lunes, 17 de diciembre de 2012

Las cuatro fases

Voy a desbarrar. Déjenme.


Un amigo de un amigo de un amigo de un amigo del Facebook: una persona normal.

Existen cuatro fases de conciencia ante el hecho artístico, por orden jerárquico.

1) La barbarie. La barbarie es lo normal. Lo que hay. Por ejemplo, ahí tienes a un tío -o tía- que estudió administración de empresas, enfermería o cualquier otra cosa con salida y que respecto a las manifestaciones artísticas lo tiene claro; sabe lo que le gusta y lo que no. Esto viene a significar que sabe lo que es bueno y lo que no, independientemente del (poco) tiempo que le haya dedicado a la cuestión del gusto. "Sobre gustos no hay nada escrito" y "para gustos, colores". En la barbarie, hay unos pocos artistas currantes que saben hacer las cosas bien, tienen técnica y emplean mucho tiempo en terminar sus trabajos, y otros impostores que solo quieren tomarle el pelo a la gente. De entre los últimos hay algunos que incluso han sido encumbrados a la fama por los críticos de arte y supuestos entendidos. Sea lo que sea, digan lo que digan los expertos, está claro que un tipo que llega y hace cuatro manchas sobre un lienzo, como podría hacer cualquier niño de cuatro años, no puede reírse de una persona con sentido común, así nuestro administrador de empresas o enfermer@. De fondo, suena Mike Oldfield. Se oye hablar de que si los políticos y banqueros (la misma cosa indivisible) son unos hijos de puta. De Merkel, de los alemanes, de cuándo saldremos de la crisis. De la guerra de los sexos. La vida es así. Tiene sus cosas. Y son cosas, por lo normal, normales.

No es el de Duchamp

2) El discurso institucional. A partir de la crítica radical que supuso el famosísimo urinario de Duchamp y el concepto (u ocurrencia) del ready made, las artes plásticas no pueden ser definidas a partir de valores fijos sino solo en relación al contexto en el que éstas se producen. Se ha hecho imposible emitir juicios desde el objeto artístico sin conocer en profundidad el hecho artístico, esto es, toda la cadena de fenómenos que van desde la intención inicial del artista, pasan por el filtro de los expertos, (críticos, curators, galeristas, coleccionistas, otros artistas, etc) y se exponen en determinados lugares (salas, galerías, ferias, bienales, internet, etc) hasta llegar al espectador. Si no cumple todo este proceso el arte no puede definirse como tal. La institución busca crear consensos y fundamentar valores en un espacio tan plural y mutable como lo es nuestra sociedad actual, lleno de credos diversos y maneras de vivir antitéticas, lo que significa tener que apelar por obligación al conocimiento experto dada la complejidad simbólica del mundo. El arte hay que entenderlo, igual que la física nuclear o la neurobiología. Si no, ¿cuál es el sentido de las universidades de arte? Es difícil de entender para el profano, pero una lata con mierda puede llegar a ser una obra maestra. Si no te gusta, argumenta tu disgusto. Ganará el argumento más fuerte. Y si no, cállate la boca que no tienes ni puta idea.


Intento convencerme de que es así

3) Nihilismo. Nietzsche dijo que su filosofía duraría dos siglos. Ya vamos por el segundo. La muerte de Dios y con ella la muerte de los valores, en todos los niveles, acabó con una civilización occidental que incluso cuando se ha extendido por el globo con aparente éxito, huye agonizando hacia adelante en una escapada irracional no se sabe bien a dónde. Bueno, sí se sabe, a nuestra destrucción. Vivimos encima de una tabula rasa, un yermo paradójicamente lleno de cachivaches- un "todo a un euro" del espíritu- intercambiables entre sí. En verdad, nos guste o no, todo vale. Respecto a las artes, los consensos a los que llega la institución no son más que simulacros de verdad, espejismos que ayudan a distraernos del vacío o mecanismos interesados con los que hacer dinerito, y a vivir que son dos días. Una escena: Paseamos por una feria de arte o una bienal, en donde se muestra el trabajo de los mejores exponentes del arte contemporaneo. A pesar de que comprendemos el "mensaje" (somos unos expertos que han superado la fase número dos) todo nos parece un sinsentido, un despliegue de formas deslabazado, una puerta sin quicio, un parque de atracciones, una pecera con sofisticadísimos adornos que no puede dar cuenta de nada más allá de sus cristales. Seguimos paseando sumidos en nuestros oscuros pensamientos y de pronto nos encontramos con un amigo (también experto) que está fascinado ante el nivel y la calidad de las propuestas de dicho evento. Todo lo que hay es bueno, nos dice. Y nos lo explica con argumentos de peso. Todo lo que hay es malo, le respondemos. Y se lo explicamos con argumentos de peso. ¿Cuestiones de gusto? No, de endorfinas.  

 
Zurbarán creía en Dios y por eso pintaba maravillas. Tú y yo no creemos nada y por eso pintamos (o enlatamos) mierda. 

4) Compromiso. Cuando la contemplación de la propia punta del pie bañada por el sol del domingo resulta más valiosa y enriquecedora que admirar la más fastuosa de las obras de arte es que posiblemente (posiblemente...) hayamos llegado a un nivel de compresión estético elevado. Los museos son lugares en los que hay que refugiarse solo cuando hay mal tiempo. Hacer arte a día de hoy es producir zombies, no-muertos. Un vicio. Una inercia. La única vía de producir necesidad que tiene el arte se abre cuando éste sale de sí mismo. Podemos forzarlo a comprometerse. El compromiso puede cobrar muchas formas -pero no todas- y siempre pone en peligro a la obra de arte. En general, comprometiéndonos perdemos. El compromiso podría ser, hoy 17 de diciembre de 2012, el comunismo. ¡Toma ya! Podría ser también Dios Padre y la Revelación. O la poesía. Pero sobre poesía es mejor no decir demasiado. Quizás sí solo dos cositas muy breves: 1) se aloja en el interior del huevo 2) el choco se come entero.

Pd. Como apunte para desengrasar los sesos de tantos arcanos, qué gracia que alguien pueda llegar a imaginarse a un artista haciendo garabatos mironianos para reírse de los espectadores. "¡Jajaja! Voy a hacer cuatro rayones para tomarle el pelo a la gente diciéndole que es una obra de arte, ¡síiiii, jajaja!"

martes, 4 de diciembre de 2012

Pintura (I. El huevo)

Cuando estudiaba en la Facultad de Bellas Artes, hace más de diez años, me advertían a cada paso del peligro que suponía "descubrir el Mediterráneo" después de haber ejecutado un par de jóvenes garabatos inspirados. Hoy, creo que la única manera de que el arte me siga entusiasmando es actuar como si dicho mar aún no hubiese sido descubierto. Llevo tiempo prometiendo un texto sobre pintura a partir de mi experiencia como pintor. El texto que sigue podría entenderse como una introducción al mismo o declaración de intenciones. Cuándo lo continuaré, solo lo sabe el buen Dios.



