Si hay algo que me molesta dentro de la vida en la precariedad que he elegido, es dormir con un colchón en el suelo. Obviando que sea buenísimo para la espalda y que muchas culturas tradicionalmente lo dispongan así en sus casas, el colchón en el suelo simboliza para mí un recordatorio diario de la fragilidad de mi vida material, un hincar la rodilla cada noche y un esfuerzo por subir a la superficie y no morir ahogado profesionalmente cada mañana, metáfora de que si las cosas van a peor, el siguiente paso será acostarme sobre unos cartones meados en la calle, fantasías homeless- por otra parte repulsivamente burguesas- con las que mi Superyo y el Ello marinan mi Ego con una ansiedad de baja intensidad.
Hace bastante tiempo compré una litera de matrimonio en Ikea que por diversas circunstancias tuve que mutilar para resituarla en el suelo. La semana pasada decidí acabar con esta infamia poniéndole patas al somier metálico, además de una manera elegante: reciclando. Como muestra la foto, el jergón se levanta ahora gracias a unos soportes autoconstruidos con madera de bastidores para cuadros, feos pero sólidos, y hechos por mi. Existían otras opciones mas bellas y sencillas, pero deseaba hacer la chapuza, que resultó más difícil de lo que esperaba a la hora de conseguir una cama sin ñiqui ñiquis. El proceso de construcción me brindó dos reflexiones. La primera; que reciclar es, a veces y por desgracia, más caro que comprar nuevo (asunto del que no hablaremos) y la segunda: que todo esto hubiera sido irrelevante si me hubiese decidido de una vez por todas a alistarme en las fuerzas del Mal.
Me explicaré.
Si ingresara en las fuerzas del Mal pensaría: "En efecto; al carajo con el colchón en el suelo, pero no solo con este y sus patas chapuceras sino con la cama de Ikea: quiero un colchón de latex, el mejor, el más caro, con el mejor somier, de bronce, y también quiero una mesa de madera, de caoba, para escribir mis estupideces, y ya puestos quiero una casa top design, eso sí, la tele debe ser gigante, tener al lado un florero con orquideas y en frente una mujer florero sentada en un sillón de cuero, con carnet del PP, amiga íntima de José Manuel Soria que nos habrá de invitar a comer con Repsol, cinco estrellas, cinco jotas, gran reserva, para que de una puta vez se me aclaren las ideas, queme las poesías y me lance a la piscina de las cosas importantes, a bucear en ella cogiendo pescados con la mano para seccionarlos en trozos con un cuchillo, esto es: cortar el bacalao.
Reconocerán conmigo que esta crisis financiera que comenzó en el 2008 y que empieza a estar mayorcita, se ha extendido hacia otros órdenes de la vida impregnándolo todo de un intenso aroma apocalíptico. Medio mundo se ha lanzado a la calle a tratar, al menos, de llamar la atención sobre la situación que se nos viene encima y lo que por el contrario sucede es que el PP y los PPs de cada país arrasan en los parlamentos y ayuntamientos. La "lucha" se ha reducido a que no nos tifen lo poquísimo que teníamos, a conceder derechos y libertades de la manera menos dolorosa posible. Ante esta circunstancia, y encolando madera para las patas de una cama, se me ocurre la fantasía perversa de ayudar a adelantar el Desastre por amor al destino, aquel amor fati nietzscheano, sea del signo que sea. Si el destino se prefigura como el reinado de Satán, bienvenido sea. Anakin-Vader se lo dejó muy clarito a Luke: no hay ninguna esperanza para la Resistencia. Es totalmente inútil rebelarse contra el poder del Reverso Tenebroso. Nuestra misión, ya que el proceso de destrucción es irresoluble y la guerra total global un acontecimiento en curso, es servir a la llegada del Maligno, trabajando duro para su rápido advenimiento.
Que uno pase de ser un joven libertario guevariano a un hombre maduro y pragmático, a un fachilla cualquiera, es un hecho muy común que se basa en desengaños, deseos de simplificarse la vida y ganas de sentar el culo en una buena poltrona con patas de acero. Lo que no es tan común es que uno se plantee la opción del Mal de un día para otro. Un pacto fáustico. Una decisión intelectual no progresiva: cogerse mañana un taxi hasta la Estrella de la Muerte y colaborar al máximo de nuestras capacidades en el proyecto de aniquilación total, expresión de aquella voluntad que busca que lo que tenga que ser, sea, contra viento y marea y, por consiguiente, contra uno mismo si es necesario.
