sábado, 10 de julio de 2010

Canon Bloom


Me advirtieron que no lo leyese. “Es un autor de derechas” me dijo un buen amigo. Se trata de “El Canon Occidental” del profesor Harold Bloom, uno de los críticos literarios más respetados a nivel mundial. “El Canon” como su propio nombre indica, es un intento por fijar y dar esplendor a los 26 autores literarios, según Bloom, más importantes de toda la historia occidental. Un libro así, escrito en los años noventa, no puede publicarse sin generar automáticamente una polémica. Esto es lo que lleva al propio autor a escribir un interesante prólogo de defensa al canon que él mismo titula “Elegía al canon”.  
No sé hasta qué punto Harold Bloom es de derechas. Lo que sí está bien claro es que está gordísimo. Me recuerda mucho, su tipillo de profesor estrella norteamericano, a Richard Rorty, ya fallecido, que también estaba súper bosta. Ignoro si Bloom es marica, pero en cualquier caso vive, y afirma que la filosofía de Rorty es la más interesante que se ha hecho durante toda la segunda mitad del siglo XX.
Bloom, en su sapientísimo, erudito y majadero libro, está obsesionado con dos matraquillas principales. La primera es Shakespeare y la segunda, lo que él mismo denomina “La Escuela del Resentimiento”:
Shakespeare es para Bloom lo que Maradona para los futboleros en Argentina. Es el centro del canon. El resto de la literatura y pensamiento humanos se forma en derredor suya. En los personajes de las grandes tragedias de Shakespeare (Macbeth, El Rey Lear, Otelo, Hamlet) está todo. TODO. Cervantes, Borges, Joyce, Kafka, Proust, Beckett, y más aún, Freud, Marx, Wittgenstein, Nietzsche… la plana mayor de las letras y la sabiduría, que solo se han podido limitar a establecer una relación agonística con el escritor de Stratford, una lucha de la que siempre se sale perdiendo, pero una lucha creadora. El “agon”, el enfrenamiento con Shakespeare de todos los autores anteriores y posteriores es lo que ha hecho florecer la cultura occidental. Bloom es un flipao de Shakespeare. En cada página lo nombra. Y la come un poco con eso, la verdad.
La otra pataleta del gordo son los ataques a lo que él denomina “La Escuela del Resentimiento”, en sus propias palabras, los neomarxistas, neohistoricistas, multiculturalistas y feministas. Tiene un cabreo con Foucault de una intensidad solo comparable a su adoración por Shakespeare. Según él, estas corrientes de pensamiento e interpretación son las principales culpables del actual ocaso de la gran literatura. Durante un tiempo Bloom estuvo algo vinculado a la crítica literaria deconstructiva, llegando a publicar un libro en colaboración con Derrida. En el "Canon", sin embargo, años más tarde, reafirma constantemente la supremacía del puro juicio estético como salvaguarda de la literatura, el único garante que existe para poder certificar la no caducidad de las obras y su universalidad.
La estética… A veces solo sabemos qué significa esa palabra cuando hablamos de peluquería. Peluquería y estética. Pues bien, Bloom, gordísimo, tiene muy claro que aún en el nihilista mundo en el que vivimos, de cabeza hacia el Apocalipsis del encefalograma plano, quedan personas como él, estudiosas y eruditas, con competencia suficiente para juzgar las obras de arte solo desde el plano estético. Que Shakespeare sea la catalización de las fuerzas creativas sociales del Renacimiento Inglés no es lo crucial, porque una explicación, justificación o enmarcado teórico que se salga de las propias reglas de la pura literatura pervierten cualquier interpretación correcta sobre la misma. La literatura no es más que “un intenso amor por la lectura”. Interpretar desde la ética o la justicia historica solo es robarle fuerza al libro, comprenderlo mal, pues como ficción, está más allá de cualquier autoridad moral. Puede ser  reaccionario, nazi, asesino, etc… lo fundamental del libro es que sea bueno, de calidad, y no muera a los pocos años de ser publicado. Los libros canónicos son aquellos que le hablan al resto de la Humanidad que nos ha de sobrevivir, para siempre.
En este sentido Bloom, está profundamente resentido con “la Escuela del Resentimiento”, que ha llenado su Facultad de Humanidades de Yale de profesores de hip hop, hermeneutas del género y expertos en culturas populares del interior de Malí que no profesan ningún apego mayor a su idolatrado Shakespeare y que por descontado desprecian su canon.  Bloom es puro WASP (White Anglo- Saxon Protestant) y así lo manifiesta en su libro con, por ejemplo, un capítulo titulado “Borges, Neruda y Pessoa: Un Whitman hispano-portugués”
En fin, no sé por qué me embarco en estas cosas. Supongo que porque me sigue inquietando mucho aquello del  “juicio puramente estético”, algo que en pintura parece paradójicamente al mismo tiempo invisible y omnipresente. Para lavarme de tanto Bloom por ahí tengo la“ Estética como Ideología” de Eagleton sin acabar, un neomarxista resentido, diría nuestro orondo amigo. En cualquier caso, si aceptamos sus reglas, y profesamos un “inmenso amor a la lectura” el Canon de Bloom, entendido como una  revisión particular de determinados grandes autores, soportando su obsesión por Shakespeare y su llorada resentida, es un libro tremendamente inteligente y lúcido, con interpretaciones de lo más curiosas (su teoría del “agonista”, la importancia de las “malas lecturas” o de la “angustia de las influencias”) que sabe sacarle el jugo a las obras que analiza, y que, incluso a disgusto, se disfruta.

Como anécdota final, un pequeño pollo. Hace años, un prestigioso periódico norteamericano le pidió a Bloom una crítica sobre el best seller infantil Harry Potter. Él se negó, pero tras muchas insistencias (“si tanta gente lo lee- alegó el periodista, inocentemente- por algo será”) accedió a leer la obra y escribir el artículo. Dijo, como era de esperar, que era una reunión de tópicos escritos en el peor estilo posible, ejemplo perfecto del proceso de estupidización de los lectores y de la literatura en general. Lógicamente, fue objeto de un arrollador aluvión de críticas e insultos y se le tachó de ser insensible, elitista y cortarrollos, que no sabía apreciar el gusto de un público, los niños, que aun no habían tenido tiempo de atragantarse de referencias como él. Un tiempo más tarde publicó: “Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades”, una suerte de canon de la literatura infantil.