domingo, 3 de marzo de 2013

JAMA // VIRGILIO

1) ¿La alta cocina es un arte? ¿Puede haber poesía en un sofrito? ¡Me importa tres cojones! Se ve que la cocina sí es arte, Ferran Adrià en la Bienal de Venecia y tal y pascual. Si los expertos del arte dicen que algo es arte, es arte; si algo aparece en el museo, es arte. Sus buenas razones habrá, pero son razones que me la traen floja. Lo que no entiendo muy bien es qué cosa tan especial que le ven al arte, con lo bueno y digno que es hacer comida y comérsela, sin más. 

Pues bien, hoy, con todos ustedes, ¡mamá, quiero ser artista!

Llevaba algunos meses dándole vueltas a un problema teórico que ha terminado por resolverse con una receta de "cocina creativa". Si ya existe no hay problema; los que fuimos al colegio sabemos que ninguna creación se produce ex nihilo.

La cuestión era que, a pesar de que adoro el arroz negro con alioli, encuentro en la mezcla de ambas cosas una textura bastante desagradable. La salsa aceitosa revuelta en el arroz forma una masa jediondilla que ensucia los colores de los elementos separados. Se hacía necesaria una mayor autonomía de dichos elementos, era pertinente una emancipación en orden de que la mezcla final tuviese lugar en la boca y no en el plato. Así, tras algunos intentos fallidos y experiencias con falsos amigos, conseguí echar mano de las metáforas adecuadas: el libertador de las Américas Simón Bolívar y la resistencia vietnamita al invasor yanki, que nos traen estas  
  
EMANCIPACIONES BOLIVARIANO-VIETNAMITAS DE ARROZ NEGRO CON ALIOLI


No son croquetas. Son emancipaciones.

Ingredientes (4- 5 personas)

300 gr. de arroz negro.
Alioli (el mío es de mentira, con huevo)
Papel de arroz vietnamita para freír.
Harina de millo (maiz) precocida (Harina PAN).
Cilantro fresco.
Un huevo.
Gambas pequeñas peladas sin cocinar (100 gr.)
Aceite de girasol.




Se hace un arroz negro bastante seco, parco de aceite. El mío ha sido hecho únicamente con un sofrito para paella simple (tomate, cebolla, ajo), arroz, calamar finamente troceado, tinta de sobre, una pizca de pimentón y sal.

Dejamos el arroz enfriar hasta la temperatura ambiente. 

Humedecemos el papel de arroz y hacemos un rollo o paquetito con el arroz negro, añadiéndole a la mezcla cilantro fresco picado y las gambitas. Reservamos hasta que el rollo haya adquirido una consistencia sólida. 

Pasamos los rollos por huevo y los rebozamos con harina de millo precocida. La más famosa es la de la marca P. A. N., con la que habitualmente se hacen las arepas, empanadas, etc. pero hoy he conseguido otra, además bio (la P.A.N. contiene elementos que han sido genéticamente modificados)  





Con el aceite muy fuerte ponemos a freir los rollitos hasta que quedan dorados. 

Una vez hechos, los ponemos en papel de cocina para que absorban la grasa sobrante y cuando estén tibios los cortamos en trozos circulares de aproximadamente 1cm. y medio. Servimos inmediatamente con alioli.  

Cuando saboreemos nuestras emancipaciones podemos recordar aquel refrán del Libro de la Sabiduría que reza: 
  
"Cuanto más artista es un artista, menos pregunta qué es el arte y más dónde está la j.a.m.a."


2) La semana pasada empecé una de esas, así llamadas, grandes novelas de la Historia de la Literatura "La Muerte de Virgilio" de Hermann Broch. Me ha llamado poderosamente la atención el párrafo que abajo les transcribo, cuando el personaje principal, Virgilio, el más grande, excelso y laureado poeta latino, acompañando a César Augusto a la ciudad de Brindisi, pasa, ya viejo y porteado en una litera por varios esclavos, por la calle de la miseria. Le ocurre como cuando uno pasea embelesado recreándose con el recuerdo de la sobria excelencia de la "Vista del Jardín de la Villa de Médicis" de Velázquez y de pronto pisa una mierda, o se dedica a estudiar con ahínco el concepto de hegemonía en Gramsci  para echarle un poco de luz al panorama político contemporáneo y de repente escucha el Gran Debate de Telecinco: irrumpe lo que hay, nos rompe toda la mamona y, en determinada medida, está bien que así sea.    



