sábado, 28 de septiembre de 2013

LO QUE NO PUEDE SER, ES. Rayco Ancor



"Lo que no puede ser, es", la última novela de Rayco Ancor. 

La quieres GRATIS, la quieres YA.

Bájate el PDF, pinchando AQUÍ


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El libro editado en papel, (401 páginas en edición de bolsillo a 8,50€ + gastos de envío), pinchando AQUÍ  

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Sinopsis:

"Cuando "Lo que no puede ser, es", toda voz habla desde el sufrimiento. Si exceptuamos lo humoroso de su carácter hiperbólico -la reprobable gracia del cínico- el protagonista de esta novela vive sumido en pensamientos oscuros que dificultan cualquier interacción positiva con el mundo. Así, las relaciones con su padre, hermanos y algunas otras pocas personas que aún lo tratan, nacen envenenadas por un carácter incapaz de cultivar, y cuidar, la amistad o el amor.

Este antihéroe por antonomasia va cerrando tras de sí todas las puertas que le ofrecen una salida a sus miedos y odios, hasta que en un momento dado, cuando ya ha sido capaz de truncar cualquier esperanza quedándose solo, su actitud se le revela como una farsa, una opereta autocomplaciente a la que querrá- después de algunos episodios traumáticos y con la ayuda del paisaje de la tierra en la que vive- ponerle fin."




Si no sabes quién es Rayco Ancor, pincha AQUÍ.

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Si aún quieres saber más cosas, no pinches en ningún lado y sigue leyendo...

Esta segunda novela tiene un tono distinto respecto a todo lo que he escrito hasta ahora. Desaparece- casi- el elemento popular canario, característico de los otros libros.

Es una novela dura, llena de odio y de cinismo. 

Es el relato en primera persona de un hombre amargado (1. adj. Dicho de una persona: Que guarda algún resentimiento por frustraciones, disgustos, etc.), que termina convirtiendo su amargura en una suerte de autoparodia.  

Siempre sobra decirlo cuando se escribe ficción, pero yo no tengo nada que ver el personaje. Yo soy bueno y estoy feliz. No obstante, es cierto que acabar el tocho me ha amargado un poquito. Pero ya se me pasa. A partir de ahora tocaré la trompeta de salsa y escribiré poesías. ¡Sabor!

sábado, 7 de septiembre de 2013

Insultos


-¡¡Me cago en la puta madre que te parió jodía maricona de mierda!! ¡Me cago en San Dios y la Virgen Puta! 

-¡Pero qué ordinario, barriobajero y malhablado! 

Como sabrá el lector fiel, en esta humilde bitácora no se tienen mayores remilgos en el empleo de las así llamadas palabrotas. El hecho de que aparezcan con asiduidad en estos articulillos diletantes que escribo (entreveradas, eso sí, en medio de la más fina prosa) responde a que yo soy, en directo y al natural, bastante malhablado, pese a que sea un alma de Dios, bueno como esos perrillos ladradores poco mordedores. Este es un espacio "personal", pura opinología. Así, es probable que algún alma cándida se haya espantado ante la ocasional profusión de mis ordinarieces, expresiones de mal tono y giros barriobajeros, ¡y eso está muy bien! Ese individuo tiene todo el derecho a no soportar las pataletas de un servidor, causadas por las subnormalidades que me enervan, y sí a querer ilustrarse en lugares en donde se debatan con rigor los temas que más le apasionen. Para eso ya hay cientos de blogs, webs y foros en donde pueden argumentarse criterios, encontrarse cobijo bajo el paraguas de la teoría, insertarse referencias, demostrarse cómo Habermas se vendió al Capital desde que se separó de Adorno, etc. A mí me la sopla el debate. Lo que me interesa es reflexionar, yo, a mi modo. Y si ese reflexionar, si esa voz resulta simpática y hace que tú reflexiones tus movidas por tu lado, me llenaré de alegría. Los debates no sirven para nada. Lo que sirve es que digamos qué pensamos- si pensamos algo- y que cada uno haga después lo que crea conveniente con sus erradas o acertadas (pre)concepciones.

Hecho este excurso, volvamos a los insultos. ¿Existen realmente las "malas palabras"? ¿Cómo es posible que en una sociedad desquiciada como la nuestra, en donde los que gobiernan dicen mentiras en público que le cuestan la vida a miles de personas, un insulto- tu puta madre- o palabrota- pollaboba- pueda ofender a la ya tan lacerada conciencia de los ciudadanos? ¿Tiene alguna utilidad mantener la barrera entre las buenas y las malas palabras, o acaso podemos decir que solo son entradas en el diccionario como cualquier otra, herramientas del lenguaje de las que podemos echar mano sin hacer distinciones? 

En varias ocasiones he visto cómo en blogs "serios", de esos de mucho debate, réplica y contrarréplica, un comentario aderezado con un rácano "cabrón", con un desabrido "joder", ha sido objeto del más severo correctivo por parte del resto de voces, indignadas porque un troll quiera acabar con el buenrollismo imperante, mientras que un párrafo escrito con corrección pero absolutamente lleno de odio e inquina, de mala hostia verdadera y alusiones personales sumamente hirientes, se cuela tan pancho por las redes de la censura, cuando quizás lo que hubiese que censurar (si es que hay que censurar algo, y Dios no lo quiera) sería precisamente la mala follada de algunos. A la hora de ser un bicho no hacen falta palabrotas. 

Por otro lado, si pecásemos de "relajación en las costumbres" y equiparásemos un insulto a una palabra común, no tardaríamos en provocar los bostezos del lector, que, más que ofendido, se aburriría mortalmente, pues si nos dedicásemos a soltarlos con la insistencia del niño que fascinado con la palabra "puta" la repite sin cesar hasta acabar con el carácter inhibidor de la prohibición, le quitaríamos la pimienta a nuestro flow retórico. A mi entender, el insulto debe tener cierta significación o significación aproximada, ser buen epíteto, porque no es lo mismo ser acusado de "pingafloja" que de "pollaboba". Alguna tensión freudiana o lacaniana debe haber de fondo en todo esto, y por algún motivo freudiano o lacaniano que desconozco tengo la sensación de que es importante mantener dicho veto precisamente para violarlo, pues como bien dice el refrán, las reglas están para saltárselas. Para saltárselas, ojo, no para acabar con ellas.

Como posible conclusión diría que no habría que tener miedo ni mucho menos reparo mojigato a la hora de demostrar las finuras de nuestro estilismo lenguaraz, siempre que sea menester, pero al mismo tiempo no está mal recordar una vez más (otra vez más) que no todo vale. Si acabásemos con el régimen especial del que disfrutan los insultos y groserías en el lenguaje, éste se aplanaría. Y eso sí que sería una putada del carajo.  


Post scriptum: Muy pronto Rayco Ancor, el de afilado pico, tendrá noticias para ustedes...