"Hablar sobre pintura no solo es muy difícil sino que incluso puede que no tenga sentido, porque solo se puede atrapar con palabras lo que pertenece al lenguaje, y con éste no tiene la pintura nada que ver (…) Los cuadros hacen lo que les da la gana" 

Gerhard Richter

He repetido varias veces que me gustaría hablar de pintura desde dentro. No desde el punto de vista "crítico", común en el subgénero de la literatura para catálogos, sino desde el interior del huevo. Profundizaremos sobre el huevo. Quiero creer que tiene algún sentido dar cuenta, por medio de la palabra, de lo que ocurre entre el hecho material de pintar y los pensamientos de los que ésta se alimenta.

La tarea de empezar a hablar sin referencias a partir de mi propia experiencia- lo que establecería el vínculo más directo- me ha producido tanto vértigo como pereza, así que he tenido que servirme de una guía, una obra filosófica sobre pintura con un enfoque que me interesa bastante: “Pintura: el concepto de diagrama” de Gilles Deleuze. Lo que haré será reseñar dicha obra y discutirla. Se trata del texto transcrito de unas conferencias sobre pintura que Deleuze impartió en la Universidad de Vincennes entre 31 de marzo y 2 de junio de 1981. El texto está, por lo tanto, fuertemente marcado por un carácter oral que a los aficionados al pensamiento nos ayuda a entender las cuestiones más complejas de la filosofía sin que nos resbalemos con tecnicismos. De lo que sí puedo hacerme responsable es de mi competencia sobre la práctica de la pintura. Me tomaré incluso la suprema osadía de discutirle a este respecto algunos puntos al sabio filósofo. No obstante, lo que en verdad me gustaría hacer sería sacudirme de encima este libro y aportar otros ejemplos, tanto de mi propia trayectoria como de la de otros pintores con los que mantengo un trato personal.



Antes saqué a colación el huevo. Se trata de una cita que hace Deleuze de Paul Klee y que dice así:

“Si el punto gris se dilata y ocupa la totalidad de lo visible entonces el caos cambia de sentido y el huevo se hace muerte”

Este tipo de afirmaciones respecto a la pintura las echo mucho en falta. La mayoría de las que escucho me dejan frío o me producen hastío y rechazo, como por ejemplo la siguiente, escrita en el tono común de la así llamada literatura artística.

“Se exploran las relaciones entre la idea del paisaje en la cultura occidental clásica y la sociedad postcapitalista global contemporánea para hacer una deconstrucción crítica de los lenguajes visuales”  

Bien podrían ser bucólicos paisajes de montaña surcados por  cables del tendido eléctrico. Éstos, los así llamados statements de artista, por lo general emplean a la ligera conceptos filosóficos con bastante historia tras de sí para soterrar una intención puramente mercantil. A través del uso impaciente de estas etiquetas intelectuales, el artista se prestigia con la autoridad prestada de los grandes pensadores. Manejando unos pocos de estos resabios, que cambian según las modas en los cenáculos intelectuales, todos podemos arrogarnos con el supuesto derecho de “ser conscientes” de lo que hacemos, autocríticos, hacer un trabajo reflexivo, en definitiva, “controlar”, pues hoy en día parecer un artista iletrado le provoca pánico a casi todos. Incluso cuando dichos artistas se han esforzado por entender las fuentes de las que beben, esta aproximación concreta- y que se pretende la única posible- al pensar las artes me aburre muchísimo, quizás porque yo mismo he escrito alguna poca cosa sobre mi obra y la de otros en dicho tono. Gracias al cielo, el huevo no va de esto. El huevo es, por lo pronto, la única vía que soy capaz de entrever para que el arte deje de resultarme un aburrimiento, un sarao desquiciante, un mero negociete travestido. Que el arte contemporáneo se ha convertido en un circo absolutamente lamentable es ya un lugar común para cada vez más gente. Sin embargo, dentro del huevo todavía hay cosas a las que merece la pena seguir prestando atención. Volvamos a Klee.

Klee no está haciendo con su, aparentemente, oscura recomendación (que yo he tomado como leiv motiv para tratar de presentar un territorio en donde podríamos pensar las artes de otra manera) una apología del subjetivismo o el irracionalismo. Bien al contrario, procura ser muy certero en su descripción. Deleuze se encargará más tarde de masticar la frase proponiendo una interpretación de la misma. Pero antes quisiera decir por qué este apunte de Klee, y sobre todo su tono, me resulta simpático y enriquecedor; porque emplea determinadas metáforas, de enorme sencillez tanto visual como literaria, que responden a un problema procedimental y material concreto en su trabajo como pintor, y lo hace de la manera más directa posible. Los que están acostumbrados a los lenguajes pseudofilosóficos que la crítica académica emplea- a sus serpenteantes arquitecturas teóricas, por otro lado incapaces de aprehender algo concreto- reciben esta clase de afirmaciones con bastantes reservas; resultan superficialmente demodé, huelen a alegoría romanticona, presentan la pintura desde una atmósfera vagamente poética y viejuna, cuanto menos sospechosa. Sin embargo yo pienso que aquí Klee y su huevo nos están dando una lección de necesidad, que es la mejor amiga de las artes: dice lo que tiene que decir sin sobrecargar el significado ni reducirlo.

Nosotros -no Deleuze, sino ustedes y yo- sí vamos a reducirlo hasta llegar a un punto de comprensión escolar, sacrificando la profundidad en beneficio de una dudosa claridad. Klee habla del uso del gris en la pintura. En principio- y siguiendo aún a Deleuze- el pintor distingue dos clases de gris, uno que sería nocivo para el cuadro, que lo arruinaría, y otro que aparte de ser un “gris bueno” es necesario para formar la composición (o diagrama, ya hablaremos de este concepto deleuziano más adelante). El primer gris nocivo lo identifica con el caos y el segundo con el principio de creación. Uno no es dimensional y el otro genera las dimensiones. Como Deleuze reconoce, parece que Klee trata de hacer “una cosmogénesis de la pintura” a partir, según mi criterio, de algo que cualquier iniciado a la pintura tiene en cuenta. Perdonen pues mi zafia aclaración: Klee habla del gris “de bote” y del gris “hecho por uno mismo”. El primero es el producto de mezclar un blanco y un negro del tubo. El segundo es mezcla de todos los colores, por lo tanto es dimensional al tener siempre una ascendente a algo, al azul, al verde, al violeta, etc. Tal como ocurre en la tonalidad musical, llama a algunos tonos de su familia y rechaza a otros. ¿Qué ocurre cuando “el centro” o la totalidad de la obra se ve ahogada por el gris perfecto, mezcla de blanco y negro, puro caos, unidimensional? Pues que el huevo se muere. El cuadro es el huevo... y éste se hace una mierda si abusas del gris chungo.

