"Por una parte reivindicar los derechos de la experiencia afectiva frente a una razón implacablemente unilateral es, no cabe duda, un rasgo en principio progresista. La mera irrupción de lo estético marca, en este sentido, una determinada crisis en la razón tradicional a la vez que abre una nueva orientación en el pensamiento que se antoja potencialmente emancipadora o utópica. A finales el s. XVIII, esas invocaciones al sentimiento serán identificadas como peligrosamente radicales. Hay en lo estético un ideal de comunidad basado en la simpatía, el altruismo y los afectos naturales que, junto con la confianza en un individuo que experimenta el placer en sí mismo, supone una afrenta para el racionalismo de la clase dirigente. Por otra parte podría sostenerse también que un movimiento de este tipo acaba eventualmente suponiendo una pérdida devastadora para la izquierda política. (...) lo estético en Gran Bretaña ha sido patrimonio de la derecha política. La autonomía de la cultura, la sociedad como una totalidad expresiva y orgánica, el dogmatismo intuitivo de la imaginación, la prioridad de los afectos particulares y de las lealtades indiscutibles, la intimidatoria majestad de lo sublime, el incontrovertible carácter de la experiencia "inmediata", la historia como un crecimiento espontáneo insondable para el análisis racional: estas son en efecto algunas de las formas en las que lo estético se convierte en un arma en manos de la política reaccionaria. Dicho de otro modo: la misma experiencia vital que es capaz de brindar una poderosa crítica de la racionalidad ilustrada puesde convertirse también en la patria de la ideología conservadora"
lunes, 19 de abril de 2010
Cita
Un pequeño extracto de "La estética como ideología" de Terry Eagleton, sobre las implicaciones políticas de la estética empirista inglesa (Burke y Hume), que quizás podriamos, dando un pequeño salto, poner en conexión con el articulito de Proust:
sábado, 3 de abril de 2010
Grfft Brln
Hace siete años, cuando me mudé a Berlín, un amigo me pidió que le
escribiera un artículo sobre el graffiti. No lo hice en su momento por diversos
motivos. Con algo de retraso, aquí va.
Me agrada el graffiti.
El grafitti es una de las prácticas que tienen lugar dentro del más amplio conjunto
del “street art”, o arte urbano, que de un tiempo a esta parte, como muchas
otras manifestaciones estéticas sociales se ha hecho bastante amigo del arte
contemporáneo. Sí, ese, lleno de pijos, con galerías, curators, coleccionistas
etc. No sé que le ven tan guay al arte contemporáneo, la verdad, grafiteros,
cocineros y programadores de videojuegos
Mis conocimientos enciclopédicos al respecto del arte urbano son
bastante pobres. Un par de documentales, un par de amigos grafiteros, pero básicamente
leyendas urbanas regadas de cerveza jueliendo las pestes del spray que
despiden mis colegas de profesión currando en la pared de detrás mía el
domingo por la tarde de resaquilla en el Mauer Park. En cualquier caso, queda
más o menos claro que vivo en una de las capitales mundiales del “street art”.
Aparte de este hecho infraestructural, mantengo una cierta afinidad gremial con
estos creadores, producto de las ocho horas diarias que me paso llenando con
color superficies planas semiabsorbentes.
Sin ánimos de entrar con profundidad en consideraciones históricas y
metodológicas (rigores que nos encanta escamotear en este lindo espacio
nuestro) es una obviedad decir que existe arte urbano desde que existe la urbe.
Incluso antes hay antecedentes, el feliz día que se le ocurrió a un adolescente
dejar su "aquí estoy yo" con un trozo de carbón en una casa de adobe de su mesopotámica aldea, o más allá aun, en
la pared de una cueva. Arcaizando menos, nos acordamos de aquellas bellísimas
incursiones y actividades re-creativas en el Paris de los 60 de nuestros amigos
los borrachines situacionistas, casi cuarenta años antes de que Bansky saliese
en el periódico, día sí, día no, "montándola". Parece que solo sabe
montarla, ese chiquillo.
