Circula por las Interneses este llamativo cartel. La cosa se explica bien por sí sola. Pero en el caso de que alguien siga despistado, nunca está de más insistir en que los artistas estamos hartos de pertenecer a un sector de los trabajadores al que aún no se toma en serio. Necesitamos una urgente regularización de nuestra actividad profesional y un esfuerzo de comprensión por parte de la sociedad. Porque si bien, por un lado, resulta muy carismático ser artista (o al menos un poco más carismático que ser contable) por otro, el estigma del hobby y la supuesta subjetividad del quehacer artístico, entre otros asuntos turbios, nos impiden gozar de una respetabilidad profesional independiente de la figura tópica del bohemio inspirado, como sí la tiene un ingeniero, médico, piloto o profesor. Así, y como pone de manifiesto el cartel, no son infrecuentes las situaciones en las que un desconocido nos pide trabajar gratis: "Oye, ¡me encanta tu obra! ¿por qué no te enrrollas y me haces un cuadrito?" una falta de respeto profesional tan grave como esta otra: "Oye, he escuchado que eres un fisioterapeuta excelente, ¿por qué no me arreglas la espalda, totalmente gratis?" Yo, artista, no te voy a pintar un cuadro igual que tú no me vas a regalar el sueldo que has cobrado en dos días de trabajo en la oficina.
Esta doble actitud hacia los artistas (la admiración por la obra y figura del genio, y el menosprecio de su persona en tanto que profesional liberal con facturas que pagar) nace de una más soterrada desconfianza hacia las cosas que, aparentemente, "no sirven para nada", prescindibles, como un poema, sinfonía o dibujo. El arte es algo muy bonito pero cuando las cosas se ponen feas (crisis, vacas flacas, austeridad) la sociedad sabe establecer rápidamente las prioridades, y entre estas prioridades nunca jamás figura el arte. La industria del automóvil sí es prioritaria, la industria militar sí es prioritaria, los programas de cotilleo y el fútbol son prioridades pero el arte no. Esta afrenta histórica afecta no solo a los artistas sino también a todos los trabajadores de la industria cultural, que son precisamente los encargados de quitarle el aura mistizoide a lo artístico recordándonos que la cultura no solo es vital en razón de unas supuestas ideas elevadas como la libertad, la creatividad o la educación de la conciencia crítica sino que también representa un sector sumamente competente a la hora de generar negocio y empleo.
Todo esto está muy bien y es necesario que se defienda. Pero démosle la vuelta a la tortilla. Convoquemos al Espíritu de la Contradicción, siempre tan querido en este humilde espacio, a ver qué se cuenta.
Juan Hidalgo "Jugando con bolas" |
Cuando mi padre escuchaba aquel conocidísimo mantra de aeropuerto español que desde los altavoces reza "mantenga sus pertenencias controladas por usted en todo momento" seguidamente decía: "de lo que me entran ganas es de abrir las maletas aquí mismo y tirarlo todo por el suelo para que la gente se lleve mis cosas" A mí, de lo que me entran ganas cuando leo el cartelito del pundonoroso artista que no trabaja gratis es de abrir mi estudio y comenzar a regalarlo todo en función de mi pura gana o de cómo haya tenido el día: me apetece regalarte un cuadro, pues te lo regalo. Eres un gilipollas y te odio a muerte, pues no vas a tener un cuadro mío ni aunque me pagues doscientos millones, en fin, volver a ingresar a las artes en su oscuridad, su silencio y su secreto, en donde se escondían de las subnormalidades propias de la sociedad. Solo hace falta dar un paseo por la calle con los ojos bien abiertos para darse cuenta de que en la sociedad solo imperan la barbarie y la demencia.
El arte no es la cultura sino algo que está en su contra. Cuando el conjunto de la sociedad dice "sí", el arte dice "no", y viceversa. Pretender hacer del arte una profesión común es la máxima expresión del pensamiento mediocre. El arte sucede te paguen o no, te estafen o estafes, seas rico o miserable, un criminal o un santo porque el artista es, antes que nada, un vicioso, un enfermo, un tarado que no sabe hacer otra cosa y que actúa por pura necesidad. El arte es autotélico, tiene en sí mismo su propia justificación, se produce independientemente de que la sociedad vaya bien o mal, y el artista verdadero no es aquel triunfador capaz de adaptarse a los cambios del entorno o del mercado sino lo contrario, una persona incapaz de adaptarse a nada, un maníaco al que trabajar como trabajan el resto de buenas almas, librando los findes, cotizando y pagándole a Hacienda le genera la más perfecta de las infelicidades. Un artista no trabaja. No importa que se pase diez horas diarias haciendo cosas en un taller, o que sufra de las extrañas agonías propias de la creación; ser artista es liberarse de la maldición bíblica, no dejarse la piel y la vida currando como lo hacen el albañil o el abogado competente sino entregarse al vicio, al juego, al exceso, al ocio. Y para poder seguir practicando todo esto el artista estará siempre dispuesto a parasitar, estafar, malvivir, pedir limosna, comer poco y autodestruirse como la figura del antiguo griot africano, encargado de transmitir con la música y el canto la memoria de su pueblo al tiempo que vagabundea metiéndose con la gente, bufón entrometido e indeseable. El artista le dice al profesional respetable: "tú puedes seguir deslomándote para salvar al país, luchando por la Patria y por la Raza, que yo voy a continuar jugando con bolas, hasta que me muera o me aburra, y si por algún milagro me ves con buenos ojos porque te parece que el resultado de mis actividades es muy importante para el desarrollo de una sociedad sana, tanto mejor, podré comer más, tomar algún que otro gin tonic y pasar menos penuria material, lo cual no quita que dicho desarrollo me importe poco en el momento sagradísimo en el que debo juguetear con mis testículos por absoluta necesidad"
Podemos poner muchos más ejemplos sacando a la palestra el muy complejo debate- en el que aquí no vamos a entrar a fondo- acerca del valor y el precio de las obras de arte. Yo pinto un cuadro, lo veo después de cierto tiempo, no me gusta y lo tiro a la basura. ¿Pienso acaso que acabo de depositar mil euros en el contenedor? ¿Lo piensan ustedes, sinceramente? Si compran arte, deberían. Imaginemos que un listillo me vio tirando la obra al contenedor, la saca, la limpia de inmundicia, y tiene la suerte de colocársela a una persona adinerada, que comprará basura a precio de objeto de lujo. Mientras sigan dándose este tipo de situaciones, paradigmáticas del arte contemporáneo (latas de mierda, urinarios, obras inmateriales, etc.) que el artista sea un profesional liberal cualquiera es, en rigor, una soberana majadería.
Pues bien, sin animos de querer resolver la cuestión- que cada cual la resuelva como crea conveniente o cargue el peso de sus respectivas partes en un hombro distinto- aquí les dejo con el cartel correspondiente a la pequeña reflexión del Espíritu de la Contradicción; uno, por así decirlo, políticamente correcto y otro no tan conciliador pero no por ello menos elocuente.
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