Como ven, el tema en sí no es de una complejidad especial, sin embargo Klee lo consigue llevar a su estética de una manera que difícilmente podría ser más exacta. El tema en sí – tan querido por la literatura artística contemporánea- es una supina banalidad, una conocida recomendación de taller para que las obras ganen en riqueza cromática, sin embargo el que crea que es capaz de formular dicho consejo con más sencillez y sin restarle significación, va a verse metido en un buen lío. Déjenme hacerlo rápidamente:

“El uso excesivo de un gris hecho con blanco y negro del bote puede perjudicar la gama cromática que abre la composición del cuadro”

y de nuevo Klee:

“Si el punto gris se dilata y ocupa la totalidad de lo visible entonces el caos cambia de sentido y el huevo se hace muerte”

Como ven, a partir de una dificultad trivial de la que se deben hacer cargo todos los pintores- el bendito gris (o negro) de bote- Klee es capaz de plantear toda una cosmología que ponen mi exposición del problema a la altura de un torpe ejercicio escolar. Que la expresión de Klee sea atrayente y bella me interesa menos que sea exacta, que dé en el clavo como lo hace. Quizás habría que convencer a los fabricantes de colores para que pusiesen su cita en los tubos de negro o gris. Son esta clase de comentarios, ligados a la materialidad pero enriquecidos por el mundo propio de cada artista, los que tanto echo en falta hoy. Se ha producido un encuentro entre el pintar y el pensar que es exactamente el tipo de reflexión que ando buscando, por un lado anclada al trajín del taller y sus truquillos y por otro coincidente con las formas mentales de referencia del artista, en el caso particular de Klee, su visión cosmológica del pintar que, en sí misma, tampoco me interesa demasiado. Lo que me interesa es la correspondencia entre ambas cosas. Los artistas al trabajar pensamos constantemente estupideces junto a alguna buena idea en medio de runruneos mentales más o menos arbitrarios, de palabras- hábito que se repiten, como fantasmas, algo que traducido al lenguaje compadre de los del ramo podría denominarse como “vidilla interior”. Todas estas fijaciones  pueden ser en sí mismas más o menos interesantes, más o menos banales. La cuestión importante es qué clase de  correspondencia existe entre toda esa “energía mental” y el cuadro, porque sin ella no hay cuadro o el cuadro es otro. A partir de aquí, es a esto a la que me voy a referir cuando hable del huevo.

Continuará. Ya veremos...

martes, 6 de noviembre de 2012

Competiti-ti- titi- tit tt tii ti...

Ejemplar adulto de Titi

Cuando leo o escucho el nombre del nuevo y flamante Ministerio de Economía y Competitividad me poseen unas sobrecogedoras ganas de atentar. 

Esta nomenclatura elegida por el equipo del ministro De Guindos tiene la virtud, como la mayor parte de acciones relevantes de su partido, de polarizar el debate político en nuestro país. En consonancia con su naturaleza, las polarizaciones traen consigo la solo aparente desgracia de pasarse por el forro los matices, las sutilezas, las gamas de grises entre el blanco y el negro, reduciendo la profundidad o amplitud de los discursos pero  haciéndolos más concretos y vehementes. Si alguien tenía dudas de qué significaba ser de izquierdas - una palabra algo difusa en los asquerosos años noventa en los que tuve la mala suerte de criarme- la agenda política que lleva adelante nuestro Gobierno ayuda a disiparlas. 

Ya he apuntado varias veces por aquí la asombrosa capacidad de resolución de estas gentes, que los diferencia de sus predecesores, no solo del Pesoe sino también de sus padres y abuelos franquistas, mucho más atrabiliarios, criados en aquella España de los dos cojones, peor educados y aún no contaminados con la idea de un tipo de progreso a marchas forzadas contrario a las leyes de la biosfera y el groove de la diástole y la sístole. Al menos la siesta, como institución, era antes respetada. Estos tíos y tías son, en efecto, de los del partido de la gente que se levanta temprano, no se saltaron la primera hora en el College y por eso son muy técnicos, tecnócratas, los jovenes ya hablan inglés, ¡por fin!, están preparados para los así llamados "retos de la modernidad", lo cual no quiere decir que en sus cabezas no impere la más galopante demencia, que sean por definición unos bárbaros, ya que la competición es uno de los elementos esenciales de la barbarie.   

Como sabemos, la competitividad es otro de los dogmas del pensamiento neoliberal. Ellos lo destilan de una bella palabra con mucha historia, fundamental para la Modernidad, que se llama libertad. Pero debemos ser un poco más específicos. La acepción de libertad que el establishment conservador utiliza solo hace referencia a la "libertad de empresa". Nada más. Dar la parte por el todo, algo muy común, lleva a grandes errores que estos mamones aprovechan bien para inflar su retórica. La libertad en la pluma de Vargas Llosa... ¡qué fichaje tan peligroso han hecho!

Así, un (neo)liberal no es una persona más libertaria, sino alguien que está a favor del (neo)liberalismo, una teoría económica concreta que no tiene nada que ver, por un lado, con el concepto de libertad que se maneja desde la filosofía y, por otro, con el sentir general de las gentes, ese de estar retozando en medio de las flores y tocando en la guitarra "More than words" in saecula saeculorum. Este tipo de liberación solo es tal en lo que compete a las relaciones económicas de la existencia dentro del capitalismo, por tanto le tiene fobia a cualquier instancia que trate de regularla o disminuirla, como por ejemplo el poder político (que en su mayor parte vive en connivencia con esta fuerza nihilista) o el santísimo derecho a rascarnos los cojones mientras los yuppies se parten el culo a trabajar (comportamiento ejemplar y en vías de extinción al que incluso los yuppies más inspirados se consagran tras una carrera de éxito). Decir "político liberal" es un contrasentido: un buen liberal solo desea que todo lo regule el libre cambio a través de la competitititi. Ocuparse de otras cosas es accesorio, pues éstas vendrán dadas mediante dicha competi, encargada de generar los asuntos de los cuales habremos de ocuparnos en el futuro. Así ha sucedido también en el arte, hasta hace no demasiado la única esfera de lo social en donde el fin en sí mismo era el propio arte, no el top ten de los más vendidos y las galerías y negocietes y los prestigios correlativos que me producen fantasías muy AK-47. En realidad, viéndolo con lejanía -algo difícil si se siguen las noticias- se apunta a una forma de ver la vida o Weltanschauung, si me disculpan el oxímoron, muy marciana, como de gente nerviosa, intranquila, que no saben muy bien qué hacer con sus días. No me extraña que los buenos liberales y neoliberales sufran de stress, infartos e infelicidad crónica en medio de sus lujos, que tengan esa expresión avinagrada, de mirada afilada pero con un ligero extravío y labios finos, así Aznar, así De Guindos, ya que es muy difícil ser sabroso de espíritu y al mismo tiempo neoliberal. 

