domingo, 15 de noviembre de 2015

Su dolor no es el mismo que el nuestro

Hace años escribí por aquí un brevísimo artículo que versaba sobre la instrumentalización o recepción social de la muerte violenta. Comentaba el sonado caso del asesinato de Iván Robaina y de otra persona, Expedita Santana, que no tuvo en absoluto la misma cobertura mediática y consideración en esa fecha, a pesar de la crueldad con la que la mataron, por el simple hecho de haber sido yonki y puta.

Todos los que creen que rigen su conducta y opiniones por algún tipo de ética, acordarán conmigo que cualquier muerte violenta es igualmente detestable. Sin embargo, al mismo tiempo, muchos de ellos no dudan hoy en fundir la bandera francesa con su cara, en señal de apoyo a las víctimas de los recientes atentados en París, sin que eso mismo se les pasase por la cabeza cuando el integrismo islámico masacró a 147 estudiantes en Kenia o asesinase en Nigeria a cerca de dos mil personas (entre otra serie infinita de barbaridades relacionadas, que se han sucedido y se suceden, en África) mientras los ojos de Europa miraban a la redacción de Charlie Hebdo, tocapelotas de profesión que - como Jesucristo antes de ser juzgado- sabían muy bien a lo que se exponían. 

Soy consciente de lo espinoso que es señalar esta cuestión porque se apela a la legitimidad moral de los sentimientos personales, en el más importante asunto del que nos podamos ocupar: la vida humana. Y es que parece que nos enmiendan la plana en lo más intimo de nuestro ser, nos ensucian lo más noble y sensible. En el momento más inoportuno, frágil y doliente, ha aparecido el gilipollas de Pepito Grillo a decirnos: "Eres un hipócrita: mira cómo te sale la lagrimita ahora y cómo cuando se cargan a miles de africanos- literalmente- por el mismo motivo te importa bastante poco. Pobres negros, pensamos, pero bueno, qué sabemos nosotros, ¿qué se puede hacer? En fin, hay que aferrarse a la vida, life goes on, etc." Sin embargo, cuando la sangre corre en Francia o en España, al día siguiente todos nos convertimos en serios expertos en yihadismo, prestos a solucionar las cosas, para que este sea el último episodio de tan cruenta historia.       

Es duro reconocer que en el sagrado jardín de nuestros sentimientos hay más cagajones de los que pensábamos. Qué bellas las palabras de la Secretaría General de la ONU o el Papa cuando condenan sin ambages toda clase de violencia, cuando nos recuerdan "no matarás"... un poco vagas esas palabras, quizás, un poco abstractas, pero bellas y nobles, al fin y al cabo. Y qué porquería cuando solo se nos despierta el sentimiento y la razón con la violencia en nuestras puertas, cuando el AK-47 nos apunta. Es horrible pensar así, argüimos, pero al menos podemos aprehender algo, ser concretos, lanzarnos a analizar la situación para ponerle freno. 

De alguna manera, se nos apela así al ámbito de "nuestra cultura", al sentimiento de comunidad, a una sensibilidad compartida. Los civiles inocentes franceses serían "más de nuestra cultura" que los irakíes, aunque estos mueran como moscas sin que Francia deje de tener cierta responsabilidad en ello. Yo, sin embargo, pienso que quizás hoy sería prudente no ponerse por careto (y menos si lo sugiere una empresa yanqui) la banderita del Estado francés. No estaría de más acordarse de las tremendas barrabasadas que dicho estado (y no el común de sus ciudadanos... el lema es certero: "sus guerras, nuestras víctimas") ha perpetrado en África durante la historia contemporánea, de la misma manera que hace meses pensé que yo no era Charlie. A Charlie lo mataron y lo siento mucho. Pero yo no soy Charlie.  

