Mi vecino de enfrente, en la casa de mi madre en Las Palmas, es un político corrupto. Uno de los grandes escándalos de Canarias. Está a la espera de juicio desde hace tiempo y, según se estima, le van a caer bastantes años. Pretendía organizar un desfalco de dinero público asombroso, unas cantidades de disparate, para retirarse en una vida de lujos él, su pareja y unos cuantos amigos. Las cuentas en Suiza ya estaban aguardando ávidas, pero algo salió mal y lo pillaron. Robó miles de millones. Continúa en su casita.
A mí me toca bajar con él en el ascensor muchas veces, cuando me lo encuentro en el zaguán. Es inevitable hacerlo y tambien es inevitable, de alguna forma, juzgarlo. Ese juicio se traduce en un frío saludo que espero que deje entender laxamente mi reprobación a sus acciones, porque no me atrevo, ni sé si es pertinente, soltarle un "¡Chorizo!" "¡¡Sinvergüenza!!" o reventarle una figurilla de metal de la Catedral de Las Palmas en toda la mamona, qué gustazo.
Así que mi indignación moral me la guardo para otras ocasiones, por ejemplo, para el periódico. Hace poco hicieron una reseña del proceso abierto, un proceso con un tufo a corruptela salvaje, y permitían en Internet que los lectores pudiesen opinar sobre el artículo. Así hice, con saña y algunos datos. Expresé mi cabreo y hablé sobre todo de los ladrones de guante blanco, que controlan influencias en todas partes, surfean la justicia y se quedan tan a gusto en casita, mientras a un machanguillo al que pillan con un par de kilos de coca para pagar la letra del coche lo entalegan con las mismas y sin contemplaciones.
El día del comentario en el periódico, justo al terminar mi invectiva justiciera salí directamente con zapatillas a darme un baño a la playa. Había quedado con un colega. Cerré la puerta de la entrada de mi casa y en el zaguán vi una cucaracha. Una cuca bestial. De día. Para los que no lo sepan, las cucas me dan pánico. Escúchenme bien: PÁNICO. Miedo irracional, incontrolable. Prefiero romperme la boca con cualquier asesino antes que matar y recoger a una de esas bestias demoníacas. Entre temblores y picores, volví a mi casa y cerré la puerta. Eché toneladas de veneno bajo la rendija y no dejaba de mirar por la mirilla, a ver si se movía. Quietita ahí, estaba la muy puta.
Me pareció claro que Dios, el Fatum, el Ser o el Ente, me habían castigado por mi soberbia y mi ira. Justo cuando envié el comentario al periódico salí por la puerta y allí estaba la maldición. Yo seguía observándola, porque mi estado de pánico ante una cuca es de lo más curioso: no puedo dejar de saber donde está y qué hace, pero tampoco puedo hacer nada para matarla. En el móvil, un mensaje. Mi amigo está abajo esperándome, en la moto, para tirar a la playa, zona Cicer. No quedaba alternativa. Tenía que matarla, o saltar sobre ella, para poder meterme en el ascensor. Me cambié las cholas de playa y me puse las de montaña, brutales, suela Vibram, en el caso de que hubiese que llegar al peor de los enfrentamientos. Sin mirar por la mirilla, abrí la puerta y salí temerario. A morir matando.
El corrupto barría el cadaver de la bestia, a la que había abatido, rumbo al WC de su casa.
-Chacho... Qué asco de bichos, colega. No sé ni como pudo llegar aquí, al noveno- me dijo
En medio de una paz espiritual absoluta, me subí al ascensor y le contesté timorato:
-Sí, sí, es increible...
2 comentarios:
Es lo que tienen las crisis, nos aplanan. Es la base de la teoría conspiparanoide de la torres gemelas y todo el miedo que se empeñaron en insuflarnos en la era Bush. Creo que tienes el mismo mondongo de nieve en la puerta desde navidades? Saludos. Adr.
Nieve amondongada frente a mi puerta había hasta hace una semana, más de 30 cm. Cucarachas, playa y vecinos corruptos no. Para los momentos de nostalgia he encontrado mojo verde de bote hecho en Köln a 99 centimos. No comentaré su calidad. Ni sus propiedades antinostálgicas.
Publicar un comentario