En resumidas cuentas, la libertad del liberal es la del ir por la sabana luchando para ser Rey León, o reyezuelo, la simple Ley del Más Fuerte. Con gran dureza de tormo, aplican la teoría de la evolución de Darwin a lo humano brindándonos así su particular y reducida idea del progreso, a la que si no te adaptas eres "libre" de ser deglutido y excretado por alguna hiena, algún campeón del negocio que si no puede domeñarte por sí mismo, te manda de regalo a unos poquitos antidisturbios, simpatiquísimos. Ellos parecen presuponer con más malicia que ignorancia que todos salimos del mismo punto de partida y también que queremos compartir su visión fenicia de la existencia, sacrificar nuestras vidas en el altar de la economía. A esto se dedica el Ministerio de Competitividad; nos instala en la jungla, en la City de negocios, y nos pone a comernos los unos a los otros. Los más fuertes sobreviven, se casan y mejoran la raza con rubios retoños.

Sobre competis, prefiero hablar de las carreras a las que, como sabe el parroquiano de este blog, asisto de vez en cuando, amateur y contento con mis 21 km., pero la palabreja es tan despreciable y repugnante, tan miserable, que hasta el deporte mancilla cuando transforma una actividad eminentemente lúdica- y de experiencia interior en el caso de las carreras- en una obsesión por las centésimas de segundo, las clasificaciones y el privilegio del ganador, ya que todo lo que es realmente bueno se hace por sí mismo. Pero será Rayco Ancor el que dará cuenta de todo esto, si somos capaces de leer en los detalles que nos brinda su universo particular, con la mayor exactitud.

Los días difíciles…

Los días difíciles
las mañanas sin nada
las noches de paranoia en la cama
cuando incluso la Play es una farsa
y en la moto hay centímetros cúbicos
gritando por gasofa
cuando solo jamo latas y chopped
y la vida es mascosa
cuando fumo prestado
cuando al llegar a casa
templado, escondiéndome
la piba me mira como una gata
hay mal rollo, es fácil ver
la difícil solución
por muchas vueltas que de
a un asunto superior
como es el del trabajo.
Se dice que en España hay mucho paro
y bueno, es que me da igual
para ser sincero yo no he buscado
mucho, pero algo tengo,
siempre hay un business chico entre mis manos
sobrevivo y palante
¡De mí mi propio amo!
Que trabajen, si quieren, las máquinas.
A pesar de esos días
de momentillos malos
nadie podrá decir que yo vivía
como el resto de esclavos
aunque tenga un modulito de F.P.
siempre fui contra todo
tiene algo de rebelde el ser decente
y currando en Zara Men
segurita de mierda
de pinche en un bar sirviendo hamburguesas
¿no queda el alma muerta?
Yo preferiría no tener móvil
ni una moto siquiera
e incluso ir por la vida sin camisa
para no sufrir pena
porque a veces es bueno ser radical
y llamar a lo normal
dándole vuelta y vuelta
con un nombre que a todos les gusta usar
sin entender. Libertad. 


domingo, 21 de octubre de 2012

Tío Bartolomé



Hace años escribí una entrada, con motivo de la construcción de unos nuevos mamotretos hoteleros en el Sur, incluyendo la transcripción distorsionada de una extraña conversación telefónica. Hoy acabaremos con el misterio. Se trataba de un extracto de "¡Risa!", mi / la última novela de Rayco Ancor, en donde Bartolomé, genio y figura del nuevo rico canario amante del ladrillo desbarra a piacere sobre el progreso, las Islas, el turismo, las ilusiones perdidas, etc. Les dejo de nuevo con aquel texto pero sin distorsiones.

