Hace años escribí una entrada, con motivo de la construcción de unos nuevos mamotretos hoteleros en el Sur, incluyendo la transcripción distorsionada de una extraña conversación telefónica. Hoy acabaremos con el misterio. Se trataba de un extracto de "¡Risa!", mi / la última novela de Rayco Ancor, en donde Bartolomé, genio y figura del nuevo rico canario amante del ladrillo desbarra a piacere sobre el progreso, las Islas, el turismo, las ilusiones perdidas, etc. Les dejo de nuevo con aquel texto pero sin distorsiones.
-Aquí no se pueden hacer negocios ni
tirar para adelante bien, como tendría que ser, porque hay veinte mil
cortapisas de por medio. Si quieres rodar un callao de la playa tienes que tener
suerte con el político de turno, rellenar veinte mil papeles y mandar a tres
tíos a comer ventanilla de fijo en el Ayuntamiento, el Cabildo o el edificio de
Usos Múltiples, pagarle a unos machaca para que duerman allí, eso si te va bien
y no entras por la vía judicial. Eso en otros países no es así, otros países
que además no tienen la gallina de los huevos de oro que tenemos nosotros, el
turismo, que no se va a agotar nunca, nunca jamás, te lo digo yo, aunque ahora
estén que no cagan con el moro, que si las playas de Marruecos y las costas
interminables, sí, es verdad, pero qué va, yo el moro no me lo creo todavía,
tienen que pasar muchas cosas para que aquello se ponga jugoso, y yo no lo veré
porque eso allí abajo no va a coger cabeza por lo menos hasta dentro de
cincuenta años. Vete a contarle tú a los touroperadores alemanes que se traigan
el ganado gordo a Marruecos, que inviertan allí fuerte como aquí o en Mallorca;
cuando vean que allí no pueden beberse un whisky ni comer cochino ni ir a
discotecas que no estén dentro del recinto del hotel o coger un jeep y viajar
por el país sin sobornar a la policía o sin que los secuestren o les metan una
bomba, cuando vean a los morillos babándose encima de la muchachas rubias y
diciéndoles de puta para arriba por enseñar las tetas en la playa… que no
hombre, que no me lo creo. Esto aquí fue distinto, porque el canario aunque fue
siempre pobre siempre fue bueno y hasta el mago más bruto de Las Lagunetas era
una persona a la que se le podía enseñar lo que le conviene, que es tener
dinero, carreteras, supermercados, buenos coches, casas y apartamentos, sin las
soplapolladas de la religión y de Alá y del extremismo, por favor. Esto aquí es
el Paraíso y no tiene competidores reales. Además si sale competencia bienvenida
sea, Pepito, vamos a mejor, todos, turismo de más calidad, no de ingleses
borrachos y gentuza, que los manden a esos para África a armarla, sino de golf
y de perras, de resortes (sic) en el Sur, soltando billetes, creando puestos de
trabajo, creando riqueza. Qué va, mi niño, los moros están todavía atrasados en
comparación a nosotros, que aquí hay de todo, se tienen que quitar la chilaba
de arriba, de la cabeza me refiero, la cabeza, Pepe, eso es lo más importante.
¿Qué quieres tú, a ver? ¿Qué ordenador quieres tú, que tanto te gustan las
máquinas? ¿Cuál es el que te gusta a ti, el Mac ese, no era? ¿Qué moto quieres
tú, la Ducati italiana, que es la que a ti te gusta, para darnos un disgusto a
tu familia en cualquier momento? En día y medio, máximo, tienes aquí la moto,
querío, la que más te guste. ¿Quieres caviar iraní, del mejor? Lo tienes.
