Últimamente me paso la vida rellenando papeles, los documentos burocráticos que debía haber cumplimentado cuando llegué a Alemania hace más de una década, y que no son pocos. No sé la tolerancia que tendrán ustedes, pero el papeleo me quita años de vida, y en este país hay una buena tonga para rellenar si uno quiere ser un respetable bürger trabajador y no un, ¡ay!, artista pirata como lo era hasta hace pocos meses. Incluso tengo la sensación, y no soy el único, de vivir más en aquel "mundo administrado" de Adorno ("Verwaltete Welt": así lo pongo no por citar en el idioma original sino porque efectivamente frecuento las Verwaltung o administraciones) que en aquella otra "sociedad del espectáculo" de Debord, igualmente nefasta pero de regusto más cool.
Es probable que debido al ambiente secretarial que reina por casa en los últimos días haya aparecido en mi ordenador la película de Orson Welles "El Proceso", de título homónimo a la conocida novela de Franz Kafka. Soberbia película ya por el mero hecho de conseguir transmitir con cierta autenticidad el "feeling" del libro- lo cual es digno de no poco mérito- ha de recurrir por fuerza a todos aquellos estereotipos que asociamos a lo kafkiano, esto es, ambientes opresivos, enrevesados e infructuosos diálogos, estética expresionista, fuertes luces y sombras, desarrollo dramático de baja intensidad (o dicho de otra forma, personajes cuya "procesión va por dentro"), formalidad perversa, obstáculos constantes para la empatía y el entendimiento, valor en los detalles insignificantes, etc.
"El Proceso" de Franz Kafka es la novela que más veces he leído. Cuatro, si no me equivoco, sin contar con la relectura a salto de mata que le estoy dando ahora por culpa de Orson y los putos papeles. Para colmo, ayer al llegar a casa por la noche abrí el buzón y me encontré una cartita de la administración pidiéndome unos documentos que ya entregué, o que ya entregué más o menos. La puta carta me quitó el sueño y como suelo hacer en caso de insomnio me puse a leer. ¿Y qué había en la mesilla de noche para leer? ... "El Proceso". Leí un capítulo y ya no pude pegar ojo: se me metió en la cabeza la majadera idea de escribir un articulito sobre la novela, de estos que pergeño dilapidándome los temas más importantes de la existencia en cuatro párrafos malhablados.
Antes de acometer el difícil intento, déjenme adelantarles la conclusión a modo de recomendación: ¡si no han leído "El Proceso" no lo hagan! Dejen también de leer este antojadizo artículo y olvídense en general de Franz Kafka. Traten de ser felices así, de la manera que puedan. Pero como prohibir es tentar, hagan lo que les dé la gana, cómanse irresponsablemente todas las manzanas del árbol del conocimiento que quieran.
¿De qué va "El Proceso"? Fácil. Un buen día, unos señores tocan en la casa de Josef K. informándole de que tiene un proceso judicial abierto en su contra. El libro termina con un puñal en el corazón del acusado. En ningún momento de la obra se dice quién lo ha acusado ni de qué.
¿Qué significa? Lean la Wikipedia, o la contraportada del ejemplar que prefieran. Una buena sinopsis, bien escrita, les transmitirá con justeza el "mensaje" de la obra. Mi contraportada pone esto, y está bien: "Símbolo de la condición humana, en la que no hay ninguna ley universal que rija el sentido de los hombres, ni ningún principio que dé al individuo un lugar que ocupar ni una misión que cumplir, el protagonista de "El Proceso" es víctima, una vez más, de la lógica implacable del absurdo"
Ah... ¿pero es que quieren más? Muy bien. Entonces tendrán ustedes, muy señoras y señores míos, que abrir un proceso en su contra.
Sin animo de retruécanos, la novela "El Proceso" es en sí misma un proceso: da igual que sepan a ciencia cierta de qué trata la obra (ya Kafka, desde el primer párrafo nos adelanta el argumento) sino que han de vivir en sus carnes el proceso completo, con todas sus letras, pasando por todas las instancias. Como buena obra literaria (y como toda buena obra de arte) poco importa que nos sepamos el cuento si no nos lanzamos a vivir en el. En el proceso descrito en "El Proceso" no se nos relatan cosas demasiado originales, de profunda sabiduría, ni hay "giros de guión" trepidantes, ni literatura de gourmet por muy obra cumbre de la literatura que se trate. Solo se va llevando adelante un proceso concreto, el de Josef K., que no es más ni menos dramático que cualquier otro y que por desgracia, por una serie de circunstancias desafortunadas- algunos errores a la hora de conducir todo el caso- termina con su muerte. Leer "El Proceso" es un poco como rellenar papeles para hacienda, solo que cuando lo terminen- cuando lo hagan suyo, quizás en una segunda o tercera lectura- desearían no haberlo leído nunca.
