los trompazos a la tardecita en la Oranienstrasse de Kreuzberg entre encapuchados y robocops, equipos ambos que cuando se ponen de malas, acojonan. Quedan, se meten candela mutuamente, y yo ya no sé muy bien qué pensar. Lo cierto es que en el barrio, esa tarde, se crea una suerte de ambiente entre nervioso y festivo que atrae a miles de personas a la zona del conflicto. La gran mayoría no participa en la violencia, dedicados a beber cerveza, excitarse un poco oyendo disparos de pelotas de goma y ver en el cielo desde la distancia (esencial para la experiencia de lo sublime, según Burke) el humo amarillento del gas lacrimógeno. Es la fiesta de la Revolución.

No encuentro mejores metáforas para una futura Revolución (o cambio, transformación, salto, superación, emancipación, por si a alguien le cae mal esta palabra viejuna tan connotada) que la fiesta y la risa. Cuando terminen todas las servidumbres, tanto las impuestas como las voluntarias, llegará la risa, que es uno de los asuntos más serios que existen. Sin embargo, todos los años me pregunto, algo apesadumbrado, si el tradicional desfile de hostias de la Oranienstrasse y su caótica party adyacente no son en alguna medida contrarrevolucionarios, si el parque temático de la revolución en el que se ha convertido dicho evento aún conserva algo de liberador o si por el contrario se trata de un día pactado y organizado por la CIA en confabulación con los más prestigiosos sociólogos y expertos en el control mental de las masas humanas, en el que la peña suelta la furia contestataria acumulada durante el año para volver al día siguiente, más tranquilitos, a la inercia habitual del lo que hay.  

Se echa de menos un poco de concreción. No de seriedad, que suele acabar en la guillotina y el gulag, sino de concreción. Que los guagueros reivindiquen sus cosas y corten la circulación un día entre semana, que los hipotecados le peguen fuego no a su propio vecindario sino a las villas de los directivos de los principales bancos del país, que los currantes precarios se aten en el Ministerio de Trabajo, que los estudiantes de arte destrocen las lunas de las grandes galerías- qué belleza- que los escritores le escriban mentándoles a la madre a los dueños de los principales medios de comunicación, que los inquilinos del barrio en proceso de gentrificación no recojan la mierda de sus perros, etc., actuando cada cual en la medida de sus posibilidades y contexto propio. 

Sería muy injusto negar el hecho de que muchas de estas cosas también suceden mañana. La más sonada de ellas es la contramanifestación para impedir la también tradicional (y legal) marcha de los neonazis, o los despliegues por toda la ciudad de los más diversos movimientos sociales con objetivos y programaciones concretas. Sin embargo, el pasacalles de la Oranienstrasse se me revela como el más puro ejemplo de un vacío folclor revolucionario, rabioso pero desprovisto de toda voluntad de cambio real. Sin tenerlo del todo claro, opino, por un lado, que este día continúa siendo un poderoso símbolo social en Berlín que sería una pena perder pero que, por otro lado, el ya clásico erste Mai ha terminado siendo una catacresis, palabreja que significa "metáfora muerta", como lo es la Navidad, en donde lo menos que hacemos es conmemorar el nacimiento de Jesús, atiborrándonos de marisco y peladillas y dejándonos los euros en El Corte Inglés.

Después de siete años festejando el primero de mayo en la batallita campal de Kreuzberg, mañana iré a currar al estudio. Eso sí, el lunes me lo pasaré en casa sin hacer nada celebrando el día del trabajo. Al menos espero que, puesto que han decidido nuevamente cumplir con la tradición, en la Oranienstrasse se den las hostias reglamentarias con mucha sinceridad.  