"Y entonces aquí, donde casa tras casa emanaba un hedor bestial de heces a través de las abiertas fauces de las puertas, aquí en esa marchita alcantarilla habitada, por la que iba en andas sobrellevada la litera, de modo que podía mirar dentro de los pobres cuartos, que tenía que hacerlo, impresionado por las maldiciones que las mujeres le lanzaban salvajemente y sin sentido a la cara, impresionado por el lloriqueo de los niños de pecho, en camas de trapos y harapos, enfermizos, por todas partes herido por el humo de las teas de pino fijadas en las paredes agrietadas, herido por la olorosa suciedad de los hogares y sus sartenes de hierro grasientas y cubiertas de vieja roña, herido por el cuadro estremecedor de los ancianos momificados, casi desnudos, por doquier agazapados en los negros agujeros de las casas, aquí comenzó a invadirle la desesperación, y aquí, entre las guaridas de los piojos, aquí, ante esa extrema degeneración y esa putrefacción la más mísera, aquí ante ese encarcelamiento en lo más hondo de la tierra, ante ese lugar de nacimientos malignamente dolorosos y de reventar con una maligna muerte, la entrada y la salida de la existencia entretejidas en la más estrecha hermandad, oscura intuición la una y la otra, sin nombre la una y la otra en el espacio sombrío de un mal sin tiempo, aquí en esa nocturnidad y lujuria sin nombre, allí tuvo que cubrirse por primera vez el rostro; tuvo que hacerlo bajo la risa gozosa e insultante de las mujeres; tuvo que hacerlo para una deliberada ceguera, mientras era llevado, peldaño a peldaño, por la escalera de la calle de la miseria...
—«¡Animal, animal de la litera!», «¡Se cree que es más que nosotros!», «¡Saco de dinero en el trono!», «¡Si no tuvieras dinero, ya te gustaría andar!», «¡Se hace llevar al trabajo!» — aullaban las mujeres...
—absurdo era el granizo de palabras ultrajantes que crepitaba sobre él, absurdo, absurdo, absurdo, y sin embargo justificado, sin embargo admonición, sin embargo verdad, sin embargo locura elevada hasta la verdad, y cada injuria arrancaba un trozo de orgullo de su alma, tanto que ésta quedó desnuda, tan desnuda como los lactantes, tan desnuda como los ancianos en sus andrajos, desnuda de tiniebla, desnuda de olvido total, desnuda de pura culpa, inmersa en la desnudez invasora de lo indistinguible (...) Mera divinidad aparente había sido la cumbre de su camino demasiado dilatado, locamente dilatado en júbilo y alborozo, hasta la magna vivencia del poder y la gloria, dilatado hasta ese punto con lo que él había llamado locamente su poesía y su conocimiento, en la ilusión de que le bastaba sólo con retenerlo todo, para atrapar la fuerza del recuerdo de un presente eterno, y ahora esto precisamente demostraba ser sólo falsa y aparente divinidad pueril, inmoral usurpación de divinidad, expuesta a cualquier irrisión, a la desnuda irrisión de las mujeres, a la irrisión de las madres engañadas e inengañables, a cuya tutela había sido incapaz de escapar por debilidad, pero en nada más débil que en su pueril juego de dioses. Oh, nada puede oponerse a la desnudez de la irrisión, ninguna irrisión contraria puede detener la burla, el único remedio es cubrir la propia desnudez, la desnudez del propio rostro; y con el rostro cubierto yacía él en la litera, cubierto todavía cuando finalmente, pese a todas las paradas, peldaño a peldaño, realmente contra toda esperanza, se vio fuera de la infernal garganta de la calle, de la infernal barbarie de la risa, y un mecerse más calmo de la litera reveló que se adelantaba otra vez por un camino más llano."