Hoy me preguntaba una amiga si no me iba a pasar mañana por Kreuzberg para celebrar el uno de mayo. Le respondí que odio ese día. Justo después comencé a plantearme el por qué de tal aversión, no sea que en una de estas flojeras del gusto me convierta en un caballerete reaccionario.
Como sabe todo el mundo, los primeros de mayo en Berlín son tradicionalmente muy combativos. Cientos de policías antidisturbios venidos expresamente de otras partes del país toman la ciudad, y un buen número de manifestaciones y otras protestas más o menos beligerantes se reparten por la capital. Es un evento con solera y muchas historias que contar, en donde lo que no cambia nunca, el plato fuerte del día, son los trompazos a la tardecita en la Oranienstrasse de Kreuzberg entre encapuchados y robocops, equipos ambos que cuando se ponen de malas, acojonan. Quedan, se meten candela mutuamente, y yo ya no sé muy bien qué pensar. Lo cierto es que en el barrio, esa tarde, se crea una suerte de ambiente entre nervioso y festivo que atrae a miles de personas a la zona del conflicto. La gran mayoría no participa en la violencia, dedicados a beber cerveza, excitarse un poco oyendo disparos de pelotas de goma y ver en el cielo desde la distancia (esencial para la experiencia de lo sublime, según Burke) el humo amarillento del gas lacrimógeno. Es la fiesta de la Revolución.
No encuentro mejores metáforas para una futura Revolución (o cambio, transformación, salto, superación, emancipación, por si a alguien le cae mal esta palabra viejuna tan connotada) que la fiesta y la risa. Cuando terminen todas las servidumbres, tanto las impuestas como las voluntarias, llegará la risa, que es uno de los asuntos más serios que existen. Sin embargo, todos los años me pregunto, algo apesadumbrado, si el tradicional desfile de hostias de la Oranienstrasse y su caótica party adyacente no son en alguna medida contrarrevolucionarios, si el parque temático de la revolución en el que se ha convertido dicho evento aún conserva algo de liberador o si por el contrario se trata de un día pactado y organizado por la CIA en confabulación con los más prestigiosos sociólogos y expertos en el control mental de las masas humanas, en el que la peña suelta la furia contestataria acumulada durante el año para volver al día siguiente, más tranquilitos, a la inercia habitual del lo que hay.
Se echa de menos un poco de concreción. No de seriedad, que suele acabar en la guillotina y el gulag, sino de concreción. Que los guagueros reivindiquen sus cosas y corten la circulación un día entre semana, que los hipotecados le peguen fuego no a su propio vecindario sino a las villas de los directivos de los principales bancos del país, que los currantes precarios se aten en el Ministerio de Trabajo, que los estudiantes de arte destrocen las lunas de las grandes galerías- qué belleza- que los escritores le escriban mentándoles a la madre a los dueños de los principales medios de comunicación, que los inquilinos del barrio en proceso de gentrificación no recojan la mierda de sus perros, etc., actuando cada cual en la medida de sus posibilidades y contexto propio.
Sería muy injusto negar el hecho de que muchas de estas cosas también suceden mañana. La más sonada de ellas es la contramanifestación para impedir la también tradicional (y legal) marcha de los neonazis, o los despliegues por toda la ciudad de los más diversos movimientos sociales con objetivos y programaciones concretas. Sin embargo, el pasacalles de la Oranienstrasse se me revela como el más puro ejemplo de un vacío folclor revolucionario, rabioso pero desprovisto de toda voluntad de cambio real. Sin tenerlo del todo claro, opino, por un lado, que este día continúa siendo un poderoso símbolo social en Berlín que sería una pena perder pero que, por otro lado, el ya clásico erste Mai ha terminado siendo una catacresis, palabreja que significa "metáfora muerta", como lo es la Navidad, en donde lo menos que hacemos es conmemorar el nacimiento de Jesús, atiborrándonos de marisco y peladillas y dejándonos los euros en El Corte Inglés.
Después de siete años festejando el primero de mayo en la batallita campal de Kreuzberg, mañana iré a currar al estudio. Eso sí, el lunes me lo pasaré en casa sin hacer nada celebrando el día del trabajo. Al menos espero que, puesto que han decidido nuevamente cumplir con la tradición, en la Oranienstrasse se den las hostias reglamentarias con mucha sinceridad.
(Video "Breve historia del camuflaje", cortesía del artista Alby Álamo)