(Video "Breve historia del camuflaje", cortesía del artista Alby Álamo)

miércoles, 6 de abril de 2011

Impresiones sueltas e inacabadas sobre Thomas Mann


Cuando era un adolescente, aquel tópico que reza "el que no es comunista con veinte años es que no tiene corazón y el que lo es con cuarenta es que no tiene cabeza" (o algo así era) me daba una rabia fuera de toda medida, como suele ocurrir con todos aquellos corsés que el "sentido común" nos impone para un futuro que aún no somos capaces de imaginar y que, curiosamente, los demás sí pueden. Hoy esa frase me gusta, me hace gracia, porque cuanto más viejo me hago, más comunista me vuelvo, quizás no sea esa la palabra pero ¿cómo decirlo?... cada día me cago más en la puta madre que los parió, así en bruto y con una sonrisa de regalo. Por eso me encantan los casos que confirman aquel topicazo pragmático pero a la inversa, los viejos enardecidos, las señoras y señores mayores incendiarios que en su juventud fueron un poco más conservadores, más fachillas o quizás tan solo temerosos de las vengativas fuerzas contrarrevolucionarias del "lo que hay". Un ejemplo, aunque desde luego que no es el más paradigmático, es Thomas Mann. Personificación durante toda su vida del perfecto burgués, que es el que llega a criticar a la burguesía, fue antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial un nacionalista alemán declarado y ferviente antidemócrata, que acabó lustros más tarde exiliado de su país en contra del régimen nazi y defendiendo radicalmente los principios de la socialdemocracia, cuando ésta significaba algo, cuando era de izquierdas. 

Tras leer "El artista y la sociedad" de Mann, una compilación de artículos, conferencias y textos sueltos que abarcan toda su vida, me cuesta no hacer paralelismos entre este autor y el personaje principal de uno de sus libros más famosos, Hans Castorp, de "La Montaña Mágica". Monumental novela, así llamada de "aprendizaje", en la estela del "Wilhelm Meister" de Goethe (aunque el propio Mann la viese como una suerte de ironía hacia ese género), describe en muchas páginas como un joven cambia. No pasan demasiadas cosas, no hay fuegos de artificio, grandes hazañas, aventuras trepidantes ni misterios irresolubles, más bien asistimos a interminables conversaciones y tomamos parte en las rutinas propias de un hospital para enfermos respiratorios en los Alpes suizos, vamos, un decorado ideal para aburrirse. El ritmo es lento y las situaciones muchas veces arquetípicas, pero cuando el bueno de Hans sale de la novela es otro; otra persona y a la vez la misma. Deja de ser un joven y se convierte en un hombre. ¿Qué ha cambiado explicitamente? No lo sabemos. Ha adquirido experiencia y ha aprendido en general sin que podamos cuantificar los datos de manera precisa, pero se ha hecho mejor, incluso cuando acabe como un subnormal dándole tiros a los franceses bajo las órdenes de Bismarck. Enmarcaría pedantemente esta obra con el verbo Aufheben, una de esas lindas palabras alemanas polisémicas que significa superación, pero superación que conserva, lo cual no deja de ser algo contradictorio. Esto lo veo en Castorp y lo veo en los artículos del propio Mann, desde 1907 a 1952, un burguesón de tomo y lomo, último intelectual integral de la vieja escuela que se interesa por todas las facetas de la cultura con vocación universalista, que con la reflexión, el paso del tiempo y los episodios históricos va limando sus "imperfecciones". 

