Cuando se teclea en Google "Escuela de La Laguna" esta es la primera imagen con la que uno se encuentra. Una fotografía de baja calidad de un equipo infantil de fútbol que irónicamente y por azar parece describir bastante bien lo que fue la otra Escuela. Como poca gente sabe de lo que hablo, a tenor de la escasa información que hay en la web, aquí va la mejor definición hasta el momento sobre la misma, firmada por Alby Álamo, uno de sus miembros de honor:
Etiqueta inventada por el profesor Ramón Salas en 2005 en el marco de la Bienal de Lanzarote con el propósito de crear una marca exportable para sus estudiantes de la facultad de Bellas Artes. Como marca exportable no llegó nunca a funcionar, fracaso achacado por muchos a la falta de un sostén económico-galerístico que posibilitara su funcionamiento. No hay que olvidar que la Escuela de La Laguna no hace referencia únicamente a los pintores procedentes de la ULL, si no que también incluye otros artistas y disciplinas, de ahí que el nombre de la exposición de Lanzarote fuese "La escuela de La Laguna: Pintura relativa". (...) hoy buscados todavia por el gobierno, sobreviven como soldados de fortuna. Si tiene usted algún problema y se los encuentra, quizá pueda contratarlos."
Hablar de la Escuela de La Laguna, en Berlin, septiembre de 2011, me es tan ridículo como cansino. Hoy nos quedaremos solo con el comentario a la marca, sin su contenido, jugosa empanada mental cocinada con amor por Ramón Salas que tan bien nos supo y que ahora mismo, aquí, no pinta mucho.
Las marcas no requieren de ningún sentido, son autosuficientes. Uno se topa con un cartel de Coca- Cola, con sus letras ondulantes, su color rojo chillón y no piensa en una bebida negra burbujeante y pringosa, ni siente bajar ese líquido dulzón por el paladar. Solo ve un cartel que pone "Coca- Cola". O Hannah Montana o Hugo Boss. La imagen está segregada de la realidad, del uso y el valor, y actúa solo como superficie. Ese es el secreto de la publicidad, estar ahí, un aparecer desligado de las necesidades. ¿Por qué Hannah Montana? ¿Por qué Coca -Cola? ¿Por qué el Ente y no el Ser? Porque sí, y punto.
Esto es lo que se intentó hacer con la Escuela de La Laguna, crear una referencia promocional de un grupo de artistas jóvenes canarios estudiantes de Bellas Artes, al menos a nivel nacional. Y justo aquí es donde su recuerdo me ruboriza, me apena y me da risa, todo a la vez. Imaginemos el paisaje. Bienal de Lanzarote. Convento de Santo Domingo de Teguise. Teguise. Lanzarote. Islas Canarias; tratar de organizar un movimiento artístico- comercial de calado (tal que la Escuela de Leipzig o Düsseldorf) desde aquellos territorios es, lamentablemente, un estrategia suicida. Contra todo, la Escuela de La Laguna, la marca, firmó un segundo episodio viajando a Berlín y haciendo una exposición que, tras el rutilante día de su inauguración, pasó sin pena ni gloria. Obviando que entre nuestras filas no haya un Neo Rauch o Thomas Ruff, la Escuela fue un fracaso por falta de money. Si se hubiesen inyectado unos buenos billetes, exactamente igual a lo que pasó en Düsseldorf o Leipzig- no vayan a pensar en éxitos cualitativos inmaculados- otro gallo nos cantaría. Pues bien, parece que la Escuela de La Laguna, ridícula, deforme, ya anciana, desesperadamente canaria, llena de resquemor, escaldada, agobiada de sí, va a vivir un tercer episodio de gloria.
El 27 del mes que viene, cuatro de sus más dignos representantes (Alby Álamo, Francisco Castro, Ubay Murillo y un servidor) van a exponer en un interesante espacio en Frankfurt, de grandes dimensiones, en donde podemos darnos gusto enseñando bastante material. El curator, que ya nos acompañó durante la travesía berlinesa hace un par de años, anda descreído de la "marca laguna" pero cree en los artistas, en una serie de lazos reales que hay entre nosotros, un diálogo cercano que sucede de facto, basado en cuestiones personales, formativas y afectivas. Sin embargo, el "maestro de ceremonias" del proyecto (llamémoslo así) que a la sazón es un reconocido crítico de arte alemán, sigue muy interesado en la vendibilidad de la dichosa Escuelita. Ahí estamos con tiras y afloja, tensiones entre la conveniencia profesional y el amor a la verdad, recuerdos de una vieja novia a la que no queremos ver ni en pintura (nunca mejor dicho), en otro espacio tiempo completamente distinto al de aquella época, con otras cosas rondando por la cabeza, con otros cuadros en el taller, con la mirada en otra parte, en otro idioma y con los calcetines puestos dentro de casa a principios de septiembre. Miro mis calcetines, me acuerdo de Teguise y me parece que yo no soy yo. Pero contra todo lo dicho, no puedo negar que quise a esa Laguna y que fue completamente vital para mi trayectoria profesional. Aún me molesta muchísimo que personas ajenas se metan con ella, y qué bien lo hicieron en su momento las mediocres de turno, propagando una serie de bulos absurdos y ridículos por no saber hacer la o con un canuto, pura mala follada provinciana.
Esa falta de pertenencia, ese link que ya no existe, el panorama en el que aquí nos encontramos y la respuesta del público alemán a nuestras obras actuales, con la jodía pesadilla lagunera aún a cuestas, es lo que he tratado de representar en esta obrita de teatro corta que aquí les ofrezco, muy grosera, de bajona, cansada, poco conciliadora, medio absurda, superficialmente cínica, humorosamente deprimente pero al mismo tiempo sincera y fiel a la realidad.
5 comentarios:
La foto de los integrantes de escuela de la Laguna está borrosa...
Pero la del mono, no.
Y de guinda para este pastel baste decir que, además, no va a haber expo el día 27. El Rey ha muerto... ¡que se joda!: siempre nos quedará Teguise.
Una obra fantástica. No sé si del gusto de Harold Bloom, pero me gustó mucho. No voy a entrar en crítica de teatro que no es lo mío ni me interesa, pero es una auténtica tragicomedia, con final apoteósico incluido.
Muy buena!... y en un solo acto!
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