Supongo que el mainstream o la arcadia originaria de donde sale
el arte urbano actual tiene que ver menos con las pintadas espontáneas
descubiertas en las calles de la antigua Roma que con la cultura de la
subcultura de las megaurbes de los ochenta, "do the right thing". Se nos
hace fácil visualizar aquel suburbio efervescente del NY ochentero mas popero y
hiphopero, donde se da la creatividad entre el crimen y el fashion, aún cuando
en nuestros días la urbe ofrezca espacio a otras maneras de hacer que no
siempre se parecen a aquel gesto poco mediatizado y gratuito del Geist del
barrio; el joven precario ante la legalmente protegida blancura del muro. Tras
el marasmo de actividades cuasiefímeras que se suceden en las calles, con spray
y plantilla, papel pintado, rodillo y brocha, rotulador edding, desechos
reciclados así como otros materiales menos canónicos, queda en el
imaginario popular una pregunta final, bastante naiv pero no por ello menos sustanciosa,
y que atañe a cuestiones legales o de legitimidad social: ¿Se trata de arte o
de vandalismo? Ya tuvo que meter de nuevo las narices el arte en esto...
Me agrada el arte, un poco, no demasiado, y no me gusta nada el
vandalismo, esa es la verdad. Quiero decir, ir por la calle y que me den
hostias por la cara, que me roben la bici, que me vaya a sentar en la guagua y
hayan echado un pollo en el sillón o que en mi linda puerta de casa, lacada al
aceite azul de cobalto imitación, algún machango frustrado deje su absurdo y
neolítico rastro imborrable, porque sí. "Si te gusta bien y si no te lo
comes con papas igual" pensará él. Como el común de los ciudadanos, prefiero
bastante más a los artistas urbanos "que se lo curran", que hacen
cosas bonitas, o interesantes, o grotescas, que te obligan a replantearte temas,
que crean una poética cotidiana de la ciudad o denuncian sin tapujos al Estado,
la Sociedad, el Sistema, la Opresión, etc, con un pedazo de obra que te deja
flipando por su calidad y valentía. Sin embargo, creo que, contradiciendo mi
gusto, el mejor de los graffiti es aquel que pone sencillamente en rotulador o
spray negro "TU PUTA MADRE!", y que está escrito en nuestra propia
puerta, por la cara y para joder. Es esencial que nos joda. Que sea feo, cutre,
mal hecho, parecido a los otros, un letrarrajo retorcido con la indistinguible
marca snob de un autor que no quiere ser artista, ni poeta, ni nada de esas
cosas raras. No sabe ni lo que quiere aparte de tocar los huevos y está jodido
porque siente y sabe que el mundo se compone íntegramente de caca de la vaca. “Don´t
this shit make the nigga wanna jump”
Uno de los puntos fuertes para Berlín del FDP (el partido liberal, el
Demonio que ya gobierna en coalición con la derecha en Alemania, pero que lo
tiene difícil en el ayuntamiento capitalino, tradicionalmente de izquierdas) es
acabar de una vez para siempre con el graffiti. Con el "vándalo", se
entiende, porque no alcanzo a imaginar a
un burro que le pueda desagradar alguno de los impresionantes muros pintados
que hay en esta ciudad, la mayoría trabajos de encargo o realizados con
permiso. Esta cruzada contra el "vandalismo" forma parte de la
programación de gentrificación de la capital, resumiendo mucho, un proceso que
utiliza a las clases creativas (básicamente, los vándalos y su entorno, que son
los que generan "el rollito" en la calle, no los artistas
decimonónicos como yo, encerrados a cal y canto, sumidos en sus retruécanos
incomprensibles, trabajando para ser remunerados por los más poderosos) para
reactivar ciertas zonas problemáticas de la ciudad hasta que se hacen
apetecibles a las clases más acomodadas, cuando ya el crimen o la
marginalidad han remitido gracias al trabajo de zapa de estos pioneros. Los
pijos llegan, compran todo el barrio a precio de saldo y allí, a gustote, se
acomodan. Siempre me ha hecho gracia eso de acomodarse. La vieja guardia en
cambio, con el deber cumplido, se tiene que largar, más lejos, otra vez a
enfrentarse a navajeros, sortear yonkis y putas, andar tenso por la noche etc.
cuando los alquileres se triplican en dos años. "Es lo que le gusta a los
artistas" pensará el Demonio, que además de ruin es medio subnormal. Así
ha ocurrido en mi barrio, Prenzlauer Berg.