Aquel que a principios de los años veinte escribe con absoluto candor "(...) la propia germanidad significa burguesismo, un burguesismo de gran estilo, el burguesismo mundial, el medio del mundo, la conciencia del mundo, la sabiduría del mundo que no se deja arrastrar a ciegas. Encauzado en un espíritu crítico contra la derecha, la izquierda y todos los extremismos, afirma la idea de la humanidad, del hombre y de su cultura. El propio alemán, colocado entre los extremos del mundo, no sabría ser un extremista" termina ¡en 1951! diciendo: "La verdad de los pragmatistas ha acabado poco a poco por parecer más real que la realidad. El poder del mecanismo de propaganda está en constante aumento, y con él aumenta nuestra capacidad de deleitarnos y de  ilusionarnos. Resulta difícil representarse cómo podrá aprender a pensar la juventud venidera según la verdad más que de forma utilitaria o patriótica. En un mundo como aquél estamos seguros de que serán poco numerosos los espíritus desmoralizadores capaces de luchar contra la radio, el periódico, el comunicado, el pasquín. Esta minoría parecerá sencillamente decadente (...) producto de una cultura difunta y de una clase ociosa. Y, sin embargo, quizá nuestra salvación vendrá de este íntimo puñado de "desmoralizadores", parrafito éste que quizás debería haberse tatuado en el pecho la generación grunge, entre otros. Sobre sí mismo, con la melancolía del que no le queda mucho tiempo, dice un año más tarde: "Mi actitud parece vagamente dudosa, con todo lo que comporta de optimismo, de democrático, de humanitarismo, de fe en el hombre, y quizás incluso de mi "world-citizenship", mi estado de ciudadano del mundo. Porque mis libros son desesperadamente alemanes, y las ingerencias en cuestiones sociales, políticas que han podido figurar allí, han sido arrancadas no solamente de una modestia natural, sino también del pesimismo de un espíritu formado en la escuela de Schopenhauer y, en el fondo, bastante poco hábil para las grandes gesticulaciones generosas y humanitarias. Hablando con claridad: no tengo mucha fe; más bien, y mucho más, creo en la bondad, que puede existir sin fe, y precisamente derivar de la duda" 

Ante la irrefrenable razón cínica que ya forma parte esencial de nuestro ser, alegra ver cómo alguien, aunque sea hace tanto tiempo y en otro mundo caduco, es capaz de rectificar o al menos verse a sí mismo e interpretar sus propios actos y palabras con honestidad, para las buenas y las malas. 

sábado, 12 de marzo de 2011

Fracaso


Escribo este artículo animado por el comentario de un anónimo en la anterior entrada, que se sorprendía de que yo no quisiese "triunfar", cosa que traté después de explicar y que bien explicada quedó, creo. Pues bueno, ayer precisamente asistí a un espectáculo del fracaso que, visto con otros ojos, resultó ser un éxito; el concierto presentación del primer disco de Mary Ocher, "War Songs" 

Me perdonarán por meterme en embolaos en los que no me llaman. No pretendo hacer una crítica musical aunque no me quede otra que comentar por encima quién es esta chica para que podamos entrarle al tema del fracaso o el triunfo. Mary Ocher canta. Con una guitarra, un piano o un sintetizador. Mas info, en su página, youtube, google o en el video cojonudo que inserto al final.

Mi primer encuentro con Mary Ocher fue el verano pasado en un festival que ella organizaba. Gozábamos de uno de esos días absolutamente radiantes y eléctricos de Berlín, que pocas veces nos regala esta ciudad gris. Cielo limpio, gente en camiseta, juventud y hormonas flotando, cervecitas al mediodía, sonrisas anónimas y buen rollismo ciudadano exacerbado; parecía que todo el mundo estaba enamorado. El festival de Ocher, por el contrario, se celebró en un antro cerrado sin luz natural, para colmo en una suerte de complejo al aire libre con mercadillo, pistas de skate, rocódromo, bares y terrazas, un lugar abierto al público en el que incluso, si mal no recuerdo, existía un escenario fuera. Había que tenerlos bien puestos para adentrarse ese día en la penumbra a escuchar aquella música tan así, ¿cómo la etiqueto? digamos "no mainstream". Los asistentes hacían orgullosa gala de un feísmo consciente que recordaba a los figurantes de Fellini. Había un hombre con un modelito alucinante, que le dejaba el pecho peludo al descubierto hasta los calzoncillos, y que había tenido la ocurrencia (y el valor) de pelarse calvo, sin serlo por naturaleza, con dos moñitos en la parte trasera de la cocorota. Fue un festival memorable, o sea, difícil de olvidar. 