Abramos ahora más el campo visual y pensemos en Lampedusa, en los más de tres mil muertos estimados que ha dejado el intento por alcanzar las costas canarias, o en la bien conocida injusticia en Palestina o el Sahara, o en la no tan bien conocida injusticia en Sudán o Zimbabue, o en el asesinato de Saray por un friki de los videojuegos y el "más normal" asesinato de un joven a manos de otro en el sur de Gran Canaria tras una pelea en una gasolinera, total, asuntos de mataos, que se las arreglen entre ellos...  la instrumentalización del dolor está servida. 

¿Qué hacer, qué sentir, más bien, cuando no podemos llorar de la misma manera una muerte, cuando, efectivamente, en nuestros corazones Kenia o Nigeria queden demasiado lejos y sus muertos no equivalgan a los nuestros, cuando Saray fuese "más inocente" que el otro laja que se llevó un golpe por meterse con quien no debía, cuando Iván Robaina fuese portada de los periódicos por culpa de la patada de un descerebrado y Expedita, violada, torturada y arrojada al mar, no diese ni para un cuarto de página por ser puta y yonki? 

Ustedes sabrán. Este asunto supera cualquier exposición que yo pueda argumentarles aquí. No tengo la altura moral para ello ni las capacidades de juicio.  En el caso de los últimos atentados creo (a modo personal y sin ganas de universalizar mi opinión) que, precisamente, por el respeto al dolor de los franceses asesinados podríamos de ahora en adelante estar más atentos a las víctimas africanas, tratando de conocer qué les arrebató la vida, en un sentido amplio, investigando las causas últimas de todos estos desatinos - el Trío de las Azores y la guerra en Oriente Medio, el papel de Arabia Saudí en la conformación de ISIS, el imparable negocio del complejo industrial- militar norteamericano y su interés por mantener "zonas de desgobierno" en el planeta, la capacidad del Estado Islámico de darle algo a pueblos que no tienen nada, etc.) actividad intelectual que, por desgracia, quizás tenga más que ver con la (fría) racionalidad que con el sentimiento. O no. Porque lo cierto es que la banderita de Francia en el Facebook me toca los cojones, cosa fina. 

Para endulzar, les dejo con una canción, con letra de La Rochefoucauld- más francés que la baguette- y que trata el tema de la afectación e hipocresía sentimentales. No me la tengan en cuenta.     


sábado, 23 de mayo de 2015

Viaje alucinante a la mente de un pepero

Ustedes, amigos y amigas, que visitan esta apartada esquinita bloguera regularmente o acaban de llegar a ella y que, contando con el eventual aterrizaje de algún marciano derechosillo, se consideran progresistas (en el ancho espectro de la palabra), recordarán cuál fue la respuesta electoral que el 15-M obtuvo hace cuatro años: una auténtica patada en las partes pudendas, sí, amigos y amigas; en sus cojones. El Partido Popular sacó una mayoría aplastante en el país y ganó holgadamente en la ciudad de Las Palmas. Mañana hay elecciones municipales y probablemente el recuerdo de la tremenda desilusión les acojone o acongoje. En Madrid, a lo mejor, Manuela Carmena, alguien cabal y decente, pierda ante la hija de la requeteputísima madre de Aguirre, bicho malvado a ojos de cualquiera, ruin universal. El desierto crece. Entonces uno piensa, en este orden: ¿qué ha pasado? ¿quién les ha votado? ¿quiénes son los peperos? y finalmente, ¿qué quieren, qué piensan, qué desean en su fuero interno los peperos? 

¡Acompáñenme en este alucinante viaje a la mente de un pepero!

El Partido Popular se considera a sí mismo un partido de centroderecha de ideología liberal o neoliberal. Según David Harvey (1) serían más bien lo segundo, porque la diferencia básica entre un liberal y un neoliberal es que el primero se arriesga a asumir los costes de sus políticas económicas y el segundo subsana sus "errores" (como se ha comprobado muchas veces, calculadas maniobras financieras para que los de arriba cobren más) rescatando bancos y exprimiendo a la ciudadanía. Así, aunque el sufijo neo parezca otorgarle un aire de triunfador evolutivo al neoliberal, lo cierto es que resulta una versión más primitiva de su predecesor pues necesita de más Estado, el encargado de arreglarle los supuestos destrozos a la famosa "mano invisible", más ciega que invisible.