-Aquí no se pueden hacer negocios ni tirar para adelante bien, como tendría que ser, porque hay veinte mil cortapisas de por medio. Si quieres rodar un callao de la playa tienes que tener suerte con el político de turno, rellenar veinte mil papeles y mandar a tres tíos a comer ventanilla de fijo en el Ayuntamiento, el Cabildo o el edificio de Usos Múltiples, pagarle a unos machaca para que duerman allí, eso si te va bien y no entras por la vía judicial. Eso en otros países no es así, otros países que además no tienen la gallina de los huevos de oro que tenemos nosotros, el turismo, que no se va a agotar nunca, nunca jamás, te lo digo yo, aunque ahora estén que no cagan con el moro, que si las playas de Marruecos y las costas interminables, sí, es verdad, pero qué va, yo el moro no me lo creo todavía, tienen que pasar muchas cosas para que aquello se ponga jugoso, y yo no lo veré porque eso allí abajo no va a coger cabeza por lo menos hasta dentro de cincuenta años. Vete a contarle tú a los touroperadores alemanes que se traigan el ganado gordo a Marruecos, que inviertan allí fuerte como aquí o en Mallorca; cuando vean que allí no pueden beberse un whisky ni comer cochino ni ir a discotecas que no estén dentro del recinto del hotel o coger un jeep y viajar por el país sin sobornar a la policía o sin que los secuestren o les metan una bomba, cuando vean a los morillos babándose encima de la muchachas rubias y diciéndoles de puta para arriba por enseñar las tetas en la playa… que no hombre, que no me lo creo. Esto aquí fue distinto, porque el canario aunque fue siempre pobre siempre fue bueno y hasta el mago más bruto de Las Lagunetas era una persona a la que se le podía enseñar lo que le conviene, que es tener dinero, carreteras, supermercados, buenos coches, casas y apartamentos, sin las soplapolladas de la religión y de Alá y del extremismo, por favor. Esto aquí es el Paraíso y no tiene competidores reales. Además si sale competencia bienvenida sea, Pepito, vamos a mejor, todos, turismo de más calidad, no de ingleses borrachos y gentuza, que los manden a esos para África a armarla, sino de golf y de perras, de resortes (sic) en el Sur, soltando billetes, creando puestos de trabajo, creando riqueza. Qué va, mi niño, los moros están todavía atrasados en comparación a nosotros, que aquí hay de todo, se tienen que quitar la chilaba de arriba, de la cabeza me refiero, la cabeza, Pepe, eso es lo más importante. ¿Qué quieres tú, a ver? ¿Qué ordenador quieres tú, que tanto te gustan las máquinas? ¿Cuál es el que te gusta a ti, el Mac ese, no era? ¿Qué moto quieres tú, la Ducati italiana, que es la que a ti te gusta, para darnos un disgusto a tu familia en cualquier momento? En día y medio, máximo, tienes aquí la moto, querío, la que más te guste. ¿Quieres caviar iraní, del mejor? Lo tienes. ¿Quieres chuletón de novillo argentino, del mejor? Te lo comes. Esto es el Paraíso y mucha gente lo está echando a perder, poniendo obstáculos, metiendo papeleo, regulaciones y regímenes fiscales draconianos, menudo palo nos dieron con lo del puerto franco, cuando los que hemos hecho estas islas, los que hemos construido estas islas dándoles riqueza no han sido ni los abogados ni los médicos ni los políticos ni los profesores de universidad ni los arquitectos, sino nosotros, los currantes, los empresarios. Nosotros jalamos del carro y el resto viene dentro metido. El que no lo quiera reconocer es un gilipollas. Unas cosas se consiguen primero, los capitales e infraestructuras, y las otras llegan después, todas las mariconadas. Da rabia que la gente se olvide de eso, a mí me da rabia. Da mucho coraje, Pepito, que uno maniobre como sabe hacer, con cabeza y apostando fuerte por crear riqueza aquí y le caigan arriba un viaje de pollabobas aguafiestas y lo metan a uno en el talego. ¡En el talego! Me descojono yo de los disidentes de Cuba, me descojono de los presos políticos y los refugiados, que lo único que hacen es darle a la lengua cuando uno además de deslomarse a trabajar todos los días (en mi época yo salía de mi casa a las cinco de la mañana y llegaba a las nueve, diez de la noche) por toda la sociedad en peso, calladito la boca, acaba con sus huesos en la cárcel. Es de risa, Pepito, descojónate, por favor. Claro, es lo que dice Blas. Nosotros los canarios lo tenemos todo pero no tenemos nada. O sea, que nuestro peor enemigo es el enemigo interior, dice, nosotros mismos, y no me refiero a la competencia, que oye, si a los Morellones les va bien eso significa que me va a ir mejor a mí, porque el dinero atrae el dinero, métete eso en la cabeza ya si quieres ganar perras, Pepe, sino los otros, los aguafiestas, los que se han metido en las cámaras de comercio a tocar los cojones y que no son negociantes natos, ni currantes ni empresarios ni nada, una mano de maricones todo el día con el librito de las leyes para aquí y para allá, con sus abogados mirando las jugadas ajenas con lupa, por puras envidias. No saben jugar, ven que uno juega de puta madre y te cortan las alas como puedan, para joderte sin motivo. No es la competencia, como se creen los pibes jóvenes, los empresarios jóvenes, porque la gente con cabeza como yo, los que valemos aquí en esta tierra siempre nos hemos entendido bien y hemos procurado no pisarnos el terreno. ¿Que hay problemas? ¿Que de vez en cuando hay roces entre nosotros? Es lógico, raro es que no los hubiese, pero eso siempre, los que servimos para algo, lo hemos sabido llevar con salud. Si al final resulta que tengo que ceder yo, pues cedo, mi niño. Para la próxima cedes tú, sin hacernos mala sangre, que con unas cenitas, unos vinitos y unas charlitas de persona humana civilizada, sin chilabas y sin babuchas, se resuelven todos los problemas del mundo, y más en un sitio tan pequeño como Gran Canaria, sin sangre, te digo, que tampoco estamos en Sicilia ni esto son reuniones de la mafia, algo que le he dicho cien mil veces a Blas cuando se pone tontito con la pistolita, “guárdate eso, totorota, a ver si te vas a despelusar la barba, que esto no es “El Padrino”, bobilín”. Entre nosotros no hay problemas, cualquiera que ha trabajado más de veinticinco años lo sabe. Si Morellón mañana hace otro hotel de cinco estrellas en el Sur, con quinientas habitaciones, y cada habitación usa un rollo de papel higiénico por día, de promedio, estarán haciéndose todos los días quinientos rollos de papel más en la fábrica de papel y al final resulta que les hará falta otra nave industrial y me van a llamar a mí y a Blasito para que se la construya. Es el “Efecto de las Mariposas”, Pepito, ¿sabes lo que es eso, mi niño? Pues lee un poquito de Historia para que aprendas cosas importantes. Eso significa que todas las mariposas del mundo, aunque sean pequeñas, son tantas, que si agitasen las alas a la vez, todas, podrían provocar un tornado de máxima potencia, y aquí, nosotros, más o menos cuando tu naciste, la mejor época de crecimiento que ha tenido Canarias, fuimos todos como mariposas, ¡maricones no, coño!, al golpito trabajando, entre todos, echándonos cables. Tú me contratas, yo te recomiendo y te presento a otra gente si sabes currar, y tiro porque me toca. Así montamos lo que montamos aquí, un país civilizado desde las piedras, nosotros, chiquillos de la calle sin educación superior ni universidad ni pingas en vinagre, sino curiosidad, ganas de aprender de la vida, humildad, respeto por los mayores, buenas espaldas para soportar palos, y cojones, muchos cojones para rompérnoslos trabajando todos los días, de sol a sol. Yo empecé cargando sacos de picón, Pepito, yo en el muelle cargaba con quince años sacos de picón que venían de Lanzarote, en una carretilla, y con veinte años o así me compré un camión, ¡con veinte años Pepe, en esa época, que se lo cuentas a alguien y no se lo cree! Mi pobre madre, tu abuela en paz descanse que vendió unos alpendres que tenía en el Lomo Magullo para ayudarme a mí a pagar el camión, y desde que tuve el camión transportaba yo todo el picón que podía, a donde fuese, al Sur, al norte, al centro, a todos lados, y en el muelle me tenían a mí loco, todo el mundo quería trabajar conmigo, Bartolomé el del picón, me decían, porque la gente que me daba cosas para transportar (ya después transporté material de obra de toda clase) sabía que conmigo estaban asegurados, que el plazo se cumplía, que la mercancía llegaba íntegra, y que al día siguiente me iban a tener allí para informarles de todo, de cualquier cosa que me dijesen en destino, preparado para llenar el camión otra vez con mis propias manos y salir a escape a trabajar como si aquí hubiesen pasado dos portaaviones americanos y aplanado la Isla a bombas. Luego ya sabes la flota de camiones que tuve, antes de vender esa empresa y meterme con Blas a trabajar, porque a todo el mundo, diez años después, le dio por hacer lo mismo, comprando camiones como locos, alemanes, mejores que los míos. ¿El moro? Me descojono, Pepito, allí echados en la calle, sentados, fumando en pipa esperando coger a un guiri para estafarlo con una alfombra hecha en China. No tienen espíritu los moros y aquí todavía falta espíritu, necesitamos más espíritu, Pepe, los canarios, para poder ponernos donde nos merecemos, en lo más alto. Yo miro para mi casa, Pepito, yo miro ahora todo lo que tengo, esa tele, esa mesa, ese sillón grande con el tapizado de vaca, o cebra, qué sé yo lo que es, piel de verdad, que se abre, enorme, que lo compró mi mujer en paz descanse sin decirme nada y con mi dinero, carísimo, y que tanto te gusta a ti para dormirte las siestas, el jodío sillón lo miro y después me acuerdo de quién era yo, de cómo pesaban los putos sacos de picón y cómo tenía el hombro en carne viva al principio y con un callo por toda la espalda al final, me acuerdo de cómo se trabajaba en ese muelle, de ver a algún otro animal como yo currando que al final también consiguió colocarse como Dios manda, y me echo a llorar. No lloro ni nada, cojones, pero me dan ganas, coño, se me saltan las lágrimas sin querer. ¿Sabes por qué no lloro? Por culpa del enemigo interior. Eso en vez de darme pena, como mis recuerdos de niño trabajador, me da rabia, porque destruye mis recuerdos y me provoca. Dándolo todo por esta tierra, dejándome la salud, la espalda, que me la jodí con tres años más que tu hermano Samuel, y dejándome también un poco la cabeza, no lo voy a esconder, que desde lo de Blas me tengo que comer una pirulita para dormir (es una bobería en realidad, una cosa de plantas naturales, nada muy fuerte, según me dijo el bobera del psiquiatra) para que al final vengan cuatro hijos de puta, me metan en la cárcel y le terminen robando los sueños de un futuro mejor a aquel niño bueno, noble y trabajador, con la camiseta negra y rota del picón, que era yo. 