El concierto de ayer, según se anunciaba, empezaba estrictamente a las once de la noche. Llegué a las y media. La sala estaba bastante llena y Mary Ocher continuaba aun enchufando cosas y probando sonido. Mientras más trastejaba entre los instrumentos y cables, visiblemente nerviosa, más gente venía. En un momento se disculpó y anunció que el concierto debía atrasarse cuarenta minutos, que nos fuéramos, que al lado (en el mismo club) había un dj muy bueno. "Bonita forma de espantar a la audiencia", pensé. Curiosamente la mayoría se quedó en esa sala. Mary seguía probando sonido y cantaba alguna cosa suelta en una atmósfera de improvisación e incertidumbre extraña, entre el rechazo y el magnetismo. Tras un telonero, Mary empezó, a las doce y cuarto si mal no recuerdo, con su show del fracaso. Se le rompió una cuerda nada más comenzar, se le perdieron los papeles con las letras de los temas que quería tocar (¡temas nuevos en la presentación de su disco!) le daban accesos de risa nerviosa en medio de las canciones, hablaba de boberías y pedía disculpas por todo, se le caían las cosas al suelo, si pisó el cable de la guitarra arrancando el jack y quedándose sin sonido más de cuatro veces, pocas fueron, el técnico tuvo que asistirla una vez en el escenario para no sé qué asunto... en fin, los parones por errores y la torpeza escénica ocuparon casi la mitad del concierto. A todas estas yo me preguntaba si aquello era un show preparado, porque tal talento para el desastre era dificil de concebir y mucho más en un concierto tan básico. El colega con el que fui al evento me aseguraba que nada de eso estaba planeado. Él ha ido a muchos conciertos de Mary Ocher y son siempre así, un desastre natural. Y sin embargo, he aquí lo más alucinante, con todo, ella conseguía mantener la atención del público y, cuando el caos le daba algún respiro, la música sonaba y los asistentes disfrutamos de sus canciones. La sala continuó abarrotada hasta el final, en el que la colega se marcó un tema asesino con un barato ritmillo pregrabado acid house ante el que era dificil no salir espantado. Incluso así le pidieron un bis.

¿Es todo esto una estrategia para triunfar de la manera ortodoxa, pero dándole una vuelta de tuerca irónica, a ver si así cuela? ¿O se trata de un sincero elogio al fracaso, de un homenaje implícito a los que no pueden o no quieren subir hacia la cúspide de la pirámide, digamos MTV o digamos MoMA de New York? Me gustaría pensar que lo segundo. El conciertito de ayer me hizo recordar y valorar de nuevo la empatía que profeso hacia el fracaso y la tirria que le tengo al éxito, tal y como se lo entiende normalmente en mi profesión, una profesión, no sé por qué razón, absolutamente llena de cretinos y gilipollas. Más que una expresión del masoquismo (porque el fracaso en mayor o menor medida duele y no me gusta el dolor en ninguna de sus formas) fracasar es para mí una resistencia ante unos modelos a imitar con los que no estoy conforme. Esa resistencia hace que los artistas que conozco y más me gusten sean fracasados o, digámoslo de manera más suave, se sitúen conscientemente un poco al margen de las grandes jugadas del mundo del arte. Estoy convencido de que esa renuncia, esa resistencia, le imprime un carácter único, reconocible y objetivo a las obras. En general, todos los cuadros buenos son paradójicamente grandes fracasos. El artista entra al estudio a fracasar, a vérselas con algo que está siempre en su contra y que solo puede "arreglar" o "reparar", con experiencia y saber hacer, redimiendo la materia. 

El fracaso no tiene por qué ir asociado a aquel mito del artista torturado que vive en la penuria y solo es reconocido tras su muerte, sino a un cambio en los patrones a imitar, en los espejos en los que mirarse, en las aspiraciones respecto al propio recorrido artístico, que finalmente desemboca en una pregunta existencial básica: ¿qué coño queremos? ¿a qué le vamos a dar valor? Y ahora, bajando a la tierra: ¿Por qué nos tiene que caer bien Fulanito de los Palotes, que es un mediocre de tomo y lomo, aunque trabaje con la súper Galería Talicual? ¿Por qué tengo que ser amigo de un tipo aborrecible con una gran agenda de contactos? ¿Por qué esa galerista vieja, chocha y repulsiva forrada de billetes, a la que ignoraría en otro contexto, es de repente tan entrañable? ¿Por qué tengo que ponerle cara de interés a un curator del tres al cuarto que cita a Benjamin sin haberse leído uno solo de sus libros? ¿Por qué son las cosas así si no son así? Se me dirá: "porque solo así se triunfa" Salud, y les dejo con Mary.         