Un pepero, fino y sincero, debería pensar así:

"Desde Hobbes sabemos que el hombre es un lobo para el hombre y que necesita de un aparato coercitivo que regule su excesiva libertad. En una sociedad contemporánea democrática, y frente a la respuesta totalitaria que termina siendo tan o más brutal que el propio estado de naturaleza, ese aparato coercitivo es el mercado capitalista. El mercado capitalista es una instancia de mediación que transforma dicha coerción en una progresiva y suave regulación de todas las relaciones humanas, la manera menos violenta de canalizar la ley natural de la evolución social. Comerciando y compitiendo en el mercado, dejamos de matarnos. Los que mejor preparados están crean una riqueza de la que finalmente terminan beneficiándose los que peor se adaptan. Por ello, cuanto más pueda ensancharse el mercado, cuanto más capital pueda acumularse, mejor vivirá el conjunto de la sociedad, incluidos los que menos pueden (o quieren) aportar. En este contexto, el papel del Estado debe limitarse a hacer cumplir en todo momento esa libertad sublimada o mejorada que es la libertad de mercado, pues la libertad "a secas" es simple brutalidad. Desde luego, la reducción total de la violencia inherente al ser humano es imposible de lograrse, pero pensar que todos somos iguales y merecemos lo mismo es injusto porque hay algunas personas que trabajan y hacen más por el conjunto social que otras"    

Nuevamente nos preguntamos, ¿es eso realmente lo que piensa un pepero, papeleta en mano? ¿O más bien esto otro?

"Yo tengo mis ideas muy claras y nadie me las va a cambiar: soy español y orgulloso, y voy a defenderme hasta la muerte de quien venga a joderme a mí y a mi país, un país grande, con muchos, muchos cojones. Tenemos un gobierno de maricones, pero es el único medianamente decente que hay: o gana el PP o nos comen los progres, los moros, los machupichu, los catalanes y los vascos. ¡Pena del muerte a ETA y también a esos, perroflautas asquerosos, los de Podemos! ¡Viva España, me cago en Dios! ¡¡Viva España!!"

Aunque, según en qué medio nos movamos, podamos reconocer estas dos voces, cierto es que no representan al común de los votantes del Partido Popular, siendo la primera una ficción de ideólogo de think tank conservador y la segunda, pues eso, un españolito cazurro típico, con sus mundialmente famosos cojones. ¿Qué piensa entonces un pepero medio, la masa de votantes que hace realidad nuestras pesadillas, y que, atendiendo a los abultados números, nos rodea? ¡Míralos! ¡Ahí están! El pibe ese corriendo por la Avenida de Las Canteras, la pureta con mechas del Servicio de Atención al Cliente en la tienda de móviles, esas dos amigas paseando con las bolsas de El Corte Inglés, el hombre aquel tomándose un güisqui en una terraza, etc., ¿podemos preguntarles por qué lo hacen y qué quieren?

Aquí nuestro viaje se hace tortuoso y oscuro. Podríamos pasar mucho tiempo argumentando contra el ideólogo neoliberal (2), manejando autores y datos históricos, o rompiéndonos la mamona con la bestia facha y sus muchos cojones, pero parece sumamente difícil indagar en los deseos del votante medio. ¿Y por qué nos cuesta tanto? Porque entraríamos a debatir en el territorio de su medio conocimiento o media educación política (la halbbildung de Th. W. Adorno), los argumentos que nos mastican los formadores de opinión en los medios de comunicación de masas y las consignas estúpidas que los partidos políticos nos gritan en función de sus diversos intereses. El votante medio, y en particular el de la derecha,  tiene un fabuloso megamix de movidas raras en la cabeza por el cual es difícil abrirse paso a razonar. ¡Pero un momento, por favor!, ¡mucho cuidadito! 