¿Quieres chuletón de novillo argentino, del mejor? Te lo comes. Esto es el
Paraíso y mucha gente lo está echando a perder, poniendo obstáculos, metiendo
papeleo, regulaciones y regímenes fiscales draconianos, menudo palo nos dieron
con lo del puerto franco, cuando los que hemos hecho estas islas, los que hemos
construido estas islas dándoles riqueza no han sido ni los abogados ni los
médicos ni los políticos ni los profesores de universidad ni los arquitectos,
sino nosotros, los currantes, los empresarios. Nosotros jalamos del carro y el
resto viene dentro metido. El que no lo quiera reconocer es un gilipollas. Unas
cosas se consiguen primero, los capitales e infraestructuras, y las otras
llegan después, todas las mariconadas. Da rabia que la gente se olvide de eso,
a mí me da rabia. Da mucho coraje, Pepito, que uno maniobre como sabe hacer,
con cabeza y apostando fuerte por crear riqueza aquí y le caigan arriba un viaje
de pollabobas aguafiestas y lo metan a uno en el talego. ¡En el talego! Me
descojono yo de los disidentes de Cuba, me descojono de los presos políticos y
los refugiados, que lo único que hacen es darle a la lengua cuando uno además
de deslomarse a trabajar todos los días (en mi época yo salía de mi casa a las
cinco de la mañana y llegaba a las nueve, diez de la noche) por toda la
sociedad en peso, calladito la boca, acaba con sus huesos en la cárcel. Es de
risa, Pepito, descojónate, por favor. Claro, es lo que dice Blas. Nosotros los
canarios lo tenemos todo pero no tenemos nada. O sea, que nuestro peor enemigo
es el enemigo interior, dice, nosotros mismos, y no me refiero a la
competencia, que oye, si a los Morellones les va bien eso significa que me va a
ir mejor a mí, porque el dinero atrae el dinero, métete eso en la cabeza ya si
quieres ganar perras, Pepe, sino los otros, los aguafiestas, los que se han
metido en las cámaras de comercio a tocar los cojones y que no son negociantes
natos, ni currantes ni empresarios ni nada, una mano de maricones todo el día
con el librito de las leyes para aquí y para allá, con sus abogados mirando las
jugadas ajenas con lupa, por puras envidias. No saben jugar, ven que uno juega
de puta madre y te cortan las alas como puedan, para joderte sin motivo. No es
la competencia, como se creen los pibes jóvenes, los empresarios jóvenes,
porque la gente con cabeza como yo, los que valemos aquí en esta tierra siempre
nos hemos entendido bien y hemos procurado no pisarnos el terreno. ¿Que hay
problemas? ¿Que de vez en cuando hay roces entre nosotros? Es lógico, raro es
que no los hubiese, pero eso siempre, los que servimos para algo, lo hemos
sabido llevar con salud. Si al final resulta que tengo que ceder yo, pues cedo,
mi niño. Para la próxima cedes tú, sin hacernos mala sangre, que con unas
cenitas, unos vinitos y unas charlitas de persona humana civilizada, sin
chilabas y sin babuchas, se resuelven todos los problemas del mundo, y más en
un sitio tan pequeño como Gran Canaria, sin sangre, te digo, que tampoco
estamos en Sicilia ni esto son reuniones de la mafia, algo que le he dicho cien
mil veces a Blas cuando se pone tontito con la pistolita, “guárdate eso,
totorota, a ver si te vas a despelusar la barba, que esto no es “El Padrino”,
bobilín”. Entre nosotros no hay problemas, cualquiera que ha trabajado más de
veinticinco años lo sabe. Si Morellón mañana hace otro hotel de cinco estrellas
en el Sur, con quinientas habitaciones, y cada habitación usa un rollo de papel
higiénico por día, de promedio, estarán haciéndose todos los días quinientos
rollos de papel más en la fábrica de papel y al final resulta que les hará
falta otra nave industrial y me van a llamar a mí y a Blasito para que se la
construya. Es el “Efecto de las Mariposas”, Pepito, ¿sabes lo que es eso, mi
niño? Pues lee un poquito de Historia para que aprendas cosas importantes. Eso
significa que todas las mariposas del mundo, aunque sean pequeñas, son tantas,
que si agitasen las alas a la vez, todas, podrían provocar un tornado de máxima