jueves, 24 de febrero de 2011


Ag, estoy sin ideas...

martes, 25 de enero de 2011

Quemao (Km. 21)




Aquí les dejo con mi entrada triunfal en la meta de la II Maratón de Gran Canaria. 21 Km. en 1h 58min (quince minutos antes de la llegada del Presidente de Canarias)

domingo, 9 de enero de 2011

De qué hablo cuando hablo de correr (otra opinión)


"De qué hablo cuando hablo de correr" es el título de un libro del japonés Haruki Murakami, que además de dedicarse a escribir, también participa con asiduidad en grandes maratones. De Murakami solo leí hace tiempo "El elefante desaparece" pero en alemán ("Der Elefant verschwindet"), cuando mi conocimiento de ese idioma era muy rudimentario, así que no estoy en condiciones de opinar nada sobre este autor. Apenas recuerdo un bonito pasaje en el que un personaje joven encontraba tremendamente sexy a una señora de setenta y dos años. Cual sería mi decepción cuando reparé tras muchas páginas en que la señora tenía veintisiete. Benditos números en alemán al revés.

El día veintitrés de este mes me he apuntado a la Maratón de Las Palmas, a la media maratón, 21Km. Durante todo este año he ido frecuentemente a correr aunque de manera caótica, solo, sin gente que sepa, y me apeteció probar fuerzas en una competición. Por lo pronto solo he llegado a los 18Km. con unos dolores en las patitas muy lindos. Me quedan pocos días para llegar a la marca antes de la competición y mi peor enemigo son las cervecitas a mediodía tirado en la playa, vividor.

Como el señor Murakami, también creo que se puede hablar muchísimo de correr, o al menos divagar sobre el tema. Lo creo no porque tenga razones de peso de gran intelectualidad, sino porque cuando se está dando pata se piensa mucho al estilillo de C H O C A O, cosas de aquí, cosas de allá, boberías y asuntos importantes mezclados, un soliloquio agitado por los botes del trotar, fruto de la soledad del corredor de fondo.

Aunque correr es el deporte más practicado del planeta a mí interesa más como ejercicio primario que como actividad deportiva federada, siendo el más sencillo de los esfuerzos humanos. Todo el mundo con piernas sabe qué es correr. Es cierto que se tarda algo de tiempo en cogerle el gusto. Las primeras carreras suelen ser odiosas, de lo más desasosegantes, casi dolorosas. Hasta que el cuerpo no se acostumbra, correr es un puro sufrir, pero si se es constante y si se estira adecuadamente, después de unos meses la práctica de esta disciplina es una delicia. No solo se pone uno a tono muscular y cardiovascular sino que se coge vicio, en el sentido más depravado e insano de la palabra: el cuerpo segrega unas endorfinas o adrenalinas (o algo parecido que termina en -ína, como la cocaína) que coloca y altera los estados de conciencia. Por la pista de entrenamiento, cientos de personas sudando corren junto a nosotros, tipos y tipas que en realidad son unos drogadictos, unos enganchaos. Quítele usted sus carreras a un runner sectario y lo mandará a la más profunda de las depresiones. A mí personalmente estar sano me importa algo, un poco (por otra parte suelen ser frecuentes en las maratones los desfallecimientos, infartos, impactos en el pecho, diarreas y vómitos de toda índole) pero lo que realmente me llama de todo esto es colocarme bien, día sí, día no, sustituyendo la resaca por las agujetas, y sin destrozarme el alma en la disco con químicos de extraña procedencia, pagando copas a precios abusivos en medio del chunta chunta, aunque esto, una o dos, o tres o cuatro, veces al año no hace daño. Tras una buena carrera brota el optimismo y la vida es maravillosa, pero no nos engañemos: estamos puestos hasta el culo. Al día siguiente el mundo es igual de infernal que siempre, lo cual nos lleva de nuevo a la pista de entrenamiento en busca de salvación, yonki, yonki. 