Me resulta bastante irritante la solemne postura del pretendido sabedor que no desea enfrascarse en esta banalización del discurso del Poder- nuestra democracia espectacular- y que se abstiene de opinar en el foro público por la falta de nivel discursivo de los votantes y los representantes políticos. Y es cierto: amigas y amigos, los votantes, ustedes y yo, y los representantes políticos en su mayoría, somos todos unos troncos de col de gran categoría. Adquirir una visión amplia de lo que se cuece en una democracia, en cómo se articula todo este cotarro que nos maneja (y que también podemos manejar, ¡por supuesto que sí!), requiere de altísimos conocimientos de práctica y teoría política. Pero la democracia no es cosa de expertos sino cosa del pueblo. Así que si nos tenemos que quitar el sombrero para escuchar megamixes ideológicos insostenibles como el del votante medio del PP, o de cualquier otro partido político, eso haremos. Nuestra democracia sigue siendo un barrizal asqueroso en donde lucha gente decente (en permanente contradicción con muchas cosas) y en donde también viven ratas que se sienten cómodas en la hez, deseando el Mal, como Aguirre. 

¿Que piensa, finalmente, entonces el votante standard del Partido Popular, ese pepero medio que nos gana las elecciones? ¿Cómo es, en efecto, el megamix que tiene en la cabeza? Aquí siento defraudarles, pero no sabría decirles. Además, ustedes ya leen los periódicos: que si la confianza de los mercados, que si hay que ser serios y cumplir con Europa, que si la Marca España, que si somos un gran país en riesgo de desintegrarse, que el progresismo es ineficiente y el paro está en su ADN, que si triunfase el experimento venezolano los inversores huirían, que la corrupción es normal en cualquier partido en el poder porque los españoles somos así, que hay que reforzar las fronteras porque los extranjeros acabarían con nuestra cultura, etc. 

Disculpen que nos hayamos dado la vuelta de regreso en este alucinante viaje, casi llegando al final. Supongo que para poder asomarse al contenido real de los deseos de sociedad de cualquier persona (dicho sin tanto refinamiento, a su opinión política), sea ésta una alta institución de la intelectualidad o un analfabeto, lo que habría que calibrar es su grado de honestidad y su grado de miedo y, más tarde- si queremos ejercer alguna influencia- tratar de poner la honestidad ante el miedo, el peor de nuestros miedos, el que todos sufrimos: el miedo a nosotros mismos.

pd. ¡Suerte mañana, y que salga Groucho a la presidencia, Cantinflas al Cabildo y Pedro Reyes al Ayuntamiento (incluso si hay que pactar con Epi y Blas), antes que estos ppatanes!   

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(1) Dice Harvey que el neoliberalismo es la forma moderna del liberalismo en la fase globalizada y transnacional: "la práctica liberal y la neoliberal (...)  bajo la primera, los prestamistas asumen las pérdidas que se derivan de decisiones de inversión equivocadas mientras que, en la segunda, los prestatarios son obligados por poderes internacionales y por potencias estatales a asumir el coste del reembolso de la deuda sin importar las consecuencias que ésto pueda tener para el sustento y el bienestar de la población local. Si ésto exige la entrega de activos a precio de saldo a compañías extranjeras, que así sea" Harvey, David. "Breve Historia del Neoliberalismo". Akal. (El presentador de la sinopsis videográfica o spot publicitario del libro en la página de la editorial les sorprenderá) 

(2) "No puedo convencer a nadie mediante argumentos filosóficos de que el régimen de derechos neoliberal es injusto. Pero la objeción al mismo es bastante sencilla: aceptarlo es aceptar que no hay más alternativa que vivir bajo un régimen de incesante acumulación de capital y crecimiento económico en el que no importan sus consecuencias sociales, ecológicas o políticas". Op. cit. 

domingo, 22 de marzo de 2015

De las cosas de las que no quiero acordarme, lo mejor no es callarse.