"El Proceso" es- y cada vez que lo visito lo percibo con mayor nitidez- el libro más duro que he leído. Por decirlo de manera macarra, es el libro más cañero que una persona puede meterse entre pecho y espalda. ¡Pero qué increíblemente lejos está de todo malditismo! Apenas hay sangre, ni sentimiento, ni autoinmolación, ni cinismo, ni fina ironía, ni amargura existencial, ni tragedia narcisista, ni exposición púb(l)ica las miserias internas, los demonios de cada cual y pascual, que ya se los pueden meter en el culo porque no me interesan ni los demonios de ustedes ni los míos propios, como en toda la vomitiva plétora de escritores malditos, de Sade a Leopoldo María Panero, de Bernhard a Céline, de Baudelaire a Bolaño, de Cioran a Dostoyevski; o de Bergman a Haneke; o de Pergolesi a Radiohead; o de Grünewald a Bacon.... uf, ¡qué pandilla de impresentables con su cantinela torturada! ¡Muéranse! ¡O bailen salsa! ¡Echen un buen polvo! ¡Y dejen de joder al resto con su llantina ornamental!
Mientras todas las maricuelas se dedican a desgranar lo más íntimo de sus sensibilidades expresando el lado negro del corazón para que podamos nutrir nuestro espíritu de sentimientos intensos y verdaderos, hay otras personas como Josef K. -y este coleguilla que les escribe- que tiene que rellenar papeles. ¡Papeles, papeles! ¡No arte, sino papeles, muchos documentos por cumplimentar, vitales para la buena gestión del proceso, que está en marcha y no va a parar así como así! "Pero bueno... " podrán argüir ustedes para zanjar rápido el asunto echando mano de una racionalidad pragmática (no carente de inocencia para el iniciado...) "¿por qué se abrió ese proceso, cuál es la acusación, quién la ha hecho?". Esas son preguntas que no se dejan contestar tan fácilmente; basta solo con intentarlo (leer el libro) para que uno se percate de que, en realidad, eso no es lo importante, y que, en todo caso, son cuestiones que llegan a deshora: el proceso está abierto contra K., contra mí y contra ustedes, y lo único viable, lo único factible, es tratar de conducir dicho proceso lo mejor que se pueda. Detrás de la pantalla de este ordenador hay una carta que debo responder adjuntando unos documentos que ya entregué o que entregué más o menos. Eso le puede gustar o disgustar a mis sentimientos & sensibilidad, a mis demonios interiores o a su puta madre, pero es lo que hay: o los presento o estaré llevando mal mi proceso. Y no pretendo ser agorero, pero no llevar un proceso con diligencia puede acarrear, en algunos casos, desavenencias de muy diversa gravedad. Por cierto...., ¿qué tal les va con el suyo?
En el proceso no hay arte. Y en "El Proceso", la novela, es probable que tampoco lo haya. Kafka sabía esto y por eso quiso, con buen tino, quemar sus libros. El arte, aquí entendido como expresión del pathos, es una mentira, un lloriqueo, una pataleta de niño mimado, una cosa burguesa asquerosa, babosa, y no un trabajo, un quehacer, unas obras (en el sentido obrero del término) o un proceso. "El Proceso" es un libro maligno. También por eso Kafka, que era buena persona o al menos lo parece en sus cartas, quiso que lo quemaran. Su malignidad no es demoníaca, transcendental, sentimental, sino procedimental, argumentable, tan razonable en un momento dado como lo fueron los campos de exterminio para los que razonaron la necesidad de su uso y en donde, de haber vivido un poco más, hubiera terminado el mismo Kafka como terminó su querida Milena. "El Proceso" es la violencia aplicada sin ninguna pasión, esto es, la más extrema de las violencias, la que impide incluso el grito balsámico de los malditistas de escuela. En el mundo de "El Proceso", en lo que se prefigura, no se oye el grito, no se ve la mueca, no se sabe quién eres, no tienes rostro, y sin embargo, como reza la última frase de la novela "era como si la vergüenza hubiera de sobrevivirle". Su malignidad es también, desde el punto de vista de la escritura, de naturaleza religiosa: una prosa en donde se relatan hechos concretos rapidamente, sin justificaciones, pero, de alguna manera asombrosa, abiertos a toda posible interpretación, a toda revisitación del texto, en el tono parabólico de los Evangelios. Por si no los han leído, pandilla de ateos, se leen fácil, van a toda hostia: Jesus llega con sus colegas, ve una cosa, dice o hace otra, y se acabó lo que se daba. Me asombra esa literatura ultraconcreta, materialista, parabólica (... bello volar del proyectil) completamente inaprensible, a la que las sinopsis y descripciones someras ni daña ni enriquece. Todo se nos dice de entrada (el "mensaje" de las obras de arte; tema, tesis, argumento, concepto, etc.) y ya podemos pasarnos la vida dándole vueltas al texto, que éste siempre nos hará un quiebro de cintura. En este sentido, si la Biblia puede llegar a ser para muchos el libro de cabecera en donde encontrar la sabiduría, la bondad o qué sé yo qué cosas encuentran en ella los cristianos, "El Proceso" es mi libro de cabecera del Mal. ¡No lo lean! ¡En serio! Si les va la marcha, el melodrama psicoculto péguense a Bernhard, por ejemplo, que lo disfruta uno mucho desde las esquinitas más misantrópicas del cuore, incluso en español, pero recuerden que si Kafka quiso quemar sus libros no fue por ninguna veleidad artística o irrefrenable timidez sino porque parió, quién sabe si queriendo o sin querer, un libro con cuya lectura ustedes mismos abrirán un proceso en su contra. Es quizás la novela más verdadera que puedan leer y un libro contra el ser humano.