Prenzlauer Berg era ya durante la RDA hogar de escritores, artistas,
borrachos y demás gentuza. Tras la caída del Muro atrajo a los especuladores,
bien es cierto que sin muchas prisas, y hoy en día es el sector (PBerg+Mitte)
más caro del Berlín Este. Sobrevivimos los que mantenemos los alquileres de
risa de hace años con una inmobiliaria que, solo sabrá el buen Dios por qué,
además me ha rebajado 5 euros en la mensualidad. Me huele a cuerno
quemado.
El debate de la gentrificación, o “yuppiesierung” (yuppiezación) como
dice la peña por aquí, es complejo porque las así llamadas clases creativas son
tremendamente heterogéneas y sus deseos y modos de entender la ciudad son
antitéticos. El espectro de conciencias va, por poner algunos ejemplos tópicos,
desde el punk anarquista hasta el trepa de galería, pasando por el clubber
apolítico. Sin embargo, la mayoría desea que la cosa "suba", se
"ponga bien", siempre y cuando ellos puedan adaptarse a la subida,
perpetuando la ya clásica lucha por la supervivencia darwiniana en el
capitalismo; el que vale vale, y el que no que se joda.
En este contexto los grafiteros malos (o sea, los buenos, los vándalos) son
como caóticas milicias que con su mal gusto y total renuncia a libar, por
desconocimiento o decisión, de las mieles de las Artes y sus beneficios espantan
a los nuevos colonos, manchando, rayando las lunas del metro, pues sus víctimas
aun juzgan desde el "buen gusto" y solo saben moverse en el espacio
estrecho de la dialéctica entre el arte o el vandalismo, una pregunta cuya
respuesta desemboca en terrenos meramente decorativos. Los militares no me
hacen gracia ninguna y los grafiteros descerebrados tampoco, pero los prefiero
mil veces a los pijis de Audi TT, que vienen a enguarrar en su aburrimiento existencial
nuestra manera más relajada de entender el rollito, lejos de la obsesión por la
perra y todo el espíritu formativo que ella genera.
En Berlín, gran ciudad tranquila, todavía se puede vivir. Hasta cuándo se
podrá es el tema de debate por excelencia, al menos entre mis amigos, con cada
café y con cada cerveza.
"Arm aber sexy" (Pobre pero sexy) era la consigna que manejaba
para su ciudad hasta hace pocos años el
mismo alcalde Wowereit, una seductora propuesta política de doble filo que si
se mantiene en un buen equilibrio no está nada mal. Hay que puntualizar: Pobre
aquí quiere decir "no brutalmente neoliberal" porque en Alemania la
pobreza real, indigencia y marginación social es muy baja; todo alemán tiene
derecho a un techo y a una paga mensual suficiente para comer. Esto es real y
sucede incluso con la derecha en el poder, azorados por los liberales para
acabar con estos mínimos. Respecto a lo de sexy, bueno... Berlín no es
Copacabana, pero comparada con cualquier otra urbe de este país, secón y
aburrido en esencia, es innegable que tiene su puntito, la piba.
A los artistas vándalos les honra el hecho, independiente de sus
motivaciones y más allá de toda artisticidad, de enervar y mantener a raya a
una gentuza que, desde los altos mandos, cambian el paisaje urbano de una
manera mil veces más radical, con muchísima más impunidad, medios, repercusión
histórica, presupuesto público y caradura que unos pobres pibes pobres que no
saben ni qué hacer ya con sus vidas, porque la cosa está, es cierto, cada vez más
chunga. Tiran el Palast der Republik y construyen el Castillo de Berlín. Año
2010.
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