Ayer asistí a la concentración en apoyo a las protestas del 15M frente a la Embajada de España en Berlín. Fui con Alby, mi compi de piso eterno, Francho y su hija de cuatro años, Amanda. Había mucha gente, más de doscientas personas. El ambiente me sorprendió gratamente pues esperaba ver a unos pocos jóvenes balando consignas rabiosas, españoleo de cerveceo y batukada, que era a lo que yo iba. Sin embargo me encontré con dos grandes círculos de peña sentados en el césped, discutiendo asuntos. No llegué a escuchar qué se decía o cómo se planteaban los próximos movimientos (sé que para mañana hay una manifestación en la Brandeburger Tor a la que iré) pero el panorama me resultó pasmosamente serio, calmado e incluso un ligero pelín solemne. Más bien parecía una reunión de trabajo con un nivel organizativo muy efectivo. Y supongo que eso era lo que era: una reunión de trabajo organizada por gente sin trabajo y con formación universitaria. Así que como allí no pintábamos mucho y no acabamos de inmiscuirnos en las labores concretas de los comités, por vergüencita o pereza burguesa, nos dimos un paseo por el Tiergarten.
A la vuelta Francho agarró de nuevo su perreta de la última semana, que en realidad se remonta a los años de universidad. Lo camp. El hombre vuelve a estar obseso con el concepto de lo camp, una suerte de extravagancia, especialidad o gusto por lo bizarro pero de lectura fácil, que piensa que tiene mucho que ver con su pintura. Yo supe en algún momento diferenciar camp de kitsch, lo olvidé y no estoy especialmente interesado en volver a saberlo. La conversación en el coche (coche en Berlín... ¡menudo coñazo!) derivó después a Klosterfelde. Martin Klosterfelde es uno de los galeristas más potentes de Berlín. Francho trabaja de montador en su galería y dice que allí nada más que se exponen mierdas. Para el que no lo sepa, Francho es un pintor como la copa de un pino conocido solo entre sus amigos (iba a enlazar aquí su web pero ya no está operativa) "Todo hecho de cualquier manera" me aseguraba él "viene un tipo, el artista o el asistente, hace una mierda en dos horas y nunca más lo vuelves a ver hasta el día de la inauguración" En la inauguración de la Gallery Weekend de Klosterfelde, Martin, el boss, un pollito cuarentón cool, pijito y mundano al mismo tiempo, que se nota a kilómetros que fue mecido en una cuna con cojines rellenos de dinero, se pone detrás de la barra a servir cervezas gratis hasta que se aburre cuando deja de jugar a ser camarero y se convierte en camarero. Luego, según las fidedignas filtraciones que me llegan, no le paga a sus trabajadores en meses y le debe decenas de miles de euros a varias personas. Asiste regularmente a las ferias de arte más importantes del mundo. Por vergüenza ajena no diré cuánto hay que pagar por un stand en Art Basel. Sumidos en incomprensión, pensamos en las basuras que expone Klosterfelde y en el 15M, hasta que cambiamos de tema.
Después de mirar las evoluciones de las protestas en Internet, me lanzo un documental sobre Mahler bastante interesante. Me acuerdo de la conversación sobre lo camp, no porque Mahler sea camp, sino porque en el documental Pierre Boulez o Claudio Abbado- no recuerdo quién- habla sobre la sorpresa, sobre ese punto exacto que Mahler tiene y que hace pasar la música sinfónica del S. XIX hacia la del XX. Entonces pienso que, camp o no camp, eso es más o menos de lo que hablábamos por la tarde. Me acuerdo del gordo Bloom que decía en su Canon que "las grandes obras de arte"- así de orondo se expresaba- albergaban en sí el momento de la sorpresa, una extrañeza difícil de definir que se inserta en un referente anterior, que toma un gran cuerpo estético con una tradición y reglas marcadas, y lo cambia con un gesto ligero pero completamente transformador. Pensé en las sinfonías de Bruckner en comparación con las de Mahler. Boulez dice que no hay que hacerlo, pero yo lo hago porque soy un burro y puedo. "Ajá..." me digo a mí mismo. Efectivamente hay una extrañeza o extravagancia o sorpresa o momento misterioso de más en Mahler con relación a Bruckner. Esto me hace pensar en la evolución en el arte, y aquí tengo que parar, no quiero pensar en eso ahora. Sin embargo creo que esto es a donde Francho quiere llegar, una suerte de bizarrismo sutilísimo, la búsqueda de una sensación, que hace que, por ejemplo, un retrato que apenas se diferencia de otro más mediocre, por obra de un punto casi indefinible, difícil de describir con palabras, cobre otra entidad cualitativa. Estoy seguro de que Klosterfelde no piensa en esto y por eso en su galería solo hay mierda.
Pensar en Mahler me llevó directamente a los Guns n´ Roses. En mi más tierna infancia me gustaban bastante los Guns, escuchaba sus discos con pasión, pero había una canción en particular que llevaba en sí esa especialidad y extrañeza casi hechicera. "November Rain" y muy, muy en concreto su última parte era a mi oído una suerte de enigma musical inasible, mágico, igual que lo es ahora Mahler. Con Mahler, según parece, uno puede reencontrarse con esa sensación (puedo decir ¿original?) una y otra vez, acepta mil visitas y escuchas, al igual que los buenos libros. Con "November Rain" que después de todo es una horterada, la magia acaba antes, aunque una oidíta de vez en cuando todavía soporta. En cualquier caso, ese instante o acontecimiento, de descubrimiento de algo más que se escapa o nos supera, que ya puestos a lanzarnos a sensaciones estéticas viejunas de alto standing se asemeja a la contemplación pasiva de la Naturaleza, ese dejarse ir o Gelassenheit- mirar y entender sin voluntad de juzgar- es igual de verdadero con Mahler que con los Guns. Mahler da más juego porque es más complejo, aunque dar en ese clavo, ya sea en forma de música culta, rocanrol adolescente o pintura, es la cosa. "Esa, esa, esa es la cosa" me repetí.
Luego volví a pensar en Francho, en Klosterfelde, el simpático moroso y sus mierdas "puestas de cualquier manera", hasta que un amigo alemán que vive en Noruega me envió un mail preguntándome si en España había llegado la Revolución. Le dije que parecía que sí, que la cosa se estaba poniendo bien, que yo estaba muy contento. Me acosté a dormir y me quedé frito al instante. Hoy me levanté a las siete, potente como un mulo.