Leo veinticinco mil veces, y por muchos canales de comunicación diferentes, la noticia de que un conocido museo- de cuyo nombre no quiero acordarme- primero censura una polémica obra de arte y después, tras mucho jaleo y blablablá, la expone. Con cierta laxitud y hastío, pienso apesadumbrado: "cuán profundamente me la come este debate: otra vez, una vez más el espectáculo amarillo de la censura y el deseo subrepticio de que ésta aparezca, que no responde a ninguna reivindicación de fondo de artista o institución alguna- la cuestión de la monarquía- asunto que queda relegado a un segundo o tercer plano tras los fuegos de artificio mediáticos. Otro jueguecito circense institucional del mandarinato cultural. Otra pirueta simpática de la casta del arte. Siempre hay un episodio así, normalmente durante la feria de arte esa, de cuyo nombre no quiero acordarme, más lo que pueda apañarse en el resto del año".  

A nadie le pasa desapercibido que una de las funciones del arte contemporáneo es la de "provocar", "agitar conciencias" o "sembrar la polémica". Podría decirse que en nuestros días esa es prácticamente su única función. Pongo la cursiva pues parece que solo así el arte sale, en la práctica, de sus místicos vapores, juegos de espejos y galimatías representacionales para tocar la realidad social más mundana; se ponen denuncias, se pagan multas, se alzan las voces, se sale en los periódicos, se exigen responsabilidades, se teme a la reacción fascista. Lo más lamentable es que el truco del escándalo, a pesar de ser tan antiguo como el propio arte contemporáneo, que es un arte ya viejo (pues algo viejo puede ser perfectamente contemporáneo), siempre nos sorprende con su mucha frescura, es sonada noticia en los periódicos generalistas en donde el arte, por lo común, apenas ocupa espacio, portada de los suplementos culturales, cosa viral, trending topic o lo que sea, pasados ya ciento cincuenta años del escándalo de la "Olympia" de Manet, y noventa y ocho de la retirada de exposición de la "Fuente" de Duchamp, precursores de los actuales jueguecillos con tufo a disputa de curitas en la sacristía, en donde se marean con levedad los valores intocables de la democracia, la defensa de la libertad de expresión, etc.  

En efecto, en lo que se refiere al juego del escándalo en las artes, hay ya una larga y sofisticada tradición. No hay nada fresco ni naiv en quien se pone a ello, y sí mucha estrategia y planificación de las consecuencias. La moraleja es que si sabes "dar cañita", si te censuran, si levantas la polémica... felicidades, chaval; comienza tu vida profesional.

Cuando yo era un primavera lamentable, un niño bueno que hacía lo que había que hacer para ser un digno profesional de las artes e iba (encima, ¡de visita!) a aquella feria de los horrores en Madrid llena de pijales y aspirantes a pijales- y de cuyo nombre no quiero acordarme- podía ver cómo algunos colegas de profesión procuraban, cada año con más fuerza y sofisticación, dar el do de pecho del escándalo. Tras reiteradas intentonas tratando de epatar a la burguesía, buscando agitar conciencias, echando mano de los asuntos sensibles del momento, algunos lo consiguieron, sufrieron el acoso y derribo por parte de las fuerzas del Mal (una inversión más o menos medida o riesgo que asumir, como en cualquier negociete; las posibles demandas de los fachas, el ninguneo de algunos mandamases timoratos, un par de amenazas, quizás alguna troglodítica hostia, etc.) para más tarde cubrirse de poca o mucha gloria. Si se es censurado y se es capaz de canalizar las energías de este momento de choque, el prestigio del artista sube como la espuma. En el caso del museo del que no quiero acordarme, el alza del prestigio ha sido doble, pues tanto el artista y sus compis de expo como el director de la institución, que ha sido tan sumamente cool como para rectificar, ahora son el punto de mira y tema de conversación de toda la comunidad; gin tonic en mano, business as usual.