potencia, y aquí, nosotros, más o menos cuando tu naciste, la mejor época de
crecimiento que ha tenido Canarias, fuimos todos como mariposas, ¡maricones no,
coño!, al golpito trabajando, entre todos, echándonos cables. Tú me contratas, yo
te recomiendo y te presento a otra gente si sabes currar, y tiro porque me
toca. Así montamos lo que montamos aquí, un país civilizado desde las piedras,
nosotros, chiquillos de la calle sin educación superior ni universidad ni
pingas en vinagre, sino curiosidad, ganas de aprender de la vida, humildad,
respeto por los mayores, buenas espaldas para soportar palos, y cojones, muchos
cojones para rompérnoslos trabajando todos los días, de sol a sol. Yo empecé
cargando sacos de picón, Pepito, yo en el muelle cargaba con quince años sacos
de picón que venían de Lanzarote, en una carretilla, y con veinte años o así me
compré un camión, ¡con veinte años Pepe, en esa época, que se lo cuentas a
alguien y no se lo cree! Mi pobre madre, tu abuela en paz descanse que vendió
unos alpendres que tenía en el Lomo Magullo para ayudarme a mí a pagar el
camión, y desde que tuve el camión transportaba yo todo el picón que podía, a
donde fuese, al Sur, al norte, al centro, a todos lados, y en el muelle me
tenían a mí loco, todo el mundo quería trabajar conmigo, Bartolomé el del
picón, me decían, porque la gente que me daba cosas para transportar (ya
después transporté material de obra de toda clase) sabía que conmigo estaban
asegurados, que el plazo se cumplía, que la mercancía llegaba íntegra, y que al
día siguiente me iban a tener allí para informarles de todo, de cualquier cosa
que me dijesen en destino, preparado para llenar el camión otra vez con mis
propias manos y salir a escape a trabajar como si aquí hubiesen pasado dos
portaaviones americanos y aplanado la Isla a bombas. Luego ya sabes la flota de
camiones que tuve, antes de vender esa empresa y meterme con Blas a trabajar,
porque a todo el mundo, diez años después, le dio por hacer lo mismo, comprando
camiones como locos, alemanes, mejores que los míos. ¿El moro? Me descojono,
Pepito, allí echados en la calle, sentados, fumando en pipa esperando coger a
un guiri para estafarlo con una alfombra hecha en China. No tienen espíritu los
moros y aquí todavía falta espíritu, necesitamos más espíritu, Pepe, los
canarios, para poder ponernos donde nos merecemos, en lo más alto. Yo miro para
mi casa, Pepito, yo miro ahora todo lo que tengo, esa tele, esa mesa, ese
sillón grande con el tapizado de vaca, o cebra, qué sé yo lo que es, piel de
verdad, que se abre, enorme, que lo compró mi mujer en paz descanse sin decirme
nada y con mi dinero, carísimo, y que tanto te gusta a ti para dormirte las
siestas, el jodío sillón lo miro y después me acuerdo de quién era yo, de cómo
pesaban los putos sacos de picón y cómo tenía el hombro en carne viva al
principio y con un callo por toda la espalda al final, me acuerdo de cómo se
trabajaba en ese muelle, de ver a algún otro animal como yo currando que al
final también consiguió colocarse como Dios manda, y me echo a llorar. No lloro
ni nada, cojones, pero me dan ganas, coño, se me saltan las lágrimas sin
querer. ¿Sabes por qué no lloro? Por culpa del enemigo interior. Eso en vez de
darme pena, como mis recuerdos de niño trabajador, me da rabia, porque destruye
mis recuerdos y me provoca. Dándolo todo por esta tierra, dejándome la salud,
la espalda, que me la jodí con tres años más que tu hermano Samuel, y dejándome
también un poco la cabeza, no lo voy a esconder, que desde lo de Blas me tengo
que comer una pirulita para dormir (es una bobería en realidad, una cosa de
plantas naturales, nada muy fuerte, según me dijo el bobera del psiquiatra)
para que al final vengan cuatro hijos de puta, me metan en la cárcel y le
terminen robando los sueños de un futuro mejor a aquel niño bueno, noble y
trabajador, con la camiseta negra y rota del picón, que era yo.
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