domingo, 2 de septiembre de 2012

El talante contra los godos



CONTRA LOS ENTERADOS

“Una de las enseñanzas de la época de Hitler es la de la estupidez de pretender saber demasiado. (…) Siempre, según los listos, el fascismo habría sido imposible en Occidente. Los listos han hecho siempre fácil la partida a los bárbaros, porque son así de tontos. Son los juicios orientados y de amplia perspectiva, las prognosis fundadas en la estadística y en la experiencia, las afirmaciones que comienzan con un “a fin de cuentas, sé lo que digo”, son los asertos sólidos y concluyentes los que resultan eminentemente falsos”

Max Horkheimer / Theodor W. Adorno


Me he acordado esta mañana de domingo de un comodín político acuñado por el expresidente del gobierno español que pronto entrará en el saco del olvido: El talante.

La última legislatura del Pesoe (mejor escribirlo así, para no hacer referencia al confuso significado de sus siglas) acabó con el sueño de la socialdemocracia en España entendida como la buena avenencia entre el poder financiero, los agentes políticos y la sociedad civil. Hoy impera el Mal no por una intensificación de sus fuerzas o mayor capacidad de argumentación sino porque los únicos que podían hacerle frente en las urnas sucumbieron. Miserias del bipartidismo. La situación se tornó para muchos descreídos del Pesoe en algo tremendamente desasosegante. Igual era hora de votarle a IU- y muchos lo hicieron a tenor de su espectacular subida- pero eso supondría hundirse con conocimiento de causa en el agujero en el que hoy nos encontramos. Sea lo que sea, el Pesoe está en una situación difícil y, gracias al bipartidismo y los traspiés del sistema D´Hondt, así lo estamos todos. 

A grandes rasgos, lo que diferenció al Pesoe del Pepé - y disculpen que me vaya por peteneras pero siempre me ha hecho mucha gracia el hecho de que los nombres de los tres partidos mayoritarios apunten directamente a sus carencias: Partido socialista y obrero, Partido Popular (ya es la rehostia cuando se les llama "los populares") e Izquierda Unida, a los que seguiría votando aún con mayor ahínco si se denominasen Izquierda Desunida, pues en esa desunión veo la virtud del compromiso político en el disenso, lo que no es moco de pavo- fue el tema de la guerra de Irak y la menor velocidad de resolución de los primeros a la hora de aplicar los dogmas neoliberales: lo que el Pepé se carga en un ratito- y sobre esto hemos recolectado las mejores pruebas en los últimos meses- el Pesoe tarda años en destrozarlo. Estas dos son, desde mi punto de vista, las grandes diferencias de peso, si exceptuamos aquella que quiero hoy traer a colación, mucho más nebulosa. 

Me gustó de Zapatero, al igual que de Obama, aquello del talante. A pesar de que pueda sonar a palabrería hueca, a muletilla pseudofilosófica, a consigna propagandística socialdemócrata adaptada a la era posmoderna, creo que el talante, en toda su subjetividad, responde a situaciones anímicas que acaban por traducirse en hechos políticos reales. Quizás sea más fácil acercarnos a este término diciendo precisamente lo que el talante no es.

Hace algún tiempo me representaba una galería de arte situada en el así llamado Barrio de las Letras de Madrid, no lejos del Congreso de los Diputados y de las Cortes así como de otras instituciones, sedes de empresas y bancos en las que presuntamente se corta el bacalao nacional. En las pausas de montaje de exposición solía tomar café o comer algo en los bares cercanos. Allí, muchas veces me vi sumido en atmósferas cerradas en donde reinaba una asfixiante falta de talante. En estas barras, señores de mediana edad, trajeados pero sin ganas de vestirse así, o asao- como si los vistiera su madre o su jefe- hojeaban la prensa a gran velocidad y, a viva voz para que los escuchase la concurrencia, exponían sus teorías acerca del progreso de la nación, con un aplomo tal que efectivamente parecía que firmaban ese día algunos decretos o leyes fundamentales para el país. Después resultaba que solo eran tristes oficinistas. Volaban las expresiones retóricas contundentes como el "¡lo que yo te diga!" o "¡pues va a ser que no!", garantes absolutos del valor de sus juicios; se engullían montaditos buenísimos, se vaciaban las cañas en dos buches, se despachaban cafés a gran velocidad y olía a tabaco negro. La dolorosa, bien salada para las tres boberías consumidas, se apoquinaba sin drama alguno. En menos de media hora estos señores y señoras le habían brindado al público un repaso de la actualidad nacional e internacional y el fútbol lleno de sinceridad, expertise y, sobre todo, mucho realismo. Como decía un amigo madrileño de mi familia: "En Madrid, en un bar, a las once de la mañana de un día entre semana, te encuentras con un conocido, y si no te ha dado una conferencia, se la das" En Canarias tenemos una palabra despectiva que describe bien estas situaciones, que a mí me gusta mucho y que lamentablemente ha quedado mancillada tanto por las pacaterías de la corrección política como por el provincianismo excluyente y subnormal del nacionalismo coalición: el godo. En aquellos bares siempre pensaba para mis adentros: "¡Fuertes godos!" Es precisamente el godo aquella persona que carece de talante. De ideas claras, es resolutivo en su visión parcial, no tiene tiempo para la reflexión en calma, para aplicar moratorias, y lleva adelante sus medias verdades (o Halbbildung como la llamaba Adorno) caiga quien caiga, con una manía discursiva común que se basa en manejar gran cantidad de datos deslabazados y porcentajes científicos sin contexto, aquí y allá, como si el conocimiento tuviese algo que ver con ganar al Trivial Pursuit, del tipo "¡que te digo que el 28,5% de los inmigrantes rechaza firmar contratos de trabajo!" A ver quién le rebate nada a ese 28,5%. Sin embargo, lo que más aprecio del uso de la palabra godo no es cuando yo, henchido mi pecho de desprecio ante los enterados, echo mano de ella o la escucho en boca de algún político chaflameja y racistilla de "los nuestros", sino cuando la incorpora en su modo de actuar, en un acto contrahegemónico, un peninsular.

