Una bonita cosa de las redes sociales es que cualquier mindundi con un blog puede ir a ver una peli el sábado por la noche y el domingo convertirse en crítico de cine. Pues bien, ayer estuve en el Festival de Cine de Las Palmas y asistí al pase de "Las Postales de Roberto", un documental de Dailo Barco. Se trata de la reconstrucción de la vida y obras de Roberto Rodríguez, un realizador amateur y acuarelista palmero, que legó todo su fondo filmográfico al Cabildo de La Palma. Esta investigación tiene, desde mi óptica, dos dimensiones; por una parte, la afectiva y por otra (no sé cómo decirlo mejor) la "cultural".
Respecto a la primera parte, Dailo Barco se topa con el material fílmico olvidado de Roberto Rodríguez y termina, al final de la cinta, en el entierro de éste cargando con su ataúd; el proceso de implicación afectiva del director con su "objeto de estudio" es total. Ambos autores se conocen a través de este proyecto y terminan siendo amigos. En medio están las imágenes de Roberto que serán motivo de discusión y reflexión durante la cinta. Este relato emocional se cuenta con una sobriedad difícil de ver en proyectos de corte biográfico parecido. Trabajar materiales sensibles de estas características sin caer en lo lacrimógeno requiere de cierta habilidad a la hora de mantener una autocontención en la filmación y montaje, algo que todos los que somos de gustos secones, más amantes del pan bizcochado que de las milhojas, agradecemos mucho.
Delicia |
Respecto a la segunda parte, a la reivindicación de la figura de Roberto como artista, es en donde, desde mi punto de vista, la película de Dailo encuentra su mayor acierto. Roberto Rodríguez no fue un genio incomprendido. La historia que se nos cuenta no se basa en el clásico redescubrimiento de un gran talento del cine, olvidado y despreciado hasta hoy. Roberto fue un reconocido y autoreconocido cineasta amateur cuyo trabajo, sin embargo, podría ser mucho más elocuente a la hora de explicar quiénes somos y qué es Canarias, que otro tipo de enfoques vinculados a los canales del gran Arte o, en este caso, el gran cine. Esta elocuencia tiene su eco en el propio título de la película: "Las postales de Roberto".
El término "postales" está entresacado de una conversación entre Roberto y Dailo y alude a una crítica que un grupo de cineastas canarios un poco posteriores, el colectivo Yaiza Borges, lanzó al realizador palmero. Le achacaban que sus imágenes fueran meras "postales". Y yo hoy pienso que esas mismas postales tienen mucho más que decir acerca de lo que se cuece en Canarias que otras obras pretendidamente más artísticas y profundas.
La idea de "postal" sitúa a la imagen en el espectro del estereotipo. Las imágenes que rueda Roberto y sus montajes, así como las acuarelas costumbristas que pinta, son efectivamente puros estereotipos de Canarias, de las Islas Afortunadas como Paraíso en el Atlántico. Bailes folclóricos y romerías, profesiones tradicionales en desuso, vegetación autóctona y geología así como, por otro lado, la irrupción del turismo en tanto que elemento modernizador y beneficioso para las Islas son los ingredientes principales de la extensísima filmografía de Roberto. Sus imágenes, a ojos contemporáneos, no tienen nada de original ni de particular. Montajes parecidos hemos visto en la tele a patadas, y pertenecen al relato estético hegemónico de la Canarias moderna, la que comienza a salir de la pobreza estructural en los años setenta.
Viéndolo desde la historiografía artística, el trabajo de Roberto entronca con el acuarelismo canario y el regionalismo nestorista-manriqueño que organiza formalmente el territorio en torno a la idea de la belleza. Roberto no se corta a la hora de decir que algo le quedó "bonito", palabra tabú en el Gran Arte que prefiere términos como "interesante" o "crítico". Pues bien, las postales de Roberto, en su carácter acrítico, son la representación del imaginario colectivo que se maneja desde los sectores que cortan el bacalao en Canarias, en particular, la imagen que hemos construido para el turismo (nuestro espectador) y que recibimos nosotros mismos de rebote.
Como cultureta y artista, a mí la creación de postales y estereotipos no me debería interesar mucho. Más bien, me tendría que interesar lo contrario, la creación de nuevas ideas. Si hubiese sido coetáneo a Roberto hubiera criticado su estética, sus imágenes complacientes con el territorio. Sin embargo, pienso que, hoy, un montaje ligero de unos cuantos guiris bañándose en la piscina de un hotel con el Teide de fondo en los años setenta me explica mejor la Canarias actual que una espiral de Chirino. Y si esto ocurre quizás sea porque desde las "artes profesionales" hemos minusvalorado de forma temeraria el poder e importancia de los estereotipos, su capacidad de mutación y adaptabilidad a los tiempos, obnubilados por no sé qué cosa de la originalidad y el sello particular del discurso artístico de cada cual, toda una mistificación que finalmente se sustenta también en una serie de estereotipos de gremio fáciles de identificar.
Deberíamos leer en los
estereotipos antes que rechazarlos de entrada, como si fuesen símbolos corruptos,
inoperantes o clichés insignificantes. Los estereotipos generan una
simbología paradójica en el sentido en el que deforman la imagen “seria” de una comunidad, al mismo tiempo que la constituyen. Es importante fijarse en quién
usa dichos estereotipos y en qué contextos concretos se emplean, cómo éstos mutan en
función de determinada ideología y qué atributos adquieren o se desprenden de
ellos con el tiempo. El análisis de los estereotipos puede ayudar a conocer una
cultura desde dentro y también (en su carácter de cliché) nos
otorgan de entrada una cierta distancia crítica respecto a la realidad de la que
parten. No nos los creemos y por ello son objeto de sospecha y discusión. La
permanente disputa de su sentido "verdadero" deja en evidencia qué aspectos de la
identidad se quieren negar y cuáles se desean limpiar de deformaciones y
desvirtuaciones, trabajo éste último que se le suele encargar a la, así llamada, alta cultura. Pero el problema ante el que nos sitúa el venenoso binarismo baja/alta cultura es que podemos llegar a pensar que ésta última, la Cultura con mayúscula, se encuentra libre de preconcepciones y prejuicios. Volviendo al ejemplo anterior, la imagen de una playa llena de turistas es, a día de hoy en Canarias, un estereotipo de igual calado que una de las muchas espirales de hierro que adornan nuestras islas.
Los estereotipos se pueden resignificar independientemente del estrato cultural al que pertenezcan. Algunos de ellos se han atrofiado (por muy high culture que sean) y otros han recibido, por algún motivo, un influjo de sangre nueva. Cosas que antes eran rechazadas por su carácter tradicional y antimoderno han reaparecido con nuevas potencialidades, y fastuosas modernidades de mucha vanguardia venidas del cosmopolita mundo de la cultura occidental han envejecido de la peor de las formas, convirtiéndose en símbolos anquilosados e imágenes standard sin capacidad de transformación.
Ciertamente, la crítica que el colectivo Yaiza Borges le lanzó a Roberto y que da título a la película de Dailo Barco no es errónea. Pero en defensa de Roberto y sus postales, amateur y complacientes pero finalmente bastante honestas, enseño lo que parece la carpeta de un quinceañero que flipa mucho en colores con lo superchachi que es la cultura "con mayúsculas", Godard, Fellini, Teléfono Rojo Volamos hacia Moscú, The End Beautiful Friend, etc. Estereotipos sobre estereotipos sobre estereotipos...
Cinematógrafo Yaiza Borges |