jueves, 12 de julio de 2012

Los timadores

De la serie "Los timadores". Dácil Granados. 2007


Buceando ocioso por las profundidades del disco duro externo encontré un texto que escribí hace cinco años para la exposición "Los timadores" de Dácil Granados. Cuando releí el primer párrafo quedé aterrado. ¿Era yo el autor de tremenda bazofia? Gracias al cielo, al adentrarme en la lectura, recordé que había concebido el texto para que se prestase a confusión, en buena compaña de las imágenes (fotografías de galeristas en ferias de arte) echando mano, como habitualmente se dice, de la "fina ironía". Tan fina que a falta de una aclaración podría colar sin problemas como el decálogo de consejos de un pelota profesional, entusiasta del mercado del arte, como tantos hay. Gocen del repelús.   

Cuando los artistas amateurs o recién salidos de la universidad toman conocimiento de las reglas básicas del mundo del arte, suele sobrevenirles un crudo escepticismo. Paseando por las ferias, visitando galerías o asistiendo a inauguraciones, se critica la falta de autenticidad y superficialidad que las reglas del mercado imponen a las obras de arte. El mercado es ese monstruo que compra y vende en la gran Babilonia desposeyendo de magia y pureza cualquier producción auténtica. Se habla mucho de prostitución. Se le achaca a los artistas de éxito el “haberse vendido”, llueven las descalificaciones personales en clave sexual… y es que lo que más claro deja el resentimiento del no profesional es que, para poder llegar a ser artista, no basta con hacer buenas obras de arte. Pensar lo contrario es una ingenuidad romántica. La realidad constata que los artistas que están ahí, en la escena, se parecen más a corredores de fondo, self- made women & men, que a genios excéntricos con boina, de vaporosa verborrea y mirada perdida en los cielos. El mundo del arte siempre estuvo fuertemente regulado por el dinero - al menos a partir del Renacimiento- y los que participan en su juego deben conocer a fondo sus entresijos para conseguir que sus discursos tengan presencia pública. Cuando hayamos interiorizado esto el mercado empezará a parecernos menos malo.

¿Qué hacer? El primer peldaño de la escalera pasa por analizar el entorno artístico local: qué agentes son importantes en nuestra región o comunidad autónoma, qué galerías de arte contemporáneo están conectadas al circuito nacional, de qué críticos y comisarios podemos disponer. Una vez que hayamos reconocido el terreno podremos empezar a asistir a inauguraciones, en museos y galerías, presentaciones o ruedas de prensa para dejarnos ver. En algunos meses ya sabremos quién es quién, y cuáles son sus posiciones y competencias dentro del negocio.


Es bastante raro que en un contacto directo con una galería lleguemos a buen puerto. Esta mediación entre artista y galería suele correr a cargo de críticos y comisarios. La misión de éstos es certificar la calidad y la madurez de nuestro trabajo para insertarlo después en el circuito comercial. Se puede acceder a ellos a través de certámenes y concursos, con lo que debemos contar con un buen dossier. Confeccionar un dossier es delicado. Fundamentales son la calidad en la reproducción de las imágenes, un buen diseño acorde a la estética de las obras así como un enmarcado teórico que le otorgue peso intelectual al proyecto, escrito en párrafos nunca demasiado largos. A los galeristas no debe abrumárseles con excesivo repertorio conceptual. Antes de pasar a la acción, hay que documentarse bien sobre las competencias y el corte profesional de cada galería, para no cometer errores, perdiendo el tiempo y el dinero. ¡No será la primera vez que el estupendo dossier de un joven recién salido de la carrera acabe en la trituradora de papeles de Saatchi o Leo Castelli, sin haber sido siquiera ojeado! Tras haber tomado contacto con una galería que muestre interés o decida representarnos, podemos afirmar que hemos entrado en el territorio profesional de las artes. Felicidades.

Si hacemos ganar dinero a nuestro galerista, éste nos dará visibilidad y promoción en su radio de acción mediático. Ventas, posibilidades de mostrar la obra bajo una buena infraestructura, y promoción son los ejes fundamentales sobre los que basculará nuestro éxito. La relación con el galerista debe ser siempre muy cercana, entre lo profesional y lo afectivo. Se trata de un colega de trabajo con el que colaboramos mutuamente y no, como se piensa desde la tribuna de los resentidos, de forma parasitaria.

En torno a la galería se aglutina un círculo profesional de personas compuesto por el propio galerista, otros artistas de la casa, críticos, comisarios, coleccionistas, periodistas y allegados al que debemos vincularnos con prontitud. De la mano de nuestra nueva familia asisitiremos a ferias, inauguraciones, comidas con clientes, reuniones, brunches e incluso fiestas, porque ¿acaso está prohibido divertirse trabajando? Basta con estar ahí, mostrando nuestra cara más amable, sin resultar pesados o parecer excesivamente interesados en la promoción personal, pues siempre habrá algún envidioso dispuesto a llenarse la boca de palabras feas. Este tipo de operaciones profesionales, tan poco habituales en la visión ingenua que se tiene de los artistas, son el pan nuestro de cada día en los sectores de negocios de mayor rentabilidad y prosperidad.

No podemos entender por qué se perpetúa el prejuicio que intenta apartar a los artistas del común de los empresarios de nuestra sociedad, sin ofrecer algún argumento que incluya a los creadores en el catálogo de los iluminados más allá de las realidades mundanas. Después de todo, ¿qué crímenes concretos ha cometido el mercado? Gracias a él hemos conseguido regular una actividad productiva que se movía desde hacía siglos en un terreno extremadamente resbaladizo, donde la diletancia y el intrusismo se entremezclaban maliciosamente con fines de estafa. Hemos logrado poner en su sitio a una legión de vendedores de humo, principiantes con ínfulas de diva y sospechosos oradores disfrazados de bohemio mediante el estamento profesional del currículo. Este aval de seriedad y compromiso es precisamente lo que nos ofrece el sistema de galerías. Y esto se nota cada vez más en el vibrante estado del nivel artístico de nuestro país. Nunca antes se había visto un panorama económico-creativo tan rico y esperanzador. Pero aún queda mucho por hacer, mucho por regular. Esperemos que, paso a paso, los artistas vayan abandonando libremente su rancia costra de mística oscuridad, y se dejen mimar un poco más por la jovial frescura del mundo empresarial.