sábado, 8 de abril de 2017

Canarias; ni bien ni mal.

Después de dos años sin ganas ni idea de publicar nada por este blog comatoso, de repente, por algún motivo, hoy me dio por ponerme a escribir. Y recuerdo que así era como funcionaban las cosas antes, cuando publicaba más asiduamente. Se trataba de tener una noción muy vaga de un tema u opinión no formada del todo y formar dicha opinión al vuelo, en el mismo proceso de juntar letras, a lo bestia. Ahora parece que desde la noble atalaya de mi doctorando en Arte y Humanidades, preparando ponencias de alta altura en prestigiosos centros del saber internacionales que ignoran que soy un auténtico iletrado, formado a base de resabios y formulas intelectuales, me da más reparo la práctica de la opinología y el argumento ad hominem (como si la academia no operase más o menos igual). En cualquier caso, CHOCAO era un blog afincado en el flow de Berlín que en su traslado a Canarias se aplatanó, quizás, felicísimamente. Quién sabe lo que ocurrirá con él. Pero hoy nos convoca otra cosa.

Lena Dunham estuvo en Canarias, visitando Tenerife, y se aburrió. Le dieron de comer, la pasearon y le enseñaron cosas bonitas pero a la tía se la reflanflinfló todo bastante. No le pareció horrible, no le resultó traumática la visita pero tampoco la disfrutó; simplemente no vio nada especial en nosotros. 

La idea que más atormenta al canario es, desde mi punto de vista, la negación de su diferencialidad. Que su tierra sea un lugar insípido, ni bueno ni malo, ni feo ni bonito, ni románticamente sublime ni lujosamente cosmopolita, sino una comunidad autónoma de provincias standard de un estado español moderno y globalizado, con buen clima y sus tres cositas que ver -sin que falten las tiendas y centros comerciales de rigor- es algo que amula y embajona muy fuertemente el alma del buen canario. En este sentido, si te gustó el gofio escaldado, el buen canario se alegrará. Si te sentó mal, el buen canario dirá con orgullosa satisfacción que tú, foráneo, no estás preparado para tal entullo (después de lo cual, solícito, te preparará un agüita) Lo que no podrá encajar el buen canario es que te comas el gofio y, con cara de compromiso, digas: "Yes, well... it's ok." 

En estas tierras, las agendas de la diferencialidad se plantean desde diversos registros intelectuales, ya sea desde la lectura del dasein heideggeriano o en las fundamentaciones de la Atlanticidad o Tricontinentalidad del archipiélago (cosas éstas abstrusas, y material principal de mi tesis doctoral) hasta los anuncios de refrescos y cervezas, que saben explotar lo nuestro para sacar perritas para lo suyo. En efecto, lo nuestro, como habitualmente denominamos a la diferencialidad, cubre un amplio registro ideológico que pasa desde los tópicos del humor regional subnormalizante de la Televisión Canaria a los esforzados intentos de algunos investigadores por hablar en un correcto amazigh de "acento canario neutro". Que uno sea igual que un murciano o un gironense o, ¡peor!, que un urbanita de Casablanca es, en primer lugar, una terrible falta a la dignidad del sentimiento de pertenencia local y, en segundo lugar, un error de enfoque garrafal en el planteamiento de la historia "universal". 

Todas estas cosas tan bonitas y con tantos vericuetos que proceden, lo crean o no, de la pérdida de Cuba y Filipinas y el derrumbe definitivo del Imperio Español (que generaron la pugna dialéctica entre las opciones del nacionalismo y el regionalismo, y que se extendió muy pronto por todo el país. Una dialéctica que se reprimiría después durante la dictadura franquista, con consecuencias desastrosas...) son probablemente el tema de conversación más recurrente entre mis amigos y conocidos, algunos - si me permiten la parodia- defensores de una identidad esencialista de timple en mano y otros, modernos de la posverdad hechizados por la coolería del ukelele. Sin embargo, son los que están en medio de estos dos tópicos, la gente que se considera más canaria que el gofio y que toca el ukelele, los que más me interesan; justamente ahí es en donde se juega, de verdad, el partido identitario. Como ejemplo, si han estado atentos al habla popular contemporánea sabrán que, les guste o no, quedan pocos años para que los chiquillos canarios de pura raza, raised and born in Las Rehoyas, adopten con total naturalidad el vosotros en sus conversaciones, por otra parte, salpicadas de las canariadas de rigor del momento. ¿Criollismo y/o globalización? No lo sé.

Volviendo a Lena Dunham: me importa un huevo que se haya divertido aquí o no y, al mismo tiempo, me parece fantástico que haya expresado su aburrimiento. En esta doble indiferencia mutua quizás haya visos de generar un modelo de comportamiento hacia "el de fuera" que se aparte de la clásica respuesta somatizada y automática del colonizado que, agradando al colonizador con el ofrecimiento de su identidad construida, completa su falta de autonomía personal, aquella que sí posee el sujeto inmerso en el relato etnocéntrico "natural" de una girl, bastante smart, con el dasein en los niuyores.

Pero yo no soy de Niuyor. Yo soy canario.

No soy capaz de pensar en otras coordenadas identitarias que no sean las canarias, incluso (o precisamente) después de "habérmelo mirado" viviendo una década en Berlín. ¿La canariedad es un sentimiento que se lleva por dentro y que nunca te abandona?. Eso afirman los voceros más toletes del Archipiélago y yo lo asumo de pleno pero con la sensación de que este sentimiento, en sus variantes más habituales y subnormales, me da fuertemente por el culo, motivo por el cual exijo formar parte de su construcción, una operación, un agenciamiento en perpetua transformación, más un "suma y sigue" cultural que un despojamiento esencialista de lo foráneo.   

Quizás la cosa pase, aunque sea doloroso, por ser estratégicos con nuestro ánimo diferencial. Como el samurai que sale a combatir sabiendo que ya está muerto, debemos, si consideramos inexorable el proceso de globalización/aldeanización canario, darle escaldón a Dunham sin decirle nada ni esperar nada de ella. Sobre todo porque determinadas articulaciones del concepto de escaldón de gofio (o de la canariedad, que es lo mismo), instrumentalizadas a partir de políticas concretas (hablando en plata, lo que los poderes fácticos le digan que diga a Coalición), quizás tengan éxito y finalmente nos colonicen por completo los turistas, como le ha pasado a los barceloneses de El Raval. 

No nos engañemos, Dunham es una turista, quizás con mala conciencia (por eso se aburre) pero una turista al fin y al cabo. Le importamos una mierda y ella a nosotros también. Eso está guay. Viva Dunham.  


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