Unamuno, peninsular hasta las cejas y devastado en su ser por el "problema España", es un hombre de talante. Otro de estos es Berlanga, que se pasó buena parte de su vida filmando con plena conciencia situaciones godas extremas, entre lo cotidiano y lo grotesco, hasta producir carcajadas. Almódovar hereda este escenario pero le hace un quiebro, aprovechando la transición tanto vital como política del país, con la introducción de talante a través de sus personajes límite, más empáticos, menos categóricos, menos obsesos con el bendito sentido común y la "normalidad", y al mismo tiempo españoles hasta la médula. Por otro lado, nuestro querido ministro de Turismo, grancanario de pura cepa, y que quiere llenar de petróleo las aguas canarias en el plazo de tiempo más corto posible, es un godo ejemplar. Allí donde reina, por emplear la metáfora de mi primo Antonio, la "vieja piel de toro", se produce una interrupción del talante, y Zapatero, en toda su fofez, en toda su impotencia y falta de carácter para enfrentarse a quien debía, al menos acertó sacando esta idea a la palestra política.

El talante, como elemento gráfico formal, tal que un color, no está en el retrato de George W. Bush, por afable que éste parezca, y menos aún en aquel otro, tan elocuente, del Caudillo cantando el "Cara al Sol" con Millán. No hay ningún talante en la sonrisilla entre lo ruinito, la ironía de segunda fila y la sutilidad bujarra de Rajoy, ni en el "que se jodan" de Fabra, la rubia, exabrupto telúrico incontrolado que da la impresión freudiana de encubrir una secreta e insatisfecha pasión anal, ni en el "por qué no te callas" de aquel borracho.   

Hubo talante, por mucha conveniencia electoral que aquello supusiera, el día en el que Zapa no se levantó ante la bandera de los Estados Unidos, o cuando Sánchez Gordillo, con sus poderosos dientes separados, es capaz no solo de decir verdades aplastantes dentro de la boca del lobo sino además acallar a gritos, jugando a su juego con total comodidad, a las machangas übergodas encocadas del sálvame o el debate o como coño se llame esa mierda de programa. 

Otro concepto del que carece el godo es el del sabor o lo sabroso, omnipresente en el contexto de las políticas progresistas latinoamericanas, un jugoso adjetivo con el que me he partido los cuernos intentando traducírselo a algunos amigos alemanes. Esta idea y otras muchas, junto al talante, tendrían cabida en un manual de gramática de poética política. No estaría mal en esta época en donde impera el economicismo hasta en las dimensiones más epidermicas del sujeto escuchar otras palabras, otras formas de enfocar lo político, para que no nos ahogue con su grave cháchara nuestra prima de riesgo, otorgándole belleza a los gestos correctos, como pringar en Mercadona para darle a los que no tienen un duro. Es robo, sí, no hace falta esconderse ni utilizar eufemismos para definirlo, pero es un robo, aparte de legítimo, de grandísima belleza. Por cierto que, en España, Mercadona es mi supermercado favorito. Espero que la próxima vez los del SAT o quienes sean no se lleven solo los alimentos de primera necesidad sino también los vinitos buenos y gambones del número uno. Como si no nos gustaran, no me jodas... 

Según la pseudociencia de la fisiognomía a través de los rasgos de la cara, independientemente de los cánones de belleza del momento, sería posible adivinar si una persona tiene "talante" o no. Ante estas tres poses prácticamente iguales, yo lo veo muy claro.

jueves, 9 de agosto de 2012

En defensa del perroflauta



No hace falta poner ejemplos: La cosa se está poniendo dura. La peña se está lanzando a la calle en masa, personas que hasta hace bien poco no habían tenido mayores querencias con las reivindicaciones sociales, que se consideraban apolíticas, “pasaban de todo” o ironizaban incluso hacia los nulos efectos de las manifestaciones, a sus ojos, congregaciones de borregos coreando estupideces que al día siguiente solicitan un crédito al banco, como todo hijo de vecino. El panorama ha cambiado. La presión de los de arriba se hace insoportable. Ya no hablamos de la defensa de unos vaporosos ideales utópicos sino de acciones directas en contra del saqueo a nuestras carteras. Nos sacan la puta pasta de la cuenta, así de sencillo, nos echan de nuestras casas y trabajos, algo que ya no podemos tolerar sin al menos alzar una voz de protesta. Ahora agitamos las pancartas de cartón y ladramos consignas revolucionarias sin demasiada vergüenza, pero eso sí, mucho ojito: que a nadie se le ocurra confundirnos con perroflautas.

De entre “los nuestros”, el perroflauta es el ser mas odiado por el común de la masa que grita en las calles a partir del Quince Eme. Se oye a menudo “Si hay perroflautas me piro a casa” “La reunión fue muy seria. Ni un perroflauta” “Los políticos tienen que entender que esto no es una manifestación de perroflautas”, etc., pero antes de entrarle al trapo, les enlazo un entremés que nos pondrá en situación, un cuento de Rayco Ancor que ilustra estupendamente el encono hacia estas gentes.

El perroflauta, con su can y su instrumento, es un hijo legítimo del ya ilustre movimiento hippie, aunque de carácter más urbanita. Menos conectado al ritmo holístico de la naturaleza que al couchsurfing, se trata de un hippie posmoderno y como tal descafeinado, con una estética cercana a la del rastafari y el punk, y alejada del cromatismo flower power. Se le dice perroflauta a aquel joven menor de treinta y cinco años, frecuentemente estudiante universitario, que se dedica a diversas actividades no reguladas como la música callejera, el malabarismo, la pequeña artesanía, los trabajillos en negro, el menudeo de drogas (¿es o no encantadora la palabra "menudeo"?) o la simple mendicidad. No obstante, muchos, si no la gran mayoría, reciben una asignación mensual de su familia que les permite gozar de enriquecedoras experiencias espirituales tras el pago por una plaza de avión en ruta transoceánica. Tirados, cuentistas, poco serios, flipados, gorrones y chaflamejas, el perroflauta levanta ampollas en la conciencia del buen ciudadano trabajador de la clase media. Pero no nos dejemos confundir: si acaso no son lo mismo, tanto los hippies como los perroflautas provienen de las clases medias y altas, perteneciendo así a la clase social mayoritaria que se ha lanzado a las calles a partir del Quince Eme, si exceptuamos a los mineros. El perroflauta representa una suerte de enemigo interior, y ya sabemos que es en las guerras civiles en donde el odio más se intensifica, pues la traición del hermano es la que más duele. 