De alguna manera, aunque mi perfil profesional sea, gracias a Dios, lamentable, todavía considero que pertenezco a la comunidad artística, pues me mantengo al loro de sus dimes y diretes, y reivindico el derecho a no querer hablar de toda esta porquería cuchifrita, a este debate que se cocina en microondas, a no tomar este asunto como tema de conversación importante, a pesar de que para poder declararlo públicamente tenga que escribirlo en mi mierda de blog que no leen, también gracias a Dios, ni cuatro gatos.

Reivindico mi derecho a despreciar estos shows subnormales y también a defender otros modelos de disenso, conciencia crítica y formas de discusión que no se articulen siempre desde el quehacer casposo del artista enfant terrible, ya calvo, adinerado y seboso, un modelo esclerotizado, hipócrita y manierista, que abandona el tema que trata toda vez que ha conseguido shockar al espectador con sus machangadas, objetivo primordial. El nuevo escandalito, por razonable, vengador, justiciero o ético que parezca acaba quedándose la mayoría de las veces en un mero reclamo publicitario que no tiene más fin que la autopromoción personal.

Con todo, a mí también me va de vez en cuando el rollito. Pinté a Soria en su perversidad grisácea (creo que es uno de mis mejores cuadros y algún día lo destruiré públicamente), retraté a empresarios canarios del pelotazo celebrando sus fechorías, fui censurado por los colegas rojeras de La Tuerka a los que no les gustó mi video salsero, demasiado godos como para poder disfrutarlo, he escrito relatos de ficción clasistas, machistas, homófobos y ultraviolentos, sumamente epatantes, junto a alguna otra cosa en este estilo que ahora se me escapa.   

Pienso en Pasolini, pienso en algunos artistas que también han sido y son polemistas. ¿Puede aún polemizarse o provocarse sin perderse de vista los asuntos de los que trata una obra, sin poner el foco exclusivamente en las consecuencias alimenticio-profesionales y la recreación jovial en los saraos mediáticos adjuntos, sin que las reivindicaciones se conviertan en un jueguecito mandarín que solo compete a los del ramo, mientras la enseñanza de las artes en los colegios se va a pique, mientras seguimos viviendo a costa de la clase adinerada? Ahora que todo ha salido de perlas en el museo del que no queremos acordarnos, ¿qué pasa con la Casa Real? ¿Nos cagamos todavía en la Casa Real, seguimos obsesos con derribar la Casa Real, o nos vamos de pinchos con el valiente director de museo que, como el sabio, rectificó en aras de la libertad de expresión? ¡Viva la libertad de expresión!, ¡es la fiesta de la democracia! je suis Charlie, qué bien, qué bonito... y la Casa Real ¿qué?

ME CAGO EN LA PUTA MADRE DE LA CASA REAL. A VER CUÁNDO MONTAMOS LA GUILLOTINA Y EMPIEZAN A RODAR LAS CABEZAS. 

Decía Gianni Vattimo, que es cristiano, que no había que sentir ninguna pena por la Crucifixión de Jesús porque fue un acto absolutamente premeditado. Él sabía que enfurecía a los judíos y que estos terminarían por matarlo. Como Sócrates, bebió la cicuta de un sistema injusto. Si nos da por meternos incisivamente con el Islam, no debería sorprendernos, conociendo bien cómo están las cosas, que un día nos balaceen. La realidad puede ser severamente brutal, irracional e injusta. Y el primero que lo sabe es el "martir". Por suerte este es un blog con muy pocas visitas y mi cuello está a salvo de las demandas de El Pardo (y del éxito)... no sé... eso espero... Amén.