Que uno pase de ser un joven libertario guevariano a un hombre maduro y pragmático, a un fachilla cualquiera, es un hecho muy común que se basa en desengaños, deseos de simplificarse la vida y ganas de sentar el culo en una buena poltrona con patas de acero. Lo que no es tan común es que uno se plantee la opción del Mal de un día para otro. Un pacto fáustico. Una decisión intelectual no progresiva: cogerse mañana un taxi hasta la Estrella de la Muerte y colaborar al máximo de nuestras capacidades en el proyecto de aniquilación total, expresión de aquella voluntad que busca que lo que tenga que ser, sea, contra viento y marea y, por consiguiente, contra uno mismo si es necesario.
Al revés de lo que parece, esta conversión espiritual respondería a una pulsión por desmarcarse de la ironía, la hipocresía y el cinismo. Un ironista es aquella persona que le tiene alergia a la verdad, capaz de contorsionarse en función del escenario en el que se encuentra, operando con una mirada relativa. Y bien: podría ser que el mundo se arreglase en los próximos años, que los anhelos fundacionales de la izquierda se materializasen sin derramamiento de sangre, que la Carta Universal de los Derechos Humanos se impusiese hasta en los territorios más salvajemente asolados por la violencia. Tener fe en esta realización sería una opción respetable en tanto que apuesta por la verdad, no relativa ni interpretable, aunque difícil de aceptar por una conciencia, la nuestra, lo suficientemente crédula para pensar que la cosa seguirá tal y como está, por los siglos de los siglos. Bajo esta óptica maniquea el tablero nos predispone a un juego good vs. evil, malos contra buenos, cristianos contra moros, tal y como se ha planteado explícitamente (desde el bando de los buenos) a partir del 11S. En nuestro caso, se trataría de una acción estratégica consciente que pondría en práctica una inversión secreta (no habría que contárselo a los fachas porque no lo entenderían) apoyando un Mal que se autocorona como Bien, para encoraginar así aun más el nihilismo mediante la inversión sistemática de todos los valores, en una carrera hacia la resolución del conflicto entre ambas fuerzas que al menos pulverizaría aquel repugnante Fin de la Historia postmoderno cumpliéndolo, y con ello también la vida humana, tal y como anticipaba el mejor Millán, echándose la mano a la pistola: "¡Viva la muerte!". El fin de la Historia no sería entonces la inercia ad infinitum de un capitalismo imposible de sustituir sino la destrucción total del género humano ¡buuum! a tomar por culo con todo.
Algún bobilín con prisas propondría armarse hasta los dientes y matar al mayor número de personas antes de ser abatido por la policía, pero de la misma manera que no me he apuntado a un comando para secuestrar y asesinar brokers, no estoy capacitado para esta clase de actividades. El Mal me necesita en otros escenarios, cada uno debe estar en su puesto haciendo lo que sabe, y ¿no empieza la verdadera revolución por uno mismo? Pues eso: antes me quedé cenando con Soria y Repsol, mis nuevos amigos, gente de acción, resolutiva, que no creen en moratorias ni en paradas para la reflexión, pues el Progreso no se puede parar; si su panza y papada dejan de engordar geométricamente cada segundo el capitalismo se pone mustio. Mis nuevos compis (no los que ya tengo, perdedores, siempre con algún "pero" en la boca) adoran el Progreso y el dinero, tener mucho, ya veremos para qué, cosa que me recuerda que va siendo hora de que, como artista plástico, me concentre en buscar una fórmula de mercado creativa de éxito, ingeniosa y novedosa, susceptible de colocarse bien en el circuito profesional de primera división, algo así como brillante y muy claro, una marca que se identifique bien pero sin demasiada profundidad, porque la profundidad sume en el desconcierto y éste en la inacción, que es lo peor que hay si se quiere ganar pasta: pasta, esa es la clave, mucha pasta, pasta para madera que he tenido que usar para las patas, pasta para las patas, cola y pegamento que esnifo sin querer y que me deja todo loco pensando en gilipolleces.