Correr me recuerda de refilón al arte burgués, aquella esfera autónoma dentro de la sociedad que  trabajaba por la emancipación ideológica, en nuestro caso, una emancipación física, biológica. ¿Correr ayuda a hacer flexibles las tensiones del capital? Es probable. La tensión, por ejemplo, de comer como una bestia ansiosa queso fundido y deliciosas hamburguesas y pata de cerdo con alioli, qué rico, regado todo con cerveza o clipper de fresa, y de postre un pedazo grande de tartaleta rellena de crema con chocolate por encima, con unos buenos trozos de chocolate, criando panza, viendo la panza crecer y deprimiéndonos con la panza, lo que nos lleva de vuelta al asalto a la nevera, operación que traerá por momentos, mientras deglutimos algún manjar, un poco de paz. "A partir de los treinta si no tienes panza eres gay", me dijo una vaca marina hace poco, razón por la cual las masas de focas se dirigen en masa a comprar equipamiento deportivo al Decathlon, marca Kalenji. Correr es bueno para perder sobrepeso, qué duda cabe, pero es mejor para poder embostarse bien después de cada sesión, colocado además; zampar tras una buena borrachera (de endorfinas o alcohol) al llegar al hogar es una de las grandes maravillas del mundo. La pasta con aceite de oliva se la dejo a los gurús de las medallitas.

Más que emancipador, correr es literalmente un escapismo. La pregunta es de qué o de quién. Dejando de lado la cuestión de los kilos o la absurda competitividad de los frikis de los segundos y centésimas, correr es sentir la necesidad de largarse a alguna otra parte mental y física por oscuros motivos. "El que está bien no se mueve" dice el refrán, y no conozco otra imagen más elocuente y popular de la felicidad que aquella figurilla de plástico fosforescente de Buda, el gordo sonriente, así como tampoco conozco otra imagen más estúpida que la cara de subnormal americano de Forrest Gump, un corredor de los buenos.

Correr desde esta óptica, paradojicamente, embrutece y libera. Corremos como locos escapando de quién sabe qué y esta auto persecución paranoica nos produce un efímero placer químico natural, tan natural como lo es el peyote, tan natural como hacerse decenas de kilómetros sin razón aparente ni ser perseguido por bestias salvajes, porque no hay ninguna necesidad real de correr si no vivimos constantemente apoltronados y nos alimentamos con mesura. Correr es doparse contra la vida ciudadana, un remedio a una situación físico y mental determinada (no hablaré de la cinta de correr, epítome del absurdo postmoderno que acerca la condición humana a la del hamster enjaulado) y no un fin, que prodigiosamente, sí acaba siendo un fin, no sé si me explico. Creo que no. No importa. 

Me contaba mi madre que hace años en Tejeda, el pueblo de donde procede parte mi familia, dos corredores pasaron frente a un viejito y este exclamó: "¡A estos el Cabildo les paga bien!". Es muy seductor pensar que el running amateur es totalmente de gratis, no cobramos un duro y al mismo tiempo es puro gasto, derroche de energía. Mi idea de buen corredor no suda la camiseta Kalenji para reducir michelines, ponerse más buenorro o batir marcas numéricas, sino que lo hace por la cara, porque sí, porque un buen día decidió caminar más rápido, poner el cuerpo en mayor desequilibrio, recuperarlo dando grandes zancadas, forzando la respiración, palante, ¡dale, coño, dale! Desde que nos ponemos a tono muscular/cardiovascular para no lamentarnos con los rigores de las primeras sesiones, de modo que podamos correr sin sufrir, gastando la energía progresivamente, en una buena carrera pasamos por momentos álgidos en los que nuestra percepción de las propias fuerzas se altera, podemos mucho más, nos sale el Übermensch del esfuerzo físico y seríamos capaces de invadir Polonia, o al menos llegar hasta allí corriendo. El efecto dura varias horas después de la carrera, a veces días enteros si le damos al vicio muy fuerte, y sinceramente se queda uno de putísima madre. Por ahora no se me ocurren más cosas. Hoy me toca del Club Náutico de Gran Canaria a la Playa de La Laja, all the way, hin und zurück. Ya les contaré de la maratón.