Fredo Corleone (dcha.) traicionó a su hermano Michael (izq.) y pagó con su vida.

Yo, como muchos, también aprecio poco al perroflauta. Pero haciendo un esfuerzo por cuestionar lo que me viene dado, me pregunto si debería dejar de mirarlos con la suficiencia característica de esta clase media a la que pertenezco, que se siente sujeto histórico de Occidente y tiene una autoestima muy por encima de sus virtudes morales. 

Si no nos obsesionásemos tanto con el perro, la flauta y los dreadlocks, y nos preguntásemos qué es lo que marca la diferencia de hecho entre nosotros y ellos- pues somos hijos de la misma madre- nos daríamos cuenta de que se trata de su inadecuación al círculo de producción y consumo. Al individuo de clase media lo que le cabrea de verdad es que el perroflauta "no haga nada" mientras él se rompe el espinazo a trabajar, que no produzca y quiera consumir, que toque la flauta y gaste dinero ajeno, en definitiva, que sea un hipócrita: no da y toma como el que más. Este odio es un clásico del pensamiento reaccionario y se utiliza mucho para desprestigiar cualquier iniciativa de redistribución económica y política social. "¿Por qué tengo que pagar mis impuestos para mantener a estos parásitos?" suele decirse, una pregunta que aquí en Alemania enciende los debates a propósito del controvertido programa de reestructuración del mercado laboral Hartz IV.


Dreadlocks. Hasta hace bien poco pensé que los característicos pelos del rastafari, llamados en argot "grelos" y muy habituales entre perroflautas, se denominaban así por su semejanza con la verdura homónima. 

Yo nunca he entendido muy bien por qué no hacer nada es tan malo. Pienso que una sociedad sana sería aquella que tuviera un nivel de paro del ciento por ciento, todos gozando de una vida pagada por el Estado, a nuestra entera disposición. Entiendo el trabajo como la maldición bíblica, la condena a la que estamos predestinados y que nada tiene que ver con el dedicarse a fondo a un asunto o llevar una vida activa, desde mi punto de vista algo espiritualmente necesario (aunque sospecho que esto podría ser un prejuicio de herencia calvinista). Así, identifico la concepción común del trabajo (el curro) con la alienación y la crítica hacia los altos niveles de paro como el mayor de los despropósitos. Que trabajen las máquinas. 

Hay una palabra comodín que se emplea con frecuencia en el contexto de la clase media y que es tan respetada como ambivalente: la normalidad. Las personas normales. ¿Y no será que todo este ser "normal" (Playstation, Mercadona, jogging, Zara, sueldo, iphone, marcha, Visa, monogamia, coche, contrato, vacaciones, crédito) es la clave discursiva mediante la cual se nos exigen obligaciones arbitrarias, como la de la austeridad y la productividad, que vienen aparejadas a procesos también “normales” de la economía, como si la lógica de la economía, así en abstracto, fuese algo natural? Fuera ya de comentarios más o menos banales sobre los entrañables perroflautas, lo que parece empezar a aclararse en las explosiones sociales que ocurren últimamente es que en la economía no existe nada ni normal ni natural, así en nuestra era neoliberal como en la difunta Unión Soviética, pasando por la tribu amazónica. Es en cada uno de esos marcos económicos en donde la palabra normal cobra sentido y sirve como patrón de juicio. Así, si realmente creemos, cuando sostenemos la pancarta en la manifestación, que la democracia neoliberal es injusta e insostenible, que solo es uno de entre tantos otros tipos de sistemas económicos, deberíamos ser más listos a la hora de identificar al enemigo, que no es, ni por asomo, el perroflauta. 

Si a una persona normal se le dice: "Fulano trabaja un montón y está ganando cuatro mil euros mensuales" recibirá esta información como una buena noticia. Sin embargo, si se le dice "Zutano gana menos de quinientos euros trabajando muy poco" verá a dicha persona, con algo de lástima, como a un desgraciao infeliz. Y sería socialmente más saludable que pasase lo contrario. El aprecio al dinero está en la masa de la sangre de la clase media. Convendría revisar quién es más hipócrita cuando se manifiesta por un cambio de sistema que precisamente se alimenta de una correspondencia concreta entre actividad productiva y consumo,   que no tolera cambios de relaciones entre ambas esferas, pues tanto la sobreproducción como el consumo excesivo (cada contexto histórico y geográfico tiene su propia correspondencia, que no tiene porqué ser equilibrada para ser "natural") pueden llevar al sistema al colapso.  

En este juego de translocaciones de valores y roles podríamos proponer al yuppie como escoria social, como parásito a escachar, lo que ocurre es que los yuppies son personas educadas, trabajadoras, racionales, bien vestidas, sibaritas, amantes de la buena vida y algunos de ellos poseedores de una gran cultura, en definitiva, pueden llegar a ser personas encantadoras en los esquemas de deseos de la autodenominada mayoría, lo que no les libra de que algunos (sin duda, una minoría entre ellos, quizás el mismo número que de gorrones entre los perroflautas) especulen y monten unas catástrofes financieras alucinantes que llevan a muchas otras personas a la miseria y a la muerte. En España se batalla por la paga de Navidad, pero no hay que olvidar que en otros lugares la especulación con materias primas o medicamentos está llevando, en este mismo instante, a miles de personas a la muerte. 

¿Entonces, por qué carajo nos brota de dentro un sentimiento de desprecio fascista cuando vemos a un círculo de perroflautas formando parte de "nuestra" manifestación de personas “normales” y sin embargo nos resultan tan amables las formas y aspiraciones de los especialistas en hacer dinero? No propondré desde aquí el salir a la calle a reventar a palos a los businessman pero sí, quizás, a tenerle un poco más de aprecio, en contraposición, al malabarista del semáforo, el músico callejero o la piba (o pibe, que ya me he atragantado de clichés clasistas repitiendo el término perroflauta) del puestito de pulseras, pues está visto que las revoluciones reformistas de clase media, tras su periodo de lucha, acaban integradas de nuevo en la lógica del capital, que es capaz de reforzarse con todo aquello que lo cuestione, siempre y cuando pueda generar dinero. 

La única manera de acabar consecuentemente con el capitalismo es la práctica de la miseria. Pero la miseria tiene un sabor demasiado amargo. Hasta que podamos resolver la aparente contradicción de querer ser más pobres para ser más ricos (recuperar nuestra verdadera riqueza, como planteaba Benjamin) les dejo con un tipo con pinta de yuppie, tan